Jonas Kaufmann. Foto: Bill Cooper
El tenor alemán es el máximo atractivo de la producción de Andrea Chénier que estrena el Liceo este viernes. La ópera de Giordano ambientada en la Revolución francesa estará dirigida en el foso por la batuta incisiva de Pinchas Steinberg.
Tres artistas han de dar juego excepcional a este dramón con la Revolución francesa como telón de fondo. Brilla el oficio de Giordano para manejar la orquesta que, en definitiva, aparece concentrada, y esto es lo que interesa al compositor desde un punto de vista dramático o, mejor, melodramático, sobre la narración y el gesto de los personajes. Tiende a la ilustración de la acción escénica antes que a una amplificación sicológica o conceptual de los acontecimientos. Las escenas de masas, en donde más se revela la estética verista, con uso más bien tosco de los bajos, de la percusión y de los efectos grandguignol, están en todo caso bien trabajadas, con una mano que pone de manifiesto, en un joven de 29 años, una aplastante seguridad y eficacia.
Hay que señalar el esmero con el que Giordano labró la vocalidad de cada una de las partes, superadas anteriores etapas. El canto quedaba reforzado por la armonía y el timbre y libre de virtuosismos a favor de “una materialidad expresiva sin vínculos formales” (Renato Chiesa). Todo ello con las debidas e importantes excepciones. Sobre estas premisas hay que observar los planteamientos de Giordano para una ópera que estrenaron tres grandes de la época: Giuseppe Borgatti (ante la defección de Alfonso Garulli), Evelina Carrera y Mario Sammarco. El carácter del instrumento de los tres protagonistas parece claro: Chénier es un tenor spinto, de amplio recorrido y penetrante acentuación, Maddalena es una gran soprano lírica y Gérard un barítono de extracción verdiana. Instrumentos que han de seguir un itinerario nada fácil que discurre por los territorios de la conversación en música (parlato, quasi parlato) y que precisa sostener la tensión desde el médium alto en donde aparecen de vez en cuando inesperadas escaladas al si natural agudo.
Timbre oscuro y baritonal
Kaufmann, con su timbre oscuro, casi baritonal, levemente engolado, puede lucirse en la piel del poeta a poco que se encuentre en condiciones. Sólo canta -esperemos que no anule- las tres primeras funciones. Sus compañeros en el reparto titular han de brillar. Radvanovsky, una lírico-spinto de amplios medios, de timbre satinado y generoso, hace su primera Maddalena en su teatro preferido. Y Álvarez, recuperado, mantiene su tinte reciamente baritonal, menos penumbroso, pero más franco de emisión, más resonante. Gérard le va muy bien, como ya ha demostrado.Entre los otros cantantes previstos para los protagonistas figuran Jorge de León, spinto broncíneo y de tremenda pegada en el agudo, y Julianna di Giacomo, soprano de timbre esmaltado y penetrante. Hay que reseñar la presencia, en el papel de Madelon, de la en otro tiempo eximia soprano Anna Tomowa-Sintow. Y algo muy importante: en el foso estará Pinchas Steinberg, un director veterano, sólido, de batuta incisiva y abarcadora, de una eficacia espartana, de una seriedad proverbial que, sin duda, otorgará colorido variado y vigor a la partitura.