María Hinojosa en Je suis narcissiste, ópera de Raquel García Tomás con puesta en escena de Marta Pazos. Foto: Javier del Real

La historiadora Anna Beer reivindica en Armonías y suaves cantos a compositoras olvidadas durante cuatro siglos de música occidental: desde Clara Schumann y Fanny Mendelssohn hasta las italianas Caccini y Strozzi. Pura rebeldía frente a la omertá patriarcal.

Anna Beer (Londres, 1964) se remueve incómoda cuando se le pregunta si pondría ‘sus' compositoras a la altura de los grandes autores que todos tenemos en mente. Encabezar la cuestión advirtiendo que, por supuesto, la apreciación musical está muy condicionada por la subjetividad del ‘escuchante' no atenúa cierta molestia. "Ha de recordar que Monteverdi, Bach, Schumann y Mahler no fueron considerados ‘grandes' hasta que alguien reivindicó sus música", dice, con mucha razón, aunque sin cerrar el debate ontológico de la calidad intrínseca de una partitura, un elemento etéreo y esquivo situado más allá del gusto, las modas, los cabildeos, el merchandising



La historiadora británica quiere ser ese ‘agente reivindicador' clave para ocho compositoras soterradas en los últimos cuatro siglos. En su canon particular, recogido en Armonías y suaves cantos (Acantilado), figuran Francesca Caccini, Barbara Strozzi, Jacquet de la Guerre, Mariana Martínez, Clara Schumann, Lili Boulanger y Elizabeth Maconchy. También Fanny Mendelssohn, "como mínimo tan buena como su hermano Félix". Aparentemente picada, añade: "Es muy descorazonador pensar en la familia Mozart. Imaginemos por un momento que Wolfgang hubiese nacido mujer y Nannerl, hombre: quizá hoy el ‘gran Mozart' sería Nannerl y no Wolfgang, porque a este (esta) no le habrían permitido cultivar la composición sino sólo la interpretación".



Un macho alfa musical en el círculo familiar solía ser, ciertamente, una barrera definitiva. Clara Schumann desarrolló una suerte de complejo de inferioridad al medirse con su marido, Robert. Poco antes de casarse con él escribió: "Hubo un tiempo en el que yo creía tener talento, pero he renunciado a esa idea; una mujer no debe tener el deseo de componer: si ninguna ha podido hacerlo, ¿por qué iba a poder hacerlo yo?". Había digerido mal el relato sobre la genialidad de su marido. La que no sucumbió fue Fanny Mendelssohn, que siguió componiendo a pesar de que la proyección de su trabajo se encorsetó en las fronteras domésticas.



Tampoco claudicó Barbara Strozzi, a quien el ensemble Forma Antiqva acaba de conmemorar (400 años de su nacimiento) en el Festival de Arte Sacro. Según Beer, representa el modelo de superación más meritorio de todos los que saca a relucir. "La prostituyó el hombre que la crió y a pesar de sus enormes cualidades no pudo abrirse camino en el panorama musical veneciano por su sexo, pero aun así siguió componiendo, llegando a crear ocho volúmenes a cual mejor". No obstante, nunca consiguió que los juicios sobre su música se desligaran ni su sensualidad física. El retrato que pintó de ella Bernardo Strozzi, mostrando uno de sus prominentes pechos mientras blandía una viola da gamba, reforzó para la posteridad su condición de objeto sexual.



Llevaba toda la vida estudiando música clásica y apenas había oído una obra de una mujer". Anna Beer

Anna Beer lo denuncia en su documentada investigación, que tiene su origen en una carambola. La idea original de la autora de las biografía Bess. The Life of Lady Ralegh, Wife to Sir Walter (2004) y Milton. Poet, Pamphleteer and Patriot (2008) era escribir un libro sobre mujeres pioneras en distintos ámbitos. Pero el plan original lo trastocó toparse cuando lo preparaba con Francesca Caccini, la primera mujer en escribir una ópera (La liberazione di Ruggiero dall'Isola d'Alcina, 1625). "Fue en ese momento cuando me di cuenta que llevaba toda la vida aprendiendo, tocando y escuchando música clásica y, como mucho, había oído una única obra de una mujer en concierto y nunca había tocado ninguna", recuerda. Una circunstancia, por cierto, con la que se pueden identificar muchos asiduos de los auditorios españoles. Aquí sólo un 1% de las obras sinfónicas programadas por orquestas tiene firma femenina, según reveló la asociación Clásicas y Modernas en un estudio realizado en colaboración con la SGAE.



La religión y su culpa

Tras su toma de conciencia, Beer tardó todavía un poco en decidirse a hacerle justicia a estas compositoras. Fue al preguntar a músicos en activo cuando se vio obligada a lanzarse. "Comprobé que si eres parte de un determinado sector es muy difícil denunciar la discriminación sexual. Una compositora me dijo que si ella ponía el grito en el cielo, las cosas se le complicarían más todavía. Me quedó claro que alguien como yo, que no está especializada en esta área, no tenía nada que perder escribiendo un libro así". En el que, por cierto, ya en su prólogo señala a la religión como a una de las principales culpables de la opresión de la creatividad musical femenina. "Es un asunto muy complejo porque, por un lado, ha habido algunas comunidades religiosas en las que las mujeres podían componer e interpretar música. Ahora estamos descubriendo muchos tesoros en conventos de toda Europa y el Nuevo Mundo. Pero, al mismo tiempo, las tres principales religiones de la Europa occidental desencadenaron (y todavía desencadenan, en muchos casos) la desconfianza hacia las mujeres que producían música". Beer pone como ejemplo el Libro de Samuel, donde se afirma que la voz femenina es una incitación sexual. Tal estigma fundamentó la prohibición de cantar en iglesias y sinagogas. "Menos mal que luego un Padre de la Iglesia la suavizó sugiriendo que las monjas cantaran moviendo los labios pero sin emitir sonido. Un gran paso. Si una mujer cantando les parecía una amenaza, imagínese una que la creaba".



Cabe prever que la pujanza del movimiento feminista, apoyada en tan sólidos trabajos como el de Beer, poco a poco irá colocando en atriles los pentagramas de todas estas autoras, a pesar de la dificultad de expandir un repertorio monopolizado por un ramillete exclusivo de totems inmortales. Armonía y suaves cantos ya ha tenido sus efectos prácticos.



Algunos festivales y programadores se han puesto en contacto con Beer para darle forma a iniciativas con su música como protagonista. La BBC ha rodado también un documental inspirado en el libro, que, apunta Beer, añade a su lista a la compositora afroamericana Florence Price. Decisión que celebra porque considera que otra discriminación pendiente de agrietar es la racial. Quizá lo intente con un segundo volumen, que, dice, se siente tentada de escribir para dar cabida a nuevos nombres. "Todas ofrecen un relato de superación ejemplificado en la historia de la música por Beethoven, que decidió agarrar el destino por los cuernos y, después de quedarse sordo, siguió escribiendo en lugar de suicidarse".



@albertoojeda77