El Real acoge, los días 6 y 9 de mayo, en versión concertante, una auténtica rareza, Siberia, de Umberto Giordano, un compositor bien asentado en un estilo verista, el que había ya impuesto en dos importantes obras como Andrea Chénier (1896) y Fedora (1898), que sin duda iban a marcar una trayectoria, un estilo acuñado a partir de los iniciales escarceos de Mascagni, con Cavalleria rusticana (1890), y Leoncavallo, con I pagliacci (1892), que cumplían los requisitos que no sin humor enunciaba Bruno Poindefert a la hora de crear una ópera verista: “Se trata de buscar una historia de una extrema simplicidad, más próxima al desenlace que al desarrollo propiamente dicho de un argumento, con algunas escenas de multitud, una dosis de erotismo y dos dosis de celos y de violencia”.
Curiosamente, la nueva partitura, que seguía esos pasos, estrenada en La Scala de Milán el 19 de diciembre de 1903, recreaba un argumento y unas situaciones heredadas de Fedora, que transcurría igualmente en Rusia. Giordano utilizó una historia escrita por la pluma de Luigi Illica, uno de los dos habituales libretistas de Puccini, que aquí actuó en solitario. El asunto tiene relativo interés y en él se establece una vez más un triángulo amoroso; en este caso el dibujado por Stephana, que es la consentida del príncipe Alexis, el joven oficial Vassili, ignorante de su condición, y Gléby, que es el amante de la joven. Un tejido que recuerda al establecido en la ópera de Donizetti La favorita y que conduce, tras diversas y algo gratuitas vicisitudes, a la tragedia final, con la esperada y lógica muerte de Stephana. Un libreto muy flojo sobre una anécdota convencional y poco trabajada.
Pero subsiste la música que, aunque dista de alcanzar el nivel de la de Andrea Chénier o de Fedora, no deja de tener puntos de interés envuelta como está en ese típico clima verista giordanesco mezcla de atmósfera de salón y de pasiones belicosas vividas por personajes de cartón piedra. El título inicial de la obra iba a ser La donna, l’amante, l’eroina. Porque la protagonista es, en efecto, las tres cosas al tiempo.
La música mantiene abundantes parentescos con la de Fedora, aunque emplea en mayor medida, y abiertamente, temas rusos. Son reconocibles los del famoso himno Slava, ya utilizado por Beethoven en su segundo Cuarteto Razumovsky y por Músorgski en la escena de la coronación de Boris Godunov. Incluso es posible reconocer el no menos célebre de los Bateleros del Volga. E incluso el de la canción popular empleada por Chaikovski en su Obertura 1812.
Lírica plena
Los creadores en 1903 de los tres papeles principales fueron tres insignes y famosos cantantes: la soprano Rosina Storchio (Stephana), el tenor Giovanni Zanetello (Vassili) y el barítono Giuseppe de Luca (Gleby). En los dos conciertos del Real se anuncian voces no de la misma alcurnia pero de las más acreditadas a día de hoy. Sonya Yoncheva, ya triunfadora en el mismo escenario en más de una ocasión, por ejemplo en Il pirata de Bellini, será la protagonista. Su voz, de lírica plena con toques spinto, es satinada, extensa, bien emitida y controlada gracias a una respiración muy canónica. Murat Karahan, un spinto de buena zona aguda aunque de emisión bastante nasal, será Vassili, y el cumplidor George Petean, barítono más bien opaco, pondrá voz a Gleby.
Domingo Hindoyan, un director aseado y musical, habituado a estos trances de un elemental verismo, estará en el podio directorial. Un buen equipo de secundarios hispanos (¡bien!) completa el reparto: Mercedes Gancedo, Alejandro del Cerro, Albert Casals, Tomeu Bibiloni y Fernando Radó.