No hay duda de que Rinaldo, que data de 1711, es una de las óperas más famosas de Haendel; para algunos a la que en mayor medida le puede corresponder ese título; aunque, y en eso parecen estar de acuerdo los especialistas, no la mejor; ni siquiera una de las mejores. Son superiores a ella obras de madurez como Giulio Cesare, Rodelinda, Partenope, Orlando, Ariodante, Alcina o Serse. Pero fue un auténtico aldabonazo en su momento, poco después de que el compositor aterrizara en Londres tras sus primeros escarceos en Alemania y su estancia en Italia, a donde llegó, proveniente de Hamburgo, en 1706.
Tan lucido y taquillero título se presenta por primera vez (6, 8, 10 y 12 de este mes) en una temporada de la Ópera de Oviedo. El proyecto se ha confiado a Aarón Zapico, clavecinista y director, que forma con sus dos hermanos, los gemelos Pablo y Daniel, la ya acreditada agrupación Forma Antiqva, de constante y productiva actividad en distintos frentes, una de las más laboriosas de nuestro país. Entre los ocho cantantes que intervienen en la ópera haendeliana destacamos a la experta mezzosoprano Vivica Genaux, una especialista conocedora de las técnicas más depuradas del canto barroco que encarnará a Rinaldo. Su timbre, algo velado, no es realmente bello, pero domina este tipo de cometidos y resuelve magistralmente las más espinosas agilidades. Recordemos que la parte fue destinada en su estreno al castrato Nicolò Grimaldi, conocido como Nicolini o cavalier Nicolino, un auténtico divo, una voz extraordinaria.
En el doble papel de Armida y de Sirena encontramos a la soprano española Carmen Romeu, de instrumento lírico tan bien puesto y de tan atractivo y rico timbre. A su lado, la mezzo Paola Gardina (Goffredo), la soprano Lenneke Ruiten (Almirena/Sirena), el contratenor Rupert Enticknap (Eustazio), el bajo-barítono, ya veterano (Matthew Brook), el barítono César San Martín (Mago cristiano) y la grácil soprano María Martín (Sirena). Kobie van Rensburg se ocupa de la escena. En el foso la Oviedo Filarmonía, que habrá de atarse los machos para encontrar, bajo el mando de Zapico, la destilada y transparente sonoridad exigida.
Hay que considerar que en ésta, como en otras óperas, en su perenne búsqueda de los efectos vocales más impactantes, Haendel planteó grandes exigencias, no sólo a la orquesta sino también a los solistas vocales. Se hacía llamada a los principales recursos de un belcantismo que empezaba a adquirir por entonces su sazón y que venía de la mano de los adalides de las escuelas de canto, que establecían las sacrosantas reglas áureas que habrían de regir y enaltecer ese arte. Rinaldo sería un estupendo banco de pruebas. Su página más famosa es el aria Lascia ch’io pianga, procedente de Almira y de Il trionfo del tempo e del disinganno. Típico ejemplo de aria tranquila, de curso spianato, que necesita de ese canto legato tan característico, de esa suavidad emisora que convertía la voz en un instrumento irresistible y de esa sutileza acentual para resaltar, por ejemplo, la bellísima inflexión en la repetición de la frase e che sospiri… la libertà.