"La palabra metaludio deriva del prefijo meta -más allá- y del sufijo ludio -del latín ludere (jugar, ejercitarse)-. Al acuñarla pretendí englobar estas piezas más allá de los habituales preludios o interludios". Esto es lo que nos dice Gustavo Díaz-Jerez (Tenerife, 1970) a propósito de estas curiosas obras pianísticas, resultantes de la aplicación de procedimientos, técnicos, científicos, teóricos, en los que suelen intervenir formulaciones matemáticas, movimientos musicales determinados y afines. Se recurre habitualmente al uso de fractales, teorías numéricas, análisis del espectro armónico o psicoacústica y se emplea ventajosamente el cordaje del piano.



Pero lo que le importa al oyente es el resultado puramente sonoro, musical, con independencia del procedimiento. Y, la verdad, es que encontramos en estos 18 metaludios, divididos en tres libros, abundantes muestras de exquisita y refinada música, soluciones sorprendentes, giros inusitados, cambiantes estructuras, delicuescencias insólitas. Demos unas cuantas pinceladas: los delicadísimos pianísimos del n° 3, Imaginary continuum; el espíritu soleriano y las notas en el sobreagudo del 4, Homenaje a Antonio Soler; el aire dancístico, los silencios y los arpegios del 6, Stheno; los unísonos tímbricos del 11, Ètude pour les unisons; lo calmo y meditativo del 17, Modular form, uno de los tres con electrónica pregrabada; o lo agitado y nervioso, los acordes estratégicos, lo atmosférico del 18, Nonlinear recurrences. Ni que decir tiene que la ejecución es sobresaliente, incluso en el tan complicado y virtuoso n° 14 (basado en una frecuencia numérica procedente del llamado código Gray).