Estrenada en la ópera Estatal de Dresde, en su primera versión, el 9 de noviembre de 1926 y repuesta, tras una profunda revisión, en el Stadttheater de Zurich el 20 de junio de 1952, Cardillac constituye una de las mejores óperas del compositor alemán Paul Hindemith (1895-1963), cuyo lenguaje se volvería bastante más retórico y monolítico en las siguientes décadas. Aquí, sin perder el lado incisivo de la "nueva objetividad", sirve magníficamente al trepidante relato de E.T.A. Hoffmann, La señorita de Scudèri, sobre la fascinante figura de un orfebre parisiense que se siente tan ligado a las joyas que fabrica, que no duda en matar para recuperarlas.

En esta producción de la ópera Estatal de Munich de 1985, que acude a la versión original de la obra y aparece por primera vez en formato audiovisual, el director escénico Jean-Pierre Ponnelle, en el que fue uno de sus más aclamados montajes, que transcurre a un ritmo trepidante, ha creado una acertada atmósfera en tonos grises, inspirada en el cine mudo, con claras referencias a películas como Nosferatu, M, Metrópolis o El gabinete del Doctor Caligari, y acentuando el expresionismo de la partitura. Wolfgang Sawallisch dirige magistralmente desde el foso, resaltando el valor sinfónico de los interludios. Resulta muy emotivo en la escena final, con la muerte del protagonista en el cementerio.

El elenco es excelente, capitaneado por el bajo-barítono británico Donald McIntyre (el Wotan de la famosa Tetralogía de Patrice Chéreau y Pierre Boulez en Bayreuth), un héroe proletario que ejerce una especie de atracción fatal sobre las masas, con magníficas aportaciones de Doris Soffel en la Dama o Josef Hopferwieser en el Caballero -las primeras víctimas del artesano-, Maria de Francesca-Cavazza en la hija de Cardillac o Robert Schunk en su amante, el Oficial. En suma, una magnífica sesión de teatro musical.