El montaje firmado por Alessandro Talevi maneja habilmente los claroscuros. Foto: Robert Workman

El Teatro Real arranca este martes la temporada lírica con la ópera de Donizetti, que exige un esfuerzo descomunal a los cantantes. Mariella Devia, Marius Kwiecien y Greogory Kunde encabezan el elenco. En el foso, Bruno Campanella.

Creemos que Roberto Devereux no se representaba escénicamente en Madrid desde 1970, en una temporada de los Amigos de la Ópera que acogió nada menos que la presentación de dos tenores como Plácido Domingo (La Gioconda) y Luciano Pavarotti (La bohème, Mirella Freni). Era también un acontecimiento la intervención en la obra donizettiana de Montserrat Caballé, en un papel a su medida, creado en el estreno de 1837, en el San Carlo de Nápoles, por la célebre Giuseppina Ronzi di Regnis.



La figura de la reina inglesa alcanza aquí una definición más acabada que la lograda en Elisabetta al castello di Kenilworth o Maria Stuarda. Donizetti plasmó un personaje trágico y resuelto adornado por una vocalidad casi imposible, al tiempo virtuosa y doliente, dominado por los celos y las ansias de venganza sobre el infiel Conde de Essex. La dimensión de la Regina emerge con ímpetu y dramatismo en el ápice emocional del Finale secondo, demostrativo del dominio de la mano creadora en este tipo de concertati. La stretta, en su despliegue de vastos intervalos, supera, pese a la aparente banalidad del compás ternario, a la del segundo acto de Lucia di Lammermoor.



Se ha señalado más de una vez el parentesco entre la introducción orquestal de la escena y aria de Roberto del acto III y el preludio del acto II de Fidelio de Beethoven. Hay sin duda un empleo de la disonancia, de los silencios y de los acordes en cierto modo parecido, lo que, un tanto exageradamente, llevó a William Ashbrook a decir en su momento que "en el segundo acto de Roberto Devereux se realiza a la manera italiana el ideal wagneriano del drama musical". Donizetti había estudiado con el bávaro Simon Mayr, buen conocedor del sordo de Bonn.



Toda la secuencia postrera de la ópera es soberbia, en su sucesión de recitativo -E Sara in questi orribili momenti-, aria -Vivi, ingrato- y cabaletta -Quel sangue versato-, y pide a la soprano un esfuerzo descomunal. Está claro que para servir una parte como la protagonista se precisa una soprano fenomenal, en la línea de la creadora o de sucesoras como La Grange, la Strepponi, la Truffi y la Giuli-Borsi. O de herederas más recientes como Leyla Gencer, Beverly Sills, Nelly Miricioiu y Edita Gruberova (que la cantó en versión de concierto en el Real hace dos años). No hay duda de que en esta estela se sitúa Mariella Devia, que todavía, a sus 67 primaveras, aún conserva una buena parte del temple, la precisión en el ataque, la seguridad en la línea, la perfección del legato y la agilidad. La voz es ahora más propiamente lírica, sin la dimensión de una spinto, pero con la esperada penetración.



Ella será sin duda el principal atractivo de la producción que inaugura la temporada del Real el próximo día 22. A su lado, en el reparto principal, el versátil barítono polaco Marius Kwiecien. La mezzo valenciana Silvia Tro Santafé y el tenor norteamericano Gregory Kunde, una figura que regresa a Madrid tras su transformación de lírico-ligero en spinto. Es curioso que se alterne en otras representaciones con el jerezano Ismael Jordi, una voz mucho más ligera. Recordemos que el creador del papel fue Giovanni Bassadonna, un lírico.



Maria Pia Pisticelli, Ángel Ódena y Veronica Simeoni encabezan el segundo reparto. Un veterano, solvente sin más, como Bruno Campanella y el ucraniano Andriy Yurkeych (que dirigiera aquella interpretación de 2013) se turnan en el foso. La producción, que maneja hábilmente el juego de claroscuros, es de la Welsh National Opera y viene firmada por Alessandro Talevi.