Jonas Kaufmann en un recital ofrecido en el Teatro La Scalla de Milán

Jonas Kaufmann seguirá siendo 'el deseado' en el Teatro Real, que ve como en el último momento se cae su recital del domingo por una inoportuna sinusitis. Estaba previsto que abriese los actos conmemorativos del bicentenario del coliseo madrileño, donde sólo ha cantado una vez, en 1999. El tenor bávaro, en la cumbre del planeta lírico, hablaba con El Cultural cuando su visita a Madrid seguía en pie, una charla en la reflexionaba sobre las claves de su éxito y sus aspiraciones futuras.

Jonas Kaufmann (Múnich, 1979) viste hoy día ropajes mesiánicos en el universo lírico, jaleado con prolongadas y estruendosas ovaciones en cada escenario que pisa. Incluso cuando yerra, los aplausos se redoblan. Algo inaudito. Sobre todo en un teatro como La Scala de Milán, templo frecuentado por un público exigente, impío si el canto no se ejecuta conforme a los cánones acuñados por la tradición operística italiana. Pero cuando el tenor bávaro se trabucó con una estrofa de Nessun dorma, ya en la fase de propinas de su recital del pasado junio, a nadie se le ocurrió torcer el gesto ni proferir un abucheo. Llevaban casi dos horas extasiados con su despliegue vocal al servicio de Puccini. Y Kaufmann, además, se rehízo con aplomo y una sonrisa para desdramatizar. Retomó el hilo y clavó el final del aria más popular de Turandot. Luego vinieron 40 minutos de aclamación masiva. La secuencia la recoge la película An Evening with Puccini, que se estrenará en España el 25 de febrero.



Con ese precedente triunfal, llega al Teatro Real, donde encontrar una entrada para su recital de este domingo 10 se ha convertido en misión imposible ya desde hace varias semanas. Normal. El coliseo madrileño abre con su visita la batería de actos conmemorativos de su bicentenario. Además, Kaufmann sólo ha cantado una vez en Madrid, y fue de rebote. Ocurrió en 1999 cuando le convocaron con urgencia para sustituir a Zoltan Todorovich en La clemenza di Tito. Encarnó en una sola función al emperador romano. Luego una fractura de costilla le obligó a dar plantón en el foso madrileño nada menos que a Claudio Abbado, que le esperaba para que se metiera en la piel de Florestan en Fidelio. Esto fue en 2008.



En los años siguientes, de forma progresiva, Kaufmann se ha ido erigiendo en el tenor de tenores, sucediendo en esa posición hegemónica a Plácido Domingo. "No me corresponde a mí confirmar o desmentir la sucesión. El simple hecho de que me comparen con él ya me lo tomo como un tremendo halago. Admiro mucho a Plácido Domingo y los logros alcanzados durante su carrera son sencillamente únicos. Es un fenómeno de la naturaleza", señala a El Cultural. Hoy su corona apenas se la discute nadie. Acaso Juan Diego Flórez. Acaso Piotr Beczala. Acaso... Entramos en el terreno de lo opinable, de lo subjetivo.



Tarde mucho en superar un temor reverencial a Nessun Dorma"

La entronización de Kaufmann se asienta en una combinación de virtudes. Como su versatilidad operística, acreditada con su evolución desde tenor lírico a dramático, pasando por la escala intermedia de spinto. Su inteligencia para alternar registros más introspectivos con descargas de tempestades canoras cuando toca. Su concienzudo trabajo interpretativo. Su telegenia cercana al paradigma del latin lover. Su habilidad y solvencia con las lenguas: aparte del alemán, habla francés, inglés e italiano. "Me defiendo con el español en una conversación pero cantarlo es otra cosa", añade. Y su don para alcanzar niveles superiores tanto en la ópera como en el lied.



Una ambivalencia que le permite aventajar a la mayoría de sus competidores. Lo certifica el contraste de sus comparecencias en Milán y Madrid. Aquí desplegará sus dotes para el segundo cantando Las canciones para un compañero de viaje de Mahler, Los siete sonetos de Miguel Ángel de Britten y Las ocho canciones de la últimas hojas de Richard Strauss. Allí demostró su dominio total de la ópera, que va más allá de la ejecución musical. Su recital pucciniano delataba un conocimiento exhaustivo de la obra del compositor toscano. Aparte de desgranar sus grandes hits, también interpretó arias de sus óperas primerizas: Le villi y Edgar.



Esa visión global de Puccini quedó registrada en su último disco de estudio: Nessun dorma (Sony Classical). "La antología muestra su evolución musical. Su calidad puede advertirse ya en sus primeros trabajos. Queríamos evidenciar cómo el nivel de excelencia que lucen sus piezas de madurez, las que todos conocemos, ya estaba presente en su juventud. Caso aparte es La fanciulla del West, que presenta otro Puccini: es una partitura muy moderna, cercana a los patrones compositivos contemporáneos por sus armonías. Es muy difícil de etiquetar".



Circula en internet una especie de making of de la grabación en Roma. Al rematar Nessun dorma, vemos a Kaufmann cabecear autoafirmándose, enfervorizado, como un futbolista al marcar en el último minuto de la prórroga por la escuadra. "Pocas arias son tan apreciadas hoy día como Nessun dorma. El legendario primer concierto de los Tres Tenores se celebró sólo tres días después de que cumpliese 21 años. Me daba muchísima envidia ver a Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras cantando ese monumento. Durante mucho tiempo, no me atreví a cantarlo; su halo mágico me provocaba un temor reverencial. Pavarotti lo hizo suyo durante muchos años, imprimiéndole su sello. Quise tomarme mi tiempo, esperar a que mi voz estuviera en condiciones óptimas. Toda esa espera iba agrandando la presión sobre mí. Así que puede imaginarse la catarata de emociones que experimenté cuando la canté por primera vez con una orquesta. Eso es precisamente lo que recoge el making of".







