Abucheos en el estreno de 'Madama Butterfly' en el Teatro Real: no había nueces para tanto ruido
La estrepitosa pitada que recibió el estreno de la producción de Damiano Michieletto, una de las versiones más agudas de la ópera de Puccini, fue injusta y marciana.
A uno, que ya lleva unas cuantas funciones a las espaldas y que ha visto casi de todo (asumiendo que el casi es lo que queda por ver) le resultó inexplicable, injusto y muy marciano el ruidoso abucheo generalizado que la producción de Madama Butterfly de Damiano Michieletto recibió por buena parte del público en el estreno de esta última producción en la temporada 23-24 del Teatro Real, dedicada en memoria de Victoria de los Ángeles.
Por supuesto el público, cada espectador, es libre de decidir si le gusta o no lo que ve y manifestarse todo lo ruidosamente posible que considere. No será uno el que ahora critique el libre albedrío al abucheo del que además ha pagado muy cara su entrada -los precios de las funciones de estreno en el Teatro Real son probablemente las más caras de cualquier teatro de ópera, exceptuando la Prima de la Scala el 7 de diciembre-.
Pero hombre, en este teatro se han visto, sin ir más lejos en esta misma temporada, propuestas más fallidas, desangeladas, incoherentes e incluso feas que esta interesantísima Butterfly… y la gente ni se inmutó. Pero dicho esto, a uno lo de Michieletto le parece una de las más agudas Butterflys que ha visto en unos cuantos años.
Muy inteligente y oportuno trasladar la escena a un ilocalizable callejón asiático (uno podría pensar en Bangkok, por ejemplo) donde mostrar la realidad del turismo sexual no está nada desacertado y encaja con el fondo (quizá no, con la forma) de la historia de Cio-Cio-San.
Cierto es que no hay cerezos, ni paredes de papel de arroz, ni tatamis ni ikebanas ni kimonos en esta Butterfly, pero el regista italiano podría haber sido mucho más duro, explícito y descarnado. Podría haber aprovechado la traslación para mostrar realmente lo que se cuece en ese terrible submundo de la explotación sexual pero se quedó corto, quizá por evitar el abucheo que luego acabó por llegar.
Si de algo peca Damiano Michieletto es de cierto estatismo, pasado el pasmo inicial, tras levantarse el telón y los primeros minutos de función con Pinkerton llegando en su coche con pinta de vendedor de coches usados de Milwaukee.
En la primera parte hay más sorpresas que en esa segunda parte en la que escénicamente la propuesta llega a cansar por agotamiento. Es la única pega que uno le pondría: el abandono visual en los actos 2 y 3 en los que escénicamente no pasa realmente nada, los neones y los carteles publicitarios son los mismos o se parecen mucho y el vestuario es bastante anodino, por no decir plano.
Pero el trabajo dramático de los personajes es muy interesante, incluyendo la sorpresa final, que puede generar un debate sobre si finalmente Cio-Cio-San muere como una "vera sposa americana" o recupera su dignidad japonesa.
Si llega a saber Michieletto la que se le venía encima podría haber echado más carne (textual) al asador, más crudeza que pusiera de manifiesto que lo que hacía Pinkerton, alquilar una casa con una mujer con la que tener sexo no consentido, no ha cambiado mucho hoy día, con miles de hombres que diariamente acuden al sudeste asiático a encontrar sus particulares Cio-Cio-San.
Además, en la producción de Michieletto aparecen aquí y allá ideas muy bien traídas: el bulling al niño diferente, con ese pelo rubio y esos ojos azules en un mundo de rasgos asiáticos, la excelente caracterización de Kate o la presencia de un petirrojo en su jaula. Por lo visto, uno vio cosas que otros no vieron o no vio lo que otros vieron. Pero insisto: la producción no da para tanta polémica. Ni siquiera dio para poca polémica.
En la parte musical los reconocimientos fueron mucho más sensatos. La triunfadora absoluta de la noche fue una Saioa Hernández en plenitud. Va siendo hora que esta espectacular soprano madrileña sea profeta en su tierra y esta Butterfly se lo merece. Grandísima cantante, con un fraseo algo irregular y poco nítido pero que no desluce el inmenso trabajo vocal: zona media pletórica, seguridad y fiereza en la zona alta y una emocionante vis escénica.
Lucas Meachem, el cónsul Sharpless, elevó la categoría de este personaje que suele quedar menor cobrando un protagonismo inaudito por la belleza y potencia de la voz, por la elegancia y la nobleza que transmite en el personaje.
El pobre Matthew Polenzani tuvo la mala suerte de un Pinkerton, el personaje menos agradecido de la historia de la ópera. Todo está mal en este personaje: la chulería y arrogancia del primer acto, la naif estupidez que acaba desembocando en una pobreza emocional en el tercero, con ese explícito reconocimiento de su cobardía. Hay que tener ganas para aceptar este rol, en el que tan difícil es salir indemne y solo con una irreprochable línea vocal y presteza en la primera parte se puede enjuagar la noche. No fue así en el caso de Polenzani, que mantuvo una digna pero no brillante interpretación.
Mención aparte a los estupendos comprimarios de la función: la presencia y voz de Silvia Beltrami (¡qué Suzuki! ¡magnífica!), un brillante Fernando Radó como tío Bonzo y una muy buena Kate, personaje que literalmente tiene una frase, o dos, pero que destacó la presencia de Marta Fontanals-Simmons.
Como viene siendo habitual, Nicola Luisotti desde el foso estuvo inmenso, elegante, lírico y muy generoso con los cantantes. Desde el mismo arranque se notó que el conductor italiano ama apasionadamente esta partitura y la vive intensamente. Supo ensamblar las líneas más sentimentales con cuidado, sin