Una de las novedades de la temporada del Teatro Real que ahora llega a su término es la ópera Hadrian, segunda y última por ahora de las escritas por el cantautor y compositor canadiense Rufus Wainwright (1973), que con ella ha demostrado un inesperado talento surcando las procelosas aguas del mundo lírico. Aunque ya lleva años dando muestras de su inventiva para aventurarse en los más variados territorios de la música ligera, en los que ha sentado su reales como creador de cálidas melodías, que canta con una voz suave y bien modulada, no impostada pero templada y sugerente.
Tras su primera ópera, Prima Donna, que no tuvo gran éxito, probó fortuna con Hadrian, con libreto de Daniel Mcivor, estrenada en Toronto el 13 de octubre de 2018. En ella el emperador romano Adriano, desolado tras la muerte de su amante Antínoo en el Nilo, está confuso y no acierta a resolver sus asuntos de Estado, que en ese momento le son ajenos.
Escapando del presente logra averiguar la verdad sobre la muerte de Antínoo. En las postrimerías de su vida comprende que lo más importante es haber amado. Wainwright, que parece decidido a seguir hurgando en el mundo operístico, plantea una partitura que sigue a grandes rasgos la senda de un minimalismo desacomplejado.
El limpio trazo, libre de complejidades de Wainwright, crea con sencillez un mundo mágico de fácil acceso
El limpio trazo, libre de complejidades, de la mano musical de Wainwright, crea con sencillez un mundo mágico de fácil acceso, bien coloreado y perfilado. Lo que falta de profundidad, de contrastes dramáticos, de solidez y densidad se suple con el encanto y la fantasía de la imaginación del músico. Es una pena que en las funciones previstas en el Real (Universal Music Festival) y en el Festival de Peralada de esta curiosa partitura, los días 27 y 29 de julio, no se cuente con la versión escénica, que en su día vistió la ópera de los mayores lujos.
Se ofrecerá semiescenificada de acuerdo con el planteamiento inicial de Jörn Weisbrodt y la dirección musical de Scott Dunn. Las imágenes son del afamado fotógrafo Robert Mapplethorpe, cuya fundación colabora con el espectáculo.
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Aun así valdrá la pena seguir al agradable fluir de esos pentagramas, tan excelentemente esculpidos por el talento de Wainwright, uno de los músicos pop-rock de mayor formación y de inesperada creatividad. Él, que es un buen cantante de folk y de las habituales piezas salidas de su magín, sabe tratar también las voces impostadas, que parecen encontrarse a gusto con su emanación natural. Podremos escuchar algunas bastante relevantes en estas dos citas españolas.
El papel de Adriano fue escrito para su creador, el insigne y ya veterano barítono estadounidense Thomas Hampson, un lírico flexible, expresivo, de emisión fácil y natural, que repite en esta doble ocasión española. A su lado, aparecen la soprano Ainhoa Arteta (Plotina), el tenor Santiago Ballerini (Antínoo), el bajo Rubén Amoretti (Turbo), la soprano Vanessa Goikoetxea (Sabina) y el tenor Alejandro del Cerro (Trajano). En papeles menos relevantes figuran Pablo García-López, Vicenç Esteve, Gregory Dahl, Josep-Ramón Olivé y David Lagares.