Esta voz, de la que hablábamos aquí hace unas semanas, es muy típica de nuestros días: la de una mezzo extremadamente lírica de timbre cercano al de auténtica soprano. El color es claro, pero hay irisado metal, riqueza de armónicos y penetración. Centro anchuroso, agudo cómodo y, eso sí, graves faltos de carne, aunque hábilmente trabajados. Es de alabar que no trate de oscurecer la emisión y que apiane tan bellamente. El repertorio que contiene el disco, totalmente español, parte del que ofreció en su recital madrileño, permite seguir aquellas características y apreciar la comunicatividad del canto. Hay algunos defectos lógicos de pronunciación, pero intenta dar a cada pieza su expresión. Así se nos revela transida en las Majas dolorosas de Granados, delicada en Del cabello más sutil -canción que determinó su afición a nuestra música- de Obradors; vital en Turina, refinada en las Siete canciones de Falla y exquisita en las Cinco canciones negras de Montsalvatge. Como regalo, una virtuosa Canzonetta spagnuola de Rossini. Algunas cadencias y melismas se le resisten. La labor del pianista Julius Drake es, en general, muy estimable.