El venezolano Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981) se acerca a esta caleidoscópica e irregular sinfonía mahleriana, que recoge sin duda el espíritu inquieto, inestable, depresivo y cambiante del compositor bohemio, sin ningún tipo de complejos. La ha estudiado con gente de la categoría de Abbado, la ha ensayado hasta la saciedad y tocado -este verano en los Proms de Londres, sin ir más lejos- con la juvenil orquesta Simón Bolívar, creada por el ínclito José Antonio Abreu. La interpretación, muy bien grabada en la Universidad de Caracas, es muy expresiva, virulentamente acentuada, vigorosa, delicada y refinada, dotada de evidente tensión y ejecutada con sorprendente limpieza y arrollador virtuosismo. La batuta sabe recogerse en momentos de insólita contemplación, así en el Adagietto o en todas las repeticiones del fúnebre segundo tema del primer movimiento. Observamos en este disco un celo especial y quizá exagerado en marcar enormes contrastes dinámicos -más acusados que los de Karajan o Abbado- y en correr mucho en los pasajes rápidos e ir en exceso despacio en los más pausados. Esperamos todavía mejores cosas del director.