Este domingo, 10 de septiembre, inicia su temporada nº 76 la Ópera de Oviedo, en el Teatro Campoamor, como es tradición, un marco de ropajes adecuados para las manifestaciones líricas de tronío. El título de apertura es Manon de Massenet, partitura siempre bien recibida por sus indudables valores. Obra delicada, irregular, a veces superficial, pero hábilmente construida en torno a una cortesana llena de encanto, apasionada y veleidosa.

El compositor, especialmente cultivado y degustado por la burguesía, solía poblar muchas de sus óperas de hermosas mujeres, no siempre de buena vida y con frecuencia arrepentidas. Ahí están para corroborarlo esas a veces entrañables, pese a sus culpas, Manon, Herodiades, Thais, Cleopatra, Ariane…

Habitualmente, señalaba no sin ironía Paul Henry Lang, “nos encontramos exactamente con las mismas bellezas con olor a lavanda, pero, después de todo, la melodía es más fuerte que la historia". He ahí la gran de arma del compositor, aparte un gran oficio y un excelente conocimiento de la voz: la melodía con la que fijaba los instantes claves de sus óperas y captaba al oyente.

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Esa melodía “afable y perfumada”, era, en efecto, el recurso principal de frases insinuantes, flexibles, y fragmentadas. Era la gran baza del autor. El papel estelar, creado por Marie Heilbron la noche del 19 de enero de 1884 en la Ópera Cómica de París, es adecuado para una soprano lírica o lírico-ligera como Sabina Puértolas, que es más lo segundo que lo primero.

La cantante aragonesa está en un magnífico estado de forma y controla su satinado instrumento con soltura, propiedad y donosura. El personaje le va como anillo al dedo por gracia, por apostura, por ese indefinible y valioso toque femenino tan inasible. También porque le da pie para explayase expresivamente y exhibir su exquisito arte de canto. El aria Adieu ma petite table y la Gavota le permiten lucirse a conciencia.

Una escena de 'Manon'

Producción con buenos mimbres

El personaje de Des Grieux encaja en un tenor más lírico que ligero que ha de afrontar momentos tan memorables como el famoso Sueño, página de rara exquisitez, y la apasionada aria Ah Fuyez, Fuyez! de San Sulpicio. Celso Albelo posee en estos momentos el instrumenro adecuado: bien emitido, con ligeras zonas algo mates en el pasaje, extenso, grato de color, variado de acentos, y resuena con fulgor en agudos y sobreagudos.

El rotundo y ya veterano bajo Roberto Scandiuzzi será en esta producción el Conde Des Grieux, y Lescaut, hermano de Manon, el barítono Manel Esteve. Con ellos se alternan la soprano Alexandra Nowakowski, el tenor Juan Noval-Moro, el bajo Frederic Jost y el barítono César San Martín, también buenos profesionales.

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El resto del reparto lo constituyen el tenor Moisés Marín (Guillot de Morfortaine), el cantautor Pablo López (puede irle bien la parte de De Brétigny) y cuatro nombres asturianos: Abraham García, bajo-barítono (Posadero, Portero, Crupier); Ana Nebot, soprano; María Heres y Serena Pérez; mezzos (Poussette, Javotte, Rosette).

La producción la firma el también asturiano y siempre creativo regista Emilio Sagi y se hace en colaboración con el Teatro Municipal de Santiago de Chile y la Ópera de Tenerife. Escenografía de su habitual colaborador Daniel Bianco, que en breve dejará su puesto de director artístico del Teatro de la Zarzuela de Madrid.

La batuta estará en las manos del portugués Nuno Coelho, efusivo y colorista, actual titular de la Orquesta Sinfónica del Principado, que estará en el foso. El Coro es el del teatro ovetense. Buenos mimbres, pues, para esperar unas excelentes noches de ópera.