Una bandera de Ucrania ha cubierto esta noche el cadáver de Sigfrido en el Teatro Real. En la última representación de El ocaso de los dioses, la ópera que cierra la monumental tetralogía wagneriana El anillo del nibelungo, el elenco ha tenido esta muestra de solidaridad con el pueblo ucraniano ante la invasión rusa.
El emotivo gesto, que según fuentes del Teatro Real ha sido idea de los propios artistas, se ha producido en el tercer y último acto de esta ópera de más de cuatro horas de duración dirigida musicalmente por Pablo Heras-Casado, cuando entra el cortejo fúnebre con el cuerpo inerte del protagonista, interpretado por el tenor austriaco Andreas Schager. La bandera ucraniana ha permanecido desplegada sobre su cuerpo en todo momento mientras estaba en escena.
Este homenaje simbólico hacia las víctimas de la guerra iniciada por Putin está en sintonía con el enfoque antibelicista y ecologista adoptado en este montaje de la tetralogía wagneriana por el director de escena, Robert Carsen. El argumento original, basado en las sagas islandesas y en el Cantar de los Nibelungos, muestra la lucha de poder entre seres divinos, pero Carsen lo trasladó al contexto humano. Según declaró el director en 2019, con motivo del estreno de la primera parte, El oro del Rin, la obra “trata de la humanidad, de su capacidad destructiva y de su capacidad de redención, de cómo somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos, pero, desgraciadamente con más frecuencia, también lo peor [...]. La destrucción que genera la codicia, la ambición y la crueldad humanas está ahora más presente que nunca”.
Con motivo del estreno de esta última parte de El anillo del nibelungo en el Teatro Real, el director de escena volvió a hablar de la obra como símbolo de la decadencia humana: “La idea del Anillo, por desgracia, aún se corresponde con nuestro mundo. La búsqueda de poder, ambición, la destrucción de la Tierra, la guerra…”. No obstante, se esfuerza por extraer de la obra un mensaje positivo: “El fin de Sigfried nos hace comprender que algo nuevo debe suceder, por lo que la esperanza subyace al final”.
Para asegurarse de que el mensaje cale en el público, Carsen se esfuerza en “crear personajes que sean reconocibles, no fantasías de ciencia ficción”. Y esta noche más que nunca la representación, revestida con el homenaje simbólico de sus intérpretes hacia el pueblo ucraniano, se ha vuelto tan real como los combates en las calles de Kiev.