Volta tiene mucho de vuelta, de giro respecto al experimento de Medúlla (2004). En su raíz, Medúlla era un viaje hacia el ser humano como ser vivo, lo que se materializó en un álbum casi exclusivamente vocal. Volta, en cambio, es de condición más extrovertida. La perspectiva ha cambiado: sigue mirando al hombre y a la mujer, pero ahora los sitúa en un mundo donde son tan sólo un elemento más de la naturaleza. Y eso es el humano para la islandesa: naturaleza. Björk sólo quiere saber de la trascendencia que le dan sus sentidos y sentimientos, abrazando un paganismo orgulloso que impregna las canciones de reflexiones psicológicas, éticas e incluso políticas. En las primeras, ofrece experiencia propia -Innocence es una reveladora incursión en el mundo de los miedos-, pero en las otras cae en la demagogia (¿no es de una ingenuidad casi hippy el discurso de Declare independence?).

La concepción del álbum busca la dimensión planetaria: se grabó en ocho países y cuatro continentes distintos. Colaboran el genial combo congoleño Konono N°1, Toumani Diabate de Mali o Min Xiao Fen de China. El estilo tan personal de la cantante, con esa forma de cantar tan anárquica y espasmódica, digiere sin dificultades semejante mejunje instrumental. Y lo mismo hace con el sonido. Björk, que produce todos los temas del disco, cohesiona con sabiduría el trabajo de varios productores, incluido el fabricante de "hits" Timbaland. Escuchar Volta es una delicia.

Una vez hallados los señuelos comerciales del álbum, la industrial Earth intruders y la bjürkiana Innocence -sobresalientes ambas-, lo mismo se saca de la manga un mantra romántico como The Dull Flame of Desire, voz a voz con Antony -que sale perdiendo en terreno ajeno-, o la fortísima Declare independence, un electro-punk de intensidad brutal. En conjunto, Volta mantiene a Björk como referente de altura en el panorama musical de estos momentos.