El flamenco ocupa un lugar destacado en el conjunto de la obra de José Manuel Caballero Bonald, tanto en los libros de investigación y estudio -Luces y sombras del flamenco (Lumen, 1975)- como en la poesía, sobre todo con Anteo (Adonais, 1956), donde se incluyen cuatro poemas, pioneros en el tratamiento del flamenco desde la perspectiva de una lírica moderna que rompía con todos los estereotipos declamatorios y neorrománticos que hasta entonces, de manera engolada, habían servido de soporte a la poesía con trasfondo flamenco.
Esos poemas, que profundizan en el universo oculto de la soleá, el martinete, la seguiriya y la saeta, son ejemplos de cómo utilizar con precisión las herramientas del lenguaje para transmitir la esencialidad de unos cantes. Inauguran un estilo para sumergirse en un espacio que se encuentra más allá, no sólo de lo predecible, sino de las coordenadas literarias vigentes. Nunca la poesía llamada flamenca se había atrevido a traspasar esos límites. Los cuatro poemas de Anteo, sin embargo, suponen un descubrimiento, una nueva dimensión, para dar paso al enigmático poder de la palabra trascendida.
Pero también uno de los frentes donde se movió Caballero Bonald con determinación fue el de la discografía, donde aporta su intención, su carácter y su penetrante mirada. De 1972 a 1978, desde su tribuna en la empresa Ariola, fue publicando una serie de títulos que ahora resultan imprescindibles: Mairena, Terremoto, Sordera, Gerena, Turronero, Clavel... En la vida de Caballero Bonald siempre ha existido una parcela reservada a los flamencos, con muy vivos y leales afectos: para Antonio Gades hizo la adaptación del gran musical Fuenteovejuna; para José Mercé las letras de su primer disco, Bandera de Andalucía; para Lebrijano Encuentros y ¡Tierra! Fue, además, guía y descubridor del flamenco para los intelectuales de su generación y decidido defensor de la brillante generación integrada por Paco de Lucía, Morente, Sanlúcar, Menese, Cepero o Camarón.
Aunque la obra cumbre en su discografía es el Archivo del cante flamenco (Vergara, 1968; Sony Music, 2011). Él mismo, en su segundo tomo de memorias, La costumbre de vivir, confiesa que constituye “un balance histórico irrepetible, al que todavía hay que acudir para conocer a ciencia cierta la mejor tradición del flamenco...”. También en este caso fue un precursor, suprimiendo la limitación de tiempo en los registros sonoros y prescindiendo de los estudios de grabación. Este solo hecho ya constituía un acontecimiento novedoso en el flamenco, un paso decisivo que rompía con los moldes establecidos.
El Archivo es el descubrimiento de algo que estaba allí, pero que nadie se había atrevido a poner en marcha. Caballero Bonald fue un adelantado que, utilizando un sonido directo sin concesiones, hizo que se escucharan por primera vez en discos voces inéditas que luego resultaron reveladoras. Lo acompaña un libreto esclarecedor y lúcido que hace las veces de cuaderno de campo, unos apuntes del natural en los que se refleja la situación del flamenco y de los personajes que lo representan o, como dice el propio Caballero Bonald, “una especie de diario de viaje en torno al complejo mundo moral y material del flamenco, prestando una atención primordial a las experiencias vividas durante la búsqueda de fuentes y la concreta realización de las grabaciones”.
Es pues, también, un camino iniciático por Andalucía: “Muchas cosas que desconocía me fueron reveladas entonces”. Sus admirables descripciones de los barrios, los tabancos, las casas de vecinos; el agridulce retrato de esos personajes anclados en un tiempo a punto de extinguirse, tan lejanos ya de nuestro siglo, constituyen un documento inapreciable, reflejo de toda una época.