Haitink es hijo del gran padre espiritual de la Orquesta del Concertgebouw, Eduard van Beinum, heredero a su vez del imaginativo Willem Mengelberg, amigo personal de Mahler, y amasador cuidadoso de estos pentagramas, a los que proveía de tanto rigor como fantasía, atributo éste que no figura entre los que adornan a Haitink, ya hombre provecto, que en todo caso ha sabido siempre espigar lo mejor de la música del compositor bohemio, particularmente en la de esta sinfonía, la más vienesa, la más haydniana de la colección. La planificación y ordenación de acontecimientos es soberana, la acentuación, incisiva y el rubato, funcional. No hay, desde luego, la efusión poética de un Walter -cosa que se nota nada más exponer ese primer tema que nace de la nada- o la agresividad estimulante de un Solti; ni la claridad solar de un Abbado; ni siquiera la naturalidad expositiva de la primera versión de estudio, con la misma orquesta, del propio director, que apoya con exquisitez la intervención en los lieder del último movimiento de la soprano lírico-ligera Christine Schäfer, fraseadora un tanto artificiosa. Sonido, de un concierto celebrado en 2006, espléndido.