Davide Livermore. Foto: Tato Baeza
El Palau de les Arts abre este viernes una temporada crucial. Primero porque debe dejar atrás las sombras de corrupción. Segundo porque celebra su décimo aniversario. Livermore, sucesor de Helga Schmidt, enérgico y obsesivo, ofrece todo su empuje para que la nave valenciana recobre el rumbo.
Pregunta.- Dice que la programación de esta temporada es "guapísima". ¿Hasta qué punto es heredada de Helga Schmidt?
Respuesta.- Antes de su marcha forzosa había hecho algunos encargos, claro: Macbeth [con Plácido Domingo], Sansón y Dalila [de la Fura]... La idea de la pretemporada, recuperando mi Bohème con cantantes del Centro de Perfeccionamiento, también fue suya pero compartida conmigo. Me la planteó y yo la acogí efusivamente. La posibilidad de integrar montajes de la cantera en la programación principal ha cristalizado por el gran nivel que ha ido adquiriendo nuestra cantera y su conjunción con nuestros directores titulares, Biondi y Abbado, y con figuras internacionales del canto lírico.
P.- Eso ha permitido elevar el número de títulos: de cinco el curso pasado a diez en este.
R.- También se ha conseguido gracias a la alianza con otras instituciones, como la Ópera de Roma. Además, sacaremos más partido al Teatro Martí i Soler, perfecto para la música barroca y contemporánea. Y al Auditorio, fantástico para la música sinfónica. No se trata de competir con el Palau de la Música, sino complementarlo, por eso muchos de nuestros conciertos tendrán una concepción teatral. El ahorro también lo propician las intuiciones y las ideas originales. Buen ejemplo es La fuerza del destino, que con un presupuesto irrisorio ganó el Campoamor.
P.- La marcha de Schmidt tras ser imputada supuso un profundo daño en la imagen del Palau. ¿Esos acontecimientos son un lastre para su proyecto?
R.- No. Helga no es un lastre ni una sombra. Yo llegué al Centro de Perfeccionamiento gracias a ella, porque valoraba mucho mi trabajo como director de escena. La recordamos con mucho cariño: lo que ha hecho con el Palau en solo 10 años tiene mucho mérito. Lo que sucedió, claro, no fue algo grato, pero hoy estamos trabajando con mucha energía, asumiendo la responsabilidad artística de educar a los ciudadanos en la belleza. El Palau no es sólo una fábrica de espectáculos, tenemos una vocación pública. La intención es crear un tejido social.
P.- Hasta ahora ejercía como director del Centro de Perfeccionamiento. ¿Seguirá tan encima de sus jóvenes talentos?
R.- Podría ponerle un ejemplo, que revela mi enfermedad mental. Estoy trabajando 14 horas cada día, atendiendo a mis responsabilidades como intendente, siguiendo los ensayos de La Bohème, dando masterclases de interpretación a todos los cantantes del Centro...
P.- ¿Y la posición de Plácido Domingo se mantendrá en los mismos términos?
R.- Él es nuestro supermentor. Sigue completamente comprometido y muy animado por el trabajo que se hace aquí con los cantantes. Tiene una gran amistad y cercanía con Helga. Lo sucedido naturalmente le ha afectado. Pero él quiere a Valencia. Y del golpe a nuestra imagen nos estamos reponiendo de manera natural porque la organización es sólida y no se sustenta en una única persona. No hay traumas.
P.- ¿Pretende mantener los próximos cuatro años la monarquía bicéfala de Biondi y Abbado en el podio?
R.- De lo que se trata es de desarrollar el repertorio. Con dos directores podemos abarcar periodos más amplios de la historia de la música. Desde el clasicismo, el bel canto y la ópera seria, hasta la contemporaneidad, pasando por los siglos XIX y XX. De este último, por ejemplo, acometeremos por vez primera a Britten, un maestro absoluto. La bicefalía no significa duda sino más ambición.
P.- ¿En su agenda está traer de nuevo a Mehta?
R.- Tengo una gran estima por el maestro Mehta. Aquí ha hecho cosas maravillosas. Hemos trabajado juntos en La fuerza del destino. Eso no hubiera podido darse sin un buen feeling. Aquí siempre tendrá las puertas abiertas.
P.- En su adaptación de Norma algunos vieron guiños a Juego de tronos. ¿Cree que la ópera sólo puede garantizarse el futuro interpelando referentes estéticos del presente?
R.- El futuro no se conquista por una vía. Pueden ser muchas. Como director de escena me hago dos preguntas siempre. ¿Voy a contar esta historia para mí o para la gente? Si la hago para la gente, pongo a un lado mi ego porque puede ser obstáculo para transmitir su belleza. La segunda es: ¿Qué significa hoy esta dramaturgia y cómo puede entenderse mejor? Hay que decodificarla y ponerla en un lenguaje moderno. Su modernización no es un fin sino un medio para llegar al público.
P.- Afirma que la ópera es un motor para la revolución. ¿Ética, estética, ambas?
R.- Desde el momento en el que los políticos han elegido la televisión comercial como instrumento para educar tenemos un problema. Me refiero a los italianos, que son los que conozco. Antes ese papel le correspondía a la literatura, el teatro, la pintura... El potencial espiritual de un hombre, así, queda arruinado. Lógico que prevalezca el ansia por el dinero sobre los principios éticos. Que un joven de 20 años escoja el estudio y la belleza por encima del lucro es una revolución, una revolución silenciosa que debemos propiciar los responsables artísticos.
P.- Pero sus Vísperas sicilianas, representadas en el 150 aniversario de la unidad italiana, originaron una controversia nada silenciosa...
R.- Mis Vísperas buscaban lo mismo que Verdi en su momento: retratar la situación política del país. Tuve problemas con algunos teatros. Me decían que era una lectura demasiado política. Pero me agradó que la fuerza revolucionaria de Verdi todavía fuese capaz de escandalizar si el director ponía su ego a un lado y trataba de ser fiel a la partitura. La única experiencia de teatro político verdadera en Italia se la debemos a Verdi. Él concebía al artista como sujeto político, con la responsabilidad de mostrar los pliegues oscuros de la sociedad y cuestionarla. La gente se veía reflejada en sus óperas y acababa poniéndose de su lado.
@albertoojeda77