Querido Bruce, con tu nuevo disco (Letter To You) muchos amantes del rock, de la música toda, nos hemos sentido apelados. ¿Has escrito estos doce temas para despedirte? ¿Dices adiós a los escenarios arropado de nuevo por la E Street Band? No parece. Ni siquiera, como se ha dicho, es un ejercicio de nostalgia (aunque, claro, eches de menos la camaradería de Clarence Clemons y Danny Federici). Algunos de tus fans pensamos que es un golpe sobre la mesa para sacudirte de encima a los descreídos que te han criticado -no sin razón, apuntémoslo también- por entregas como Western Stars (álbum de 2019 del que solo percibimos algún destello magistral). De modo que esto es lo que nos tenías preparado: doce temas para tapar bocas.
Pues, amigo Bruce, lo has conseguido. Tu primer single, Ghosts, especialmente el video que lo acompaña, dejaba claro que ibas a ser digno de tu pasado, de tus primeras andanzas por las calles de Asbury Park y, sobre todo, de tu banda, la E Street (aunque no falten guiños a algunas tan lejanas como The Castiles). Ahí están Little Steve, Roy Bittan, Max Weinberg y Garry Tallent para recordarte aún lo que fuisteis, qué digo, lo que sois. Bien elegido como adelanto porque ahí está la esencia, el caldo primigenio de vuestra identidad. Saxos, coros y teclados en una descarga emocionante que continúa la gloriosa senda de Born To Run y The River. Cuesta creer que grabarais el álbum en cinco días (hay algo de bíblico en toda tu carrera). Eso sí, te ahorraste tiempo en los traslados al hacerlo en tu rancho de New Jersey. La producción de Ron Aniello y las mezclas de Bob Clearmountain han dejado para la historia este Letter to You en el que no han faltado las colaboraciones de Patti Scialfa (tu otra voz, tu otro yo) y Nils Lofgren (ese “loco caballo” con cuerdas de la vieja escuela).
Comienzas esta prodigiosa epístola con One Minute You're Here y Letter To You. Se oyen tus primeros pasos por Randolph Street. Huele a melancolía y a verdad. Y recordamos algunas palabras que escribiste para tus memorias en Born To Run: “He luchado toda mi vida, he estudiado, tocado, trabajado, porque quería escuchar y conocer la historia completa, mi historia, nuestra historia, y comprenderla lo mejor posible. Para librarme de sus influencias más dañinas, sus fuerzas malévolas, para celebrar y honrar su belleza, su poder, y ser capaz de contarla bien a mis amigos, a mi familia y a ti”. Más palabras dirigidas a los que siguen buscando en tu obra a un amigo y no a un héroe de masas. “De esto va la vida. De la posibilidad de encontrar fundamento, seguridad y alimento en una nueva estación”, añades.
Puesto que en estas dos primeras “estaciones” ya demuestras que vuelves a ser el Jefe a qué esperar para hablar de Burnin’ Train. Pura dinamita. El tren, el disco, empieza a carburar, los pistones aceleran el ritmo del álbum y delatan tu pleno estado de ánimo. El vapor del pasado te empuja en esta canción en la que la batería consigue arrollarnos, pero no lo suficiente como para no poder levantarnos y escuchar la siguiente misiva: Last Man Standing. El título vuelve a decirlo todo. Has vuelto y se nota. The Power of Prayer trae en la etiqueta invisible vientos de Clarence Clemons (qué genética la de su sobrino Jake) y letras de un gran poeta que siempre ha estado cerca de la sofisticación de Dylan. Aleluya, pues. Vuelvo a Born To Run: “Puedes forjar a martillazos el dolor y el trauma en una espada justiciera y usarla para defender la vida, el amor, la gracia humana y las bendiciones de Dios. Pero “nadie” puede repetir lo ya hecho. Nadie puede volver atrás y solo hay un camino de salida. Adelante, hacia la oscuridad”.
Tamaña declaración existencial (ya te contaré cuando nos veamos quién fue Antonio Machado) te conecta con House of a Thousand Guitars, un tema en el que se asienta este resurgimiento. Parece que la melancolía te envuelve. Nada nuevo. Marca de la casa. Recorre tu discografía un dolor por el paso del tiempo que se ha cronificado en una herida creativa capaz de sangrar en cada estrofa. “Y como la telaraña de mi pasado se enredaba en mi trabajo, me volví hacia un mundo que había habitado de niño, que sentía familiar y que ahora me llamaba”, reconoces en tus memorias. Los toques countries para Rainmaker (la slide pone la cadencia) y la monumental I’ll See You In My Dreams (¿un final? ¿un principio?) cierran el capítulo de las canciones nuevas que nos envías en este vigésimo álbum de estudio, número redondo que merecía una celebración digna de los tiempos heroicos, cuando aún no estaban escritas las letras del rock y las canciones había que señalarlas con el dedo.
De aquellos tiempos, digámoslo ya, de los germinales setenta, has incluido tres temas que ya habías hecho rodar en tus conciertos pero que no habían sido encapsulados en un estudio. Ahora saltan del desván de tu rancho a la inmortalidad de un soporte. Aúlla la vieja armónica, revienta la E Street en Janey Needs a Shooter y volvemos a verte sobre el escenario en If I Was The Priest -porque “aún quedan demasiados forajidos - y en Song for Orphans -“esos renegados que viven sus vidas en canciones”-. Alto voltaje, sí, para silenciar algunas trompetas que anunciaban tu decadencia a las puertas de tu particular Jericó. Bien hecho, Bruce. Como sentencias en Born To Run aún permaneces en el aire, en las raíces polvorientas y la tierra profunda, en el eco y las historias, en las canciones del lugar y la época en que hemos vivido. Atentamente, tu clan, tu lugar, tu gente.