Un momento de Gloriana. Foto: Javier del Real

Britten hizo un retrato troppo vero de la monarca inglesa para festejar la coronación de Isabel II en 1953. El Teatro Real lo presenta por vez primera en su escenario, el próximo jueves, dirigido por McVicar y Bolton.

Gloriana, que se presenta en el Teatro Real el próximo jueves día 12 y que estrenara en España, hace doce años, el Liceo barcelonés, es uno de los títulos operísticos menos difundidos de Britten. Incluso se la ha llegado a considerar obra maldita. Con independencia de sus valores musicales y teatrales, que los tiene, es verdad que las circunstancias de su estreno, el 8 de junio de 1953, en el Covent Garden, daban cierto pie para ello. Era resultado de un encargo hecho a un compositor ya famoso, que tenía en su haber partituras tan importantes como Peter Grimes y Billy Budd, para festejar la coronación de Isabel II de Inglaterra.



La música, de excelente factura, ilustraba un libreto bastante esquinado, que alternaba poesía y prosa, del poeta y novelista William Plomer, que trabajó sobre la base del libro de Lytton Strachey Elisabeth and Essex (1928), donde se ofrecía un retrato no muy estimulante, escasamente halagüeño, de la Reina Virgen, en el que el personaje de Isabel I quedaba crudamente retratado con sus virtudes y sus defectos; sus cambios de humor, sus enfados, sus poses tiránicas… Y sus pasajeras debilidades. Se estudian en la narración las veleidosas y tormentosas relaciones de la soberana con Roberto Devereux, Conde de Essex, un individuo ambicioso y traidor al que finalmente Isabel no tiene más remedio que enviar al patíbulo. Un tema que había sido tratado por Donizetti en su Roberto Devereux de 1837 y por el director de cine Michael Curtiz en 1939.



"Era bello, joven, arrogante y simpático, por sus maneras francas, su ánimo jovial, sus frases y miradas de adoración, su esbelta figura y noble cabeza, que sabía inclinar con tanta gentileza […]. Ella tenía entonces cincuenta y tres años, él menos de veinte, peligrosa conjunción de edades", escribía Strachey en este párrafo que Joan Matabosch, director artístico del Real, recoge en su comentario sobre la obra. La relación viene subrayada por una música en la que Britten muestra una vez más su inteligente eclecticismo, su dominio de los resortes expresivos, su buen tratamiento de la voz humana, sus dotes de orquestador y, en este caso, su conocimiento de las músicas isabelinas.







No es raro que la ópera no fuera bien acogida por el respetuoso público de la época cuando la imagen de la realeza era observada desde un prisma tan agrio, que ponía tantas miserias al descubierto. Pero hoy debemos estudiarla de una manera más objetiva y, aunque es evidente que no posee las calidades de sus dos vecinas dentro de la producción del autor, la citada Billy Budd y The Turn of the Screw, dos partituras magistrales, no deja de tener sus méritos. Aunque hayamos de reconocer también que el inicio de la obra, tan de pompa y circunstancia, no es precisamente estimulante, pese a su ropaje vocal e instrumental. Un tufillo a comedia musical se desprende de esa primera y multitudinaria escena.



Pero la habilidad y también la inspiración de Britten nos van ganando a medida que avanza la acción, salpimentada con bellas soluciones y aderezada con músicas pretéritas empleadas al modo de un moderno pastiche. Es hermosa la canción de Mountjoy del primer cuadro del acto II, integrada en una escena muy bien resuelta. El baile de ese acto deriva evidentemente de las antiguas masques de Purcell. El final de la ópera, en la que la reina expresa sus contradictorios sentimientos en un monólogo parlato, con el soporte de la voz del oboe, es sorprendente.



Qué duda cabe de que se puede establecer un paralelismo entre Elisabeth y Essex, por un lado, y Vere y Billy Budd, por otro. Relaciones contradictorias en las que late un sentimiento finalmente aplastado por el deber. Como recuerda Piotr Kaminski, parte de la crítica de la época aún fue más lejos al considerar, de manera más bien pérfida, que había indicios para entender que la ópera ofrecía la visión de un envejecido homosexual enamorado de un joven efebo…



En las representaciones del Real, que exhibe la producción de la English Opera y de la Vlaamse Opera diseñada por David McVicar, el foso estará presidido por un buen especialista en Britten, Ivor Bolton, director musical del teatro, que tan buen juego diera en Billy Budd. El protagonismo de la real dama se lo reparten dos cantantes de calidad, dos voces de soprano lírica, como la de la creadora del papel, Joan Cross: Anna Caterina Antonacci -que ha coqueteado frecuentememnte con la cuerda de mezzo- y Alexandra Deshorties. El resto del elenco, con nombres como los de Leonardo Capalbo, Paula Murrihy, Gabriel Bermúdez, Sophie Bevan, Leigh Melrose y David Soar, ofrece consistencia.