montaje del Liceo ambientado en el Holocausto. Foto: Catherine Ashmore

Dos visiones de Nabucco coinciden en el cartellone del Liceo de Barcelona y el Campoamor de Oviedo. En el primero la epopeya verdiana es escenificada por Daniele Abbado. En el segundo lo hace Emilio Sagi, con Gianluca Marcianò como aliado en el foso.

Por estos días se dan cita en nuestro país dos representaciones de Nabucco. El Liceo de Barcelona (presentación día 7 de octubre) y el Campoamor de Oviedo (8) colocan en sus respectivos cartelloni este título verdiano de primera hora nacido en circunstancias luctuosas, poco después de que el compositor cayera en depresión tras el fracaso de su segunda ópera, Un giorno di regno. La insistencia del empresario de La Scala, Merelli, que le metió el libreto de Solera en el bolsillo, propició que la inspiración volviera al músico. Al abrir al azar el cuaderno leyó, casi sin darse cuenta: Va' pensiero, sull'ale dorate; va, ti posa sui clivi, sui colli... De inmediato, la melodía surgió casi por arte de magia. En unos segundos Verdi situó la acción y estableció el tempo: Largo, tutto sotto voce. Es un canto nostálgico, de añoranza de la patria, de la libertad.



La historia no fue así exactamente, pero tiene que ver con la realidad, al menos con lo que cuenta Verdi en el Racconto autobiografico a Giulio Ricordi en 1875. El asunto desde luego atrajo al compositor. En él se cuenta la opresión ejercida por los asirios sobre los sojuzgados hebreos. En todo caso, la partitura puede sostenerse por sí misma gracias a su aliento épico y, más que por su nuevo lenguaje, por su clima moral, en el sentido que apunta Gilles de Van. El riguroso y coherente plan tonal ayuda a que la composición progrese, gracias también a ese elemento aglutinante que es el coro, uno de los grandes protagonistas, tanto en su atuendo asirio o babilonio como en sus vestimentas hebreas. Ese célebre coro Va pensiero es el mejor ejemplo.



Con sus pros y sus contras, su cartón piedra y sus rasgos de epopeya, sus ingenuidades y certero tratamiento melódico, su lirismo belicoso, Nabucco, que se estrenó en La Scala el 9 de marzo de 1842, es una ópera muy importante para el desarrollo del Verdi futuro. Podemos resumir su grandeza, aunque ésta sea episódica, en el famoso concertato del segundo acto, en el que sobreviene el desafío del monarca babilonio a Dios. Una especie de canon, un andantino expectante y como suspendido en el tiempo, envuelto en una luz idílica, que se desarrolla con transparencia y ligereza haendelianas y que se resuelve en un acorde fortísimo en el momento en el que Nabucco reta a Dios.



Dos repartos, dos miradas escénicas, dos concepciones musicales. En el Liceo contamos con el protagonismo de dos barítonos interesantes y distintos: Ambrogio Maestri, inteligente actor, cantante musical, y Luca Salsi, más joven y dotado, protagonista en Roma con Riccardo Muti. Martina Serafin y Tatiana Melnychenco son dos estupendas Abigailles, más compacta, de mayor empaque vocal la segunda, ucraniana, que hizo sus primeras armas en España. De los dos Zaccaria, mejor el del segundo reparto, Enrico Iori, pues Vitalij Kowaljow es una voz demasiado mate y engolada. Vemos que en el buen tenor español Alejandro Roy figura como Ismaele en ese mismo elenco. Daniel Oren, movedizo, imperativo, a veces exagerado, está en el foso y Daniele Abbado controla la escena. Su visión sitúa la trama en la época del Holocausto. Un acercamiento ya manido. La coproducción es fruto de la alianza de cuatro teatros: Liceo, Scala, Covent Garden y Lírico de Chicago.



Algo más modesta parece la propuesta ovetense, aunque al estar Emilio Sagi al frente de la escena cabe esperar una regía sugerente y bien coloreada. El director musical, Gianluca Marcianò, pese a su relativa juventud, es maestro ya muy viajado, en permanente contacto con teatros del Este. Ekaterina Metlova será una segura Abigaille, quizá algo falta de caudal dramático. Se alterna con la jerezana Maribel Ortega, de lustroso instrumento, un punto nasal. Nabucco se lo reparten el ya veterano y cumplidor Vladimir Stoyanov y el más joven Damiano Salerno, de timbre demasiado claro. Robusto pero mayor Michail Ryssov. Preferible en Zaccaria el venezolano Ernesto Morillo, más joven y prometedor. Sergio Escobar, en plena ascensión, hace uno de los dos Ismaele. Producción del Campoamor, Baluarte de Pamplona, Jovellanos de Gijón y Principal de Palma.