Maestro de la lúcida rebeldía y de la desobediencia inteligente, activista con su propia obra siempre en movimiento, viajero tenaz por su ágil y fresca memoria tan rica de aconteceres, paisajes y poesía, José Manuel Caballero Bonald fue el descubridor con su palabra creativa de un universo único y deslumbrante.
A lo largo de los años fue poblando su peculiar mitología y su fabuloso imaginario de personajes que caminaban por el filo de la historia, de días de septiembre y ojos de gato, de viejos y decadentes palacios, de argónidas, de campos de agramante, de pájaros en la noche o de la fugacidad del tiempo en un manual de infractores entre las luces y las sombras de la existencia. Y aquí podemos hallar una de las claves que nos lleva a conocerlo mejor, porque él creaba y recreaba esa existencia para hacerla más nuestra en su complejidad, más vivificante y, en definitiva, más parecida a esas copias rescatadas del natural que José Manuel relataba con su poderoso, sugerente e inconfundible discurso.
Persona valiente y comprometida, de ejecutoria ejemplar, ejerció una enérgica lucha por las libertades y su crítica contundente a las injusticias, a la mediocridad del poder y sus corruptelas, se han convertido en una modélica e inalterable referencia moral en los tiempos pasados y en los no menos oscuros de ahora.
Una poética pionera
Entre sus lealtades, el flamenco, una pasión que no ocultaba y en la que guardaba, como un tesoro escondido, los ecos de viejas voces, aquellas que iluminaron su ardorosa juventud jerezana. Ya en Anteo, un libro publicado por la colección Adonáis en 1956, se incluyen cuatro poemas, pioneros en el tratamiento del flamenco desde la perspectiva de una lírica moderna que, como la suya, rompía con todos los estereotipos declamatorios y neorrománticos que hasta entonces, de manera engolada, habían servido de soporte a la poesía con trasfondo flamenco.
Esos cuatro poemas, que profundizan hasta lo más hondo en el universo oculto de la soleá, el martinete, la seguiriya y la saeta, son ejemplos de cómo utilizar con precisión las herramientas del lenguaje escrito para transmitir la esencialidad de unos cantes. Podemos decir que inauguran un estilo para sumergirse en un espacio que se encuentra más allá no sólo de lo predecible, sino de las coordenadas literarias vigentes. Nunca la poesía llamada flamenca se había atrevido a traspasar esos límites. Los cuatro poemas de “Anteo”, sin embargo, suponen un descubrimiento, una nueva dimensión, para dar paso al enigmático poder de la palabra trascendida.
Otro libro que debo reseñar es El baile andaluz, que José Manuel publicó en la Editorial Noguer, de Barcelona, en 1957. Con los escasos materiales entonces disponibles y la exigua información existente, El baile andaluz trata, como toda la obra de Caballero Bonald, de sumergirse en los aspectos más incógnitos, más escondidos del baile, analizando su proceso histórico, aunque el libro es, asimismo, un minucioso recorrido por la estética de los bailes, bailaoras y bailaores de ese momento, acompañado de una completa documentación y una buena colección de fotografías.
Compositor de flamenco
Una reflexión muy personal de José Manuel Caballero sobre el proceso evolutivo del flamenco en sus diferentes etapas dio como resultado el espléndido Luces y sombras del flamenco, con las bellísimas fotos de Colita, publicado en 1975 por Lumen, y que, pasado el tiempo, hemos visto en reediciones posteriores.
De 1972 a 1978, José Manuel Caballero Bonald, desde su tribuna en la empresa discográfica Ariola, y a veces desde el sello creado por él, “Pauta”, fue publicando, en calidad de director y la mayoría de las veces también como productor, una serie de títulos que ahora, desde la lejanía del tiempo, resultan imprescindibles en la historia de la discografía flamenca. Casi siempre, los textos de presentación los escribía el propio Caballero Bonald, por lo que asimismo nos encontramos con una rica muestra antológica de breves pero sustanciosos artículos sobre el flamenco y su mundo, a través de la pluma de uno de sus degustadores y conocedores más serios y de más rica experiencia.