- ¿Cómo fue el ambiente de la grabación en Roma junto a Antonio Pappano y su orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia?

- Sencillamente perfecto. Grabamos durante una soleada semana de septiembre, la mejor época para disfrutar de Roma. La mayoría acabábamos de llegar de las vacaciones. Estábamos todos descansados y muy inspirados.



La combustión con Pappano

- Su tándem con Pappano es muy sólido. Con él también acaba de grabar una esplendorosa Aida (Decca).

- Es un buen amigo y un director excepcional. Al ser hijo de un profesor de canto, creció escuchando a los alumnos de su padre, en mitad de sus clases. Luego se curtió como pianista acompañante. Sabe muy bien lo que necesitamos, identifica muy rápido nuestras dificultades. Sabe también cómo ayudarnos y sacarnos del bache. Ha sido una bendición tener la oportunidad de cantar y grabar con él buena parte de mi repertorio italiano. Es un hombre pleno de energía, una gran inspiración para los cantantes y los músicos. Es fantástico crear la música y sentirla al mismo tiempo. Y Pappano siempre propicia esa combustión mágica.



Me programaron para ser el típico tenor lírico alemán pero pronto me cansé"


Bajo su batuta, Kaufmann ha campeado en la Royal Opera House. Al Covent Garden le ha reservado su debut en algunos de sus grandes papeles: Don José (Carmen), Cavaradossi (Tosca)... Pero esta trayectoria exitosa del cantante alemán no ha estado exenta de altibajos. Le costó un tiempo ubicarse vocalmente. Le habían programado para ser el típico ‘tenor lírico alemán', con los roles mozartianos de Tamino y Don Ottavio como epicentros de su repertorio. Al principio intentó avanzar por el camino balizado por sus maestros, pero pronto se topó con un cul-de-sac.



- ¿Cuándo y cómo se dio cuenta de que no andaba bien encaminado?

- Ocurrió durante mi primera temporada en Saarbrücken. Me harté muy rápido, era incapaz de afrontar todo lo que supuestamente debía cantar. El momento más oscuro de esos años fue cuando me quedé ronco durante una función de Parsifal en la que cantaba la minúscula parte del ¡cuarto escudero! Gracias a Dios, conocí poco después a mi profesor, Michael Rhodes. Fue él quien me enseñó a cantar con mi propia voz en lugar de impostar ese cliché del ‘tenor lírico alemán'. Rhodes consiguió ‘exhumar' mi verdadero canto. Cuando profetizó que terminaría algún día cantando Lohengrin y que me contrataría el Met, no podía creerle. Pero el tiempo le ha dado la razón. Así que antes de que llegara el éxito tuve que sobrevivir a mis propios ‘años de galera'. Creo que he tenido mucha suerte en mi carrera. No tengo más secreto que el haber conocido a las personas adecuadas en el momento justo.



- Más allá del canto, de usted se valora además la profundidad de su trabajo actoral. ¿Cómo prepara los personajes?

- La ‘preparación interior' empieza ya en el momento en que estudio el papel. Es una primera aproximación más instintiva que razonada: las palabras y la música te van prefigurando automáticamente el cauce expresivo. Si cantas una frase como "Elsa, te amo" no puedes evitar que tu cara y tu cuerpo expresen la misma emoción que tu canto. Ya en los ensayos, si tienes la suerte de tener al lado a un director de escena con instinto musical, puedes utilizarlo como base para el trabajo interpretativo. Entonces te ‘calzas' el personaje y eres libre de moldearlo en cada función como si fuera la primera vez.



- El legendario Giorgio Strehler fue un maestro esencial para usted en esta faceta interpretativa. ¿Cuál fue su lección más valiosa?

- Precisamente eso: que encarnara el personaje cada función como si fuera la primera vez. Tuve la fortuna de cantar Ferrando en el Cosí fan tutte que abrió el Nuovo Piccolo Teatro de Milán en 1997. Fue su última producción operística. Tenía fuego dentro. Sus ojos eran dos ascuas. Era todo pasión y emoción. Él quería sobre el escenario personas de carne y hueso expresándose y moviéndose con espontaneidad, sin estar pensando en la necesidad de cantar bien. En realidad, sin pensar en nada. Cuando ensayamos el aria Tradito, schernito, me dio cientos de explicaciones sobre la situación emocional del personaje en ese momento. Pero al final me dijo: "No me importa cómo lo interpretes, lo principal es que el público consiga captar el mensaje de lo que está sucediendo en su interior. Y si tienes la necesidad de interpretarlo de otra manera en la siguiente actuación, ¡simplemente hazlo! ¡Crea algo nuevo en cada noche! ¡Nunca te repitas!"



El ‘Monte Tristán'

Y en eso está Kaufmann: intentando reinventarse cada función, vaciándose en cada teatro. También ampliando su radio de acción en el repertorio mediante el oscurecimiento de su voz, cada vez más densa y penumbrosa. Sus prioridades para los próximos años tienen ya nombres propios. En París cantará su primer Hofmann y en Londres se estrenará como Otello. Ambos retos los acometerá ya en la temporada 2016/17. Dice que entre sus prioridades está también Tannhäuser pero no se fija, de momento, una fecha precisa. Lo va acechando. Y de vez en cuando alza la vista y atisba la cumbre de Tristán. "Es mi Everest particular", confiesa, algo intimidado por el inhumano tercer acto compuesto por Wagner. "Veremos".



@albertoojeda77