En 1981 el teatro de la calle de Jovellanos (ahora Plaza Teresa Berganza en el segmento ensanchado frente al coliseo) acogió el estreno de la ópera Fuenteovejuna de Moreno Buendía. Un título y un tema que muchos años después empleó el asturiano Jorge Muñiz en otra obra lírica presentada en el Campoamor de Oviedo. Vuelve la literatura del Fénix de los Ingenios al edificio madrileño con otra ópera de nueva creación: El caballero de Olmedo, escrita por Arturo Díez Boscovich sobre libreto de Lluís Pasqual, que estará al frente de la producción escénica.
Con este título, fruto de un nuevo encargo, cierra sus temporadas al frente del Teatro Daniel Bianco, siempre preocupado por recuperar títulos de nuestro acervo lírico –La Celestina, de Pedrell; Marianela, de Jaime Pahissa; Circe, de Chapí; Juan José, de Sorozábal; Tabaré o Farinelli, de Bretón, entre ellos– y de crear otros de nuevo cuño –Policías y ladrones de Marco; María Moliner, de Parera Fons; La casa de Bernarda Alba, de Ortega; Tres sombreros de copa, de Llorca; o la más reciente Trato de favor, de Vidal–, lo que ha marcado una importante seña de identidad de la institución, que se ha mostrado así viva, creativa y dinámica.
Se sigue pues por el buen camino –el que se pide a un teatro público responsable– con este encargo a músico de tan variada gama expresiva que es Arturo Díaz Boscovich, un resuelto director y creador, vertido fundamentalmente hasta hace poco en la dirección y composición de música cinematográfica. Posee un sólido oficio y se mueve a veces de manera espectacular, en el terreno de la tonalidad. Ha tenido muy clara su misión y cómo llevarla a cabo, entusiasmado con ella desde el primer día y en la que ha desplegado toda su inspiración sobre la base de la estética que defiende desde hace tiempo.
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“Es la que suelo emplear en toda música que escribo”, afirma. “Se basa en un principio clarísimo que uno de mis referentes, Antón García Abril, siempre me transmitió: la música es una forma de comunicación entre los seres humanos. Si esa forma de comunicación es alterada o magnificada por el deseo de epatar, que han tenido algunos creadores, ya no funciona”. El compositor sabe quiénes son sus referentes, siempre dentro del mundo de la ópera y ha amado sobre todo a Erich Korngold y Giacomo Puccini, que han sido los compositores de los que más ha aprendido. Entre otras cosas, “la capacidad que tiene la orquesta de comunicar al oyente mucha más información dramática de la que se podría esperar. Cómo la orquesta, casi como un personaje más, nos habla y nos puede llevar al delirio más absoluto, tanto en plenitud de alegría como al más oscuro sentimiento de tristeza”.
Reconoce haber vivido una aventura apasionante en busca del contacto con el público y del sentimiento a flor de piel; algo que debe reconocerse vivamente en una tragedia tan dolorosa como la que se canta y en la que ha colaborado tanto y tan conscientemente Lluís Pasqual, director de escena que ya ha puesto en marcha previamente otras tres producciones de la obra de Lope, que conoce y ama como nadie. ¿Quién mejor que él para preparar y convertir en libreto operístico la obra?
El estigma al otro
Para Pasqual, estamos ante “la historia más bella de nuestra lírica sobre el amor y el dolor de su ausencia. Pero el gran pecado de Alonso, nuestro Caballero, el que va a acarrear su muerte, no es solo haberse enamorado de Inés y ser correspondido por esta, lo cual va a encender los celos de Rodrigo, su pretendiente en Medina; ni siquiera ser mejor que su contrincante en el lance de los toros, sino el haber osado hacer todo eso habiendo nacido en el pueblo de al lado, Olmedo, y por lo tanto pertenecer al ‘otro bando’, como diría Lorca siglos más tarde en Bodas de sangre”.
La musicóloga Carmen Noheda, autora de un magnífico texto sobre la composición y sus antecedentes nos avanza que a lo largo de la obertura y las ocho escenas previstas van surgiendo, en ese “vaivén del vivir y morir” adaptaciones de músicas populares, “ecos de valses, fandangos o danzas ‘antiguas’ que Díez Boscovich devuelve a la circulación como hiciera Lope con el cantar del caballero”. Y refiere “el amor de ultratumba del Tristán e Isolda wagneriano, con su despliegue de leitmotiven asociados al sino de don Alonso, a la intensidad amorosa, a la presencia de Inés, a los solos de violín y tritonos que conducen las intrigas de Fabia; a los ritmos amenazantes y clusters que tensan el asalto mortal de don Rodrigo”.
El experto Guillermo García Calvo, director musical del teatro hasta hace muy poco, gobernará el foso. Es director capaz de desentrañamientos y de nuevas propuestas. El reparto parece reunir garantías. Aparece encabezado por el punzante tenor hispano puertorriqueño Joel Prieto (Don Alonso), de maneras aguerridas y timbre penetrante. Como el de la soprano ligera Rocío Pérez (Doña Inés), de instrumento delgado y esbelto. A su lado Germán Olvera, barítono de raza. Se alternarán con Juan de Dios Mateos, Alba Chantar y Ramiro Maturana respectivamente. Estarán cortejados por otras voces españolas de verdadera solvencia: Berna Perles, Gerardo Bullón, Rubén Amoretti. Y la caleidoscópica soprano alemana Nicola Beller Carbone.