También hay que señalar que muchas de las letras que cantaban los artistas elegidos estaban redactadas por él. Así, firmando como P. Caballero o J. Manuel Caballero, compuso seguiriyas, tientos, bulerías, soleares o tangos para Turronero, Diego Clavel o Manuel Soto Sordera. Igualmente lo había hecho, fuera de los dominios de Ariola, para el primer disco de José Mercé, Bandera de Andalucía, de 1977, y más tarde para Juan Peña el Lebrijano, en Encuentros, de 1985, y ¡Tierra!, de 1989.
En la vida de Caballero Bonald siempre ha existido una especie de parcela reservada a los flamencos, con muy vivos y leales afectos, que van desde Antonio Gades, para quien hizo la adaptación del gran musical Fuenteovejuna, a Juan Peña el Lebrijano o desde Manuel Morao o Paco Cepero a José Mercé, Pedro Peña y José de la Tomasa. Con Antonio Mairena fijó inmediatamente unos vínculos que duraron ya para siempre y que dieron como resultado dos discos, ambos de 1972 y con el acompañamiento de guitarra de Melchor de Marchena, claves en la obra de Antonio: Cantes festeros de Antonio Mairena y Antonio Mairena y el cante de Jerez, donde se incluye una de las más conmovedoras seguiriyas jamás grabadas.
Un Archivo vanguardista
Pero la obra cumbre en la discografía de José Manuel Caballero Bonald es el Archivo del Cante Flamenco. Él mismo, en su segundo tomo de memorias, La costumbre de vivir, confiesa que está “bastante satisfecho de ese trabajo”, para añadir que el Archivo, publicado en 1968, constituye “un balance histórico irrepetible, al que todavía hay que acudir para conocer a ciencia cierta la mejor tradición del flamenco…” Y es cierto. También en este caso fue un pionero que abrió las puertas a otra realidad del flamenco.
Se trataba de traspasar los límites que imponían las discográficas al uso y crear otros criterios en cuanto a las técnicas de registros sonoros, suprimiendo las barreras que constituían los férreos tiempos asignados para la interpretación de un cante, eliminando el opresivo espacio físico de un estudio y prescindiendo de todos aquellos elementos que pudieran impedir o, en último caso, distorsionar los resultados de un fenómeno musical para que se expresase con la máxima libertad, y en un ámbito que José Manuel y su equipo se habían encargado que fuera lo más favorable posible con la intención de que el artista se manifestara sin ningún tipo de limitaciones. Este sólo hecho ya constituía un acontecimiento novedoso en el flamenco, un paso decisivo que rompía con los moldes establecidos hasta entonces.
El Archivo es el descubrimiento de algo que estaba allí, pero que nadie, hasta que llegó Caballero Bonald, se atrevió a poner en marcha. Fue un adelantado que hizo que sonaran por vez primera en discos las voces de Joselero, Tomás Torre, Amós, Onofre, Manolito de María, cuyas bulerías ahora todo el mundo interpreta, pero que permanecieron inéditas hasta que no fueron grabadas por José Manuel. Y los cantes de La Piriñaca, Tío Borrico, Perrate, Curro Mairena, Talega... y la guitarra de Diego del Gastor.
Un retrato agridulce
Al Archivo lo acompaña un libreto esclarecedor y lúcido que en ocasiones hace las veces de vibrante cuaderno de campo, en el que se refleja con colores intensos la situación del flamenco y de los personajes que lo representan o, como dice el propio Caballero Bonald, “una especie de diario de viaje en torno al complejo mundo moral y material del flamenco, prestando una atención primordial a las experiencias vividas durante la búsqueda de fuentes y la concreta realización de las grabaciones”.
Es pues, también, un camino iniciático por Jerez, Arcos, Alcalá de Guadaira, Triana, Cádiz y los Puertos, Morón… “Muchas cosas que desconocía me fueron reveladas entonces”, dice José Manuel, “y no pocas conjeturas se hicieron certeza, sobre todo a partir de la fijación tajante de esa línea divisoria entre el flamenco genuino y las imposturas y añagazas andaluzas de exportación”.
Sus admirables descripciones de los barrios, los tabancos, las casas de vecinos; el agridulce retrato de esos personajes anclados en un tiempo a punto de extinguirse, y esos ecos que suenan en las grabaciones, tan lejanos ya de nuestro siglo, constituyen un documento inapreciable, reflejo de toda una época. Ahora José Manuel ya no está con nosotros, pero su obra poética y flamenca, reflejo del testigo sabio y apasionado que fue, permanece para siempre.