Hace pocos años subía al escenario del Festival de Perelada la ópera Orlando de Haendel. El acontecimiento se presentaba con una original producción –como todas las suyas, bastante discutida y discutible– del andaluz Rafael R. Villalobos, que jugaba con referencias literarias y cinematográficas tratando de recuperar la esencia de los primeros años del siglo XX protagonizados por el famoso Grupo inglés de Bloomsbury agavillado en torno a la escritora Virginia Woolf.
No será menos rompedora la propuesta que ha hecho en torno a esa obra maestra el visionario Claus Guth, del que tenemos buen recuerdo en Madrid tras contemplar sus particulares visiones de Rodelinda de Haendel y Parsifal de Wagner; ambas, como tantas salidas de sus manos, presididas por una enorme plataforma giratoria. Menos convincentes nos han parecido otros montajes contemplados más allá de nuestras fronteras (La bohème en París, Salomé en Berlín). En Orlando, el regista convierte al protagonista en un veterano de guerra con estrés postraumático incapaz de hacer frente a la realidad (remite a De Niro en Taxi Driver).
La ópera ya se sabe que es adaptación de un antiguo libreto de un colaborador de Haendel, Carlo Sigismondo Capece, ilustrado en 1711 por Domenico Scarlatti. Es la última ópera dedicada al gran castrato Senesino, rival de Farinelli en aquel Londres en el que vio la luz la obra el 27 de enero de 1733, en el King’s Theatre. Sería una de las óperas más frecuentadas del autor. Marcaba sin duda un retorno a la ópera mágica y por tanto una aproximación a otras como Rinaldo o Amadigi. Alcina, en 1735, seguiría la misma tónica. La obra mezcla lo serio y lo bufo, pero puede calificarse de ópera fantástica, romántica y psicológica, en la que el autor se aventura en territorios inexplorados.
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Orlando es un personaje contradictorio, que dispone de números musicales que tocan los afectos más diversos, de las arias de carácter heroico hasta las meditativas. Siempre se ha alabado como uno de los momentos más logrados la escena de la locura del final del segundo acto en la que el protagonista, alterado al contemplar los nombres de Angélica y Medoro grabados sobre los árboles, se imagina que se encuentra en el infierno. Acomete primero un recitativo accompagnato, Ah! Stigie larve!, de gran originalidad, vigoroso, cada vez más lento, con armonías ambiguas y cambiantes. La última sección viene constituida por un rondó, de línea bastante simple, aunque lleno de emoción, que adopta un ritmo de gavota.
El reparto anunciado lo comanda el excelente contratenor Christophe Dumaux, a quien sustituirá el 10 de noviembre el valeroso Gabriel Díaz, sustituto a su vez de Fagioli hace unos meses en Achille in Sciro de Corselli. Aparecen junto a ellos las sopranos Anna Prohaska, experta en estas lides, y Francesca Lombardi Mazzulli (10 de noviembre). Intervienen asimismo Anthony Roth Costanzo, Giulia Semenzato y, esto es importante, como Zoroastro, el expresivo barítono Florian Boesch, bien conocido de nuestros amantes del lied. Al frente de todo ello, en el foso, Ivor Bolton, a quien se le suelen dar bien este tipo de creaciones. Francesc Prat ocupará su puesto el 10 de noviembre.