Vuelve este sábado al Liceo de Barcelona una de las grandes obras maestras de Verdi, Otello, penúltima de sus óperas y siempre un reto para el tenor protagonista, que ha de poseer, en puridad, una auténtica voz di forza, un instrumento heroico, voluminoso y resonante, que, he ahí otro de sus problemas, ha de disponer de un registro de lírico para resolver las exigencias que a este respecto le pide en ciertos instantes la partitura. Dos nombres se alternan en el cartellone para acometerlo: Greogry Kunde y el canario Jorge de León.
El primero comenzó su andadura, hace ya 40 años, como tenor ligero o lírico-ligero. Paulatinamente fue escalando estadios vocales hasta convertirse en lo que es ahora, un spinto caudaloso, aun cuando, claro está, los años no hayan pasado en balde y se enfrente ya a algunos problemas de apoyo y afinación. El segundo era un lírico bien esmaltado en origen. Su envergadura vocal ha ido ganando enteros paulatinamente. Posee un agudo demoledor, bien puesto. Canta con corrección, aunque sin los claroscuros que pide el personaje del Moro.
Verdi ensaya un lenguaje nuevo, lleno de fuerza y color, conectado con alguno de los rasgos de esa música del porvenir
En todo caso los dos pueden dar buen juego en el servicio a una obra en la que Verdi ensaya un lenguaje realmente nuevo, lleno de fuerza y de color, conectado con alguno de los rasgos de esa música del porvenir que tanto aplaudían algunos en la Italia de la época. El compositor fabrica un auténtico continuum exento de números por completo. Es de resaltar la destreza para combinar la estructura típicamente italiana de la frase más larga precediendo a la más corta con los recitativos casi continuos, siempre cantados, nunca hablados o declamados.
Es por todo ello una composición fundamental, que plantea importantes retos también para el resto de las partes principales, que aquí parecen estar estar bien servidas. Las dos Desdémonas son Krassimira Stoyanova, una lírica plena con ribetes de spinto de voz reluciente y extensa, y Eleonora Buratto, que en los últimos años se ha pasado, con armas y bagajes, desde lo lírico-ligero a lo lírico. Es musical, aunque quizá sin la pegada de su colega. Dos competentes barítonos encarnan al maquiavélico Iago, Carlos Ál- varez y Zeijko Lucic. Voces de carácter, más oscura y plena, de metal más rico, la del español; más flexible y cambiante, también más mate, la del serbio. La producción proviene de la Bayerische Staatsoper y lleva la firma de Amélie Niermeyer. Este montaje, estrenado en Múnich en 2018, intenta mostrar la esencia del texto de Shakespeare y pone el foco en la figura de Desdémona, lo que ayuda a subrayar el feminicidio y la misoginia con gafas del realismo moderno. Habrá que ver cómo la regista le mete mano a una cuestión tan candente sin traicionar —he ahí el peligro— las propiedades y las virtudes de la ópera.
No cabe duda de que otro de los atractivos de las funciones es la presencia en el foso de Gustavo Dudamel, que ya se había hecho notar en Barcelona como buen director verdiano con un Trovador en versión de concierto. Aquí tiene otro miura muy distinto. Su técnica movediza, su decidido impulso, el apasionamiento que muestra en sus interpretaciones son sin duda una garantía siempre que temple sus ansias de querer expresarlo todo a borbotones. Se prevén unas suculentas sesiones de ópera verdiana bien aderezada.