Accede una vez más al Teatro Real la segunda ópera de la gran trilogía verdiana de principios de la segunda mitad del siglo XIX. La dificultad de Il trovatore viene dada sin duda por el específico planteamiento de la línea vocal, que se empareja a una orquesta que avanza colores, claroscuros, penumbras y sombras. Pero la voz mantiene un absoluto respeto por los cánones del bel canto. No ya al trabajado y elaborado por los neobelcantistas Donizetti o Bellini, sino al amasado por el barroquizante Rossini.
La hábil combinación de lo antiguo y lo moderno, la síntesis de las reglas áureas y de las nuevas formas de expresión vocal determinan la grandeza y al tiempo los problemas. En cada nueva producción se abren interrogantes acerca de la prestación del elenco. La verdad es que en esta ocasión los cantantes elegidos, que conforman los tres equipos que habrán de repartirse las catorce funciones previstas, alcanzan un excelente nivel; al menos si aplicamos los baremos de hoy en día. Leonora tiene como protagonistas a Maria Agresta, una lírica poderosa y amplia, de relativas sutilezas, a Hibla Gerzmava, de penumbroso timbre y espesa coloración, y a Lianna Harotounian, de ancho espectro y robustez reconocida. Azucena estará servida por tres mezzos muy distintas: Ekaterina Semenchuk, apasionada y rotunda, Marie-Nicole Lemieux, una cumplidora todo terreno, a quien queremos descubrir en este repertorio, y Marina Prudenskaya, de algo agreste pero amplio y denso instrumento.
El teatro proyectará esta ópera en colegios y museos de más de 300 municipios
Hay dos Manricos. Son los italianos Francesco Meli, un muy lírico tenor evolucionado, de buena línea pero relativa pegada, y Piero Pretti, más oscuro y pétreo, más en su salsa dentro de unos medios aceptables, como puso de manifiesto hace dos meses en el Maestranza de Sevilla. El malvado Conde Luna se lo distribuyen el elegante y flexible Ludovic Tézier, el arrostrado y penetrante Artur Rucinski (fulgurante Enrico de Lucia la pasada temporada) y el más irregular y menos refinado, aunque provisto de buen caudal, Dimitri Platanias. El eficiente y más bien plano Roberto Tagliavini será, una vez más, Ferrando. Cassandre Berthon es Inés. Una pena que a dos tenores llamados a mayores conquistas, como el mexicano Fabián Lara, de espectro generoso de lírico auténtico, y Moisés Marín, estupendo estilista, lírico-ligero con muchos posibles, se les arrincone en dos partiquinos como Ruiz y un mensajero.
Francisco Negrín, presente hace años en el Real, un artesano de buen gusto, firma una coproducción en la que intervienen asimismo la Ópera de Montecarlo y la Real Ópera Danesa de Copenhague. El siempre eficiente Maurizio Benini, un maestro discreto y competente, de los que sabe respirar con las voces y articular un discurso proporcionado y coherente, sin innecesarios y caprichosos cambios de tempo, se instala en el foso.
Prometedoras representaciones, pues, que van a tener un importante eco y una divulgación bien planificada a través de las actividades que se han tejido en paralelo. Así, se ha organizado una transmisión para todo el mundo a través de Facebook, Palco Digital y Operaplatform de Opera Europa –¡milagros de la técnica!– y en más de 300 municipios de España, incluyendo todo tipo de lugares públicos y recintos, como iglesias, colegios y aeropuertos. Además, el Palacio de la Alfajería de Zaragoza organizará visitas especiales a la Torre del Trovador, lo que se complementará con conferencias alusivas y exposiciones, una de ellas en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.