Plácido Domingo redime a Macbeth
Plácido Domingo interpretando a Macbeth en el Palau de les Arts. Foto: Tato Baeza
El 'baritenor' madrileño, "plenamente restablecido" de su última intervención quirúrgica en Nueva York, regresa al Palau de les Arts para protagonizar a partir de este sábado (5) la ópera verdiana, el enésimo reto de su monumental carrera. En el montaje ideado por Peter Stein le flanqueará la mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk.
Domingo, encuerado de pies a cabeza, asumió el reto (el enésimo en su carrera) de encarnar al rey usurpador, que alcanza el trono después de pasaportar al otro barrio a Duncan, su legítimo titular. Fue en Berlín, a principios de 2014, en una producción conducida en el foso por Daniel Barenboim y cristalizada sobre el escenario por Peter Mussbach, que le dio un aire atemporal y una intención crítica: Macbeth y compañía eran caracterizados como insectos parasitarios. Por cauces más canónicos transcurre la versión de Peter Stein, coproducida por el Teatro de la Ópera de Roma y el Festival de Salzburgo, y alquilada por el Palau de les Arts entre el 5 y el 20 de diciembre (seis funciones en total).
Su principal reclamo será Plácido Domingo, fiel a su compromiso con el coliseo valenciano, apenas alterado por la imputación de Helga Schmidt, a la que le une una antigua amistad y que consiguió movilizarle para su proyecto. Davide Livermore, nuevo intendente, ha sabido retenerle y estimularle, dando mayor protagonismo en la temporada principal a los cantantes del Centro de Perfeccionamiento que dirige Domingo. El 'baritenor' (así se describe él mismo) madrileño, esta vez ataviado con ropajes clásicos, volverá a avivar el debate sobre sus prestaciones canoras, tan enconado en algunos sectores especializados. Al público, en contraste, no le preocupa tanto la cuestión. O sencillamente nada. Sigue hipnotizado por su carisma y su imponente presencia escénica. Lo demuestran los 20 minutos de ovación que le procuraron en el estrenó berlinés de Macbeth.
Esa jornada levantó el octavo rol verdiano en su trayectoria, en la que ha esgrimido casi 150 papeles, ha cantado en cerca de cuatro mil funciones, ha empuñado la batuta en alrededor de 600 y ha grabado más de 100 discos. Una secuencia de hitos que apabulla a cualquiera que ose sucederle. El tenor mexicano Rolando Villazón, presente en el elenco del montaje de Mussbach, donde figuraba como Macduff, lo reconocía: "En la historia de la ópera hay un antes y un después de Plácido".
Distorsionando tenuemente el coro elogioso, algunos críticos advirtieron cierta discontinuidad en el fiato, lo que deslució su faena en el apartado declamatorio, capital en esta pieza, que, como el propio Domingo reconoce, "se canta y se declama". Y también afearon la solicitud, más que puntual, de apoyo al apuntador para que le chivara las frases (pecado venial en un hombre de casi 75 años que afrontaba por vez primera un rol tan extenso). "Me tengo que ir haciendo con el papel", admitió entonces.
Confiesa Plácido Domingo que nunca pensó que pudiera adentrarse en las tribulaciones psíquicas de Macbeth. Pero una vez superadas las prevenciones, tras haber ahondado en los pliegues de su mente, le aplica una atenuante: "He estudiado a fondo esta ópera y mi conclusión es que es una víctima de Lady Macbeth, su esposa, y un instrumento que ella utiliza para alcanzar el poder. Está atormentado por haber cometido un crimen, completamente perdido. Tenía la esperanza de haber sido un buen rey y de llegar a la vejez rodeado por personas que le amasen". El papel de la instigadora, previsto por Verdi para una soprano, ha sido asignado a la sólida mezzo rusa Ekaterina Semenchuk, que ya ha intervenido en Valencia en otras dos producciones verdianas: La forza del destino e Il trovatore. Ambos estarán dirigidos por la batuta del húngaro Henrik Nánási.
Para subirse al escenario del Palau de les Arts, Domingo ha tenido que sobreponerse a un nuevo incidente físico. En octubre, durante un ensayo de Tosca en el Metropolitan, tuvo que bajarse del podio. Le llevaron a la carrera al hospital con un fuerte dolor en la vesícula, que luego le extirparían mediante una laparoscopia. Tras una semana convaleciente, volvió a empuñar la batuta en el templo neoyorquino, donde dirigió, conmocionado por los atentados de París, una Marsellesa antológica. Su portentosa energía se impuso una vez más a los achaques. Domingo asegura estar "totalmente restablecido". Aunque anímicamente arrastra otras heridas de más difícil cicatrización. "Ha sido un año muy duro, muy duro. Estoy esperando que se termine porque hemos tenido momentos muy difíciles, sobre todo lo de mi adorada hermana. Jamás pensé que se fuera antes que yo. Pero sabemos que desde un lugar privilegiado nos está cuidando. La sentimos muy cerca de nosotros".
En 2016 retomará su agenda extenuante, impropia de un hombre de su edad. Pero ya conocemos su motto, que toma del dicho inglés: "If I rest, I rust" (Si descanso, me oxido). Especial ilusión le hace volver a Miami, donde hace años que no recala. Allí, en enero, desplegará un ecléctico repertorio, combinando grandes hits de los musicales de Broadway con canciones de eterna popularidad: Granada, Bésame mucho... En febrero le espera la Scala, donde abordará I due Foscari, la misma obra que le traerá de vuelta al Real, donde, precisamente, el fallecimiento de su hermana le hizo descolgarse en el último momento de las funciones de Gianni Schichi el pasado junio. Cerrará la temporada en julio, junto a dos absolutos defensores de su leyenda y, también, de su presente: Ainhoa Arteta y Pablo Heras-Casado. La primera como Lucrezia Contarini y el segundo cumpliendo con su condición de primer director invitado del teatro, lo que implica dirigir una producción lírica al año al frente de la Sinfónica de Madrid. Ambos coinciden en que su voz, más allá de los debates técnicos sobre sus registros, se mantiene fresca y timbrada. Heras-Casado no lo duda: "Puede cantar en la tesitura que le dé la gana porque sonará convincente".
@albertoojeda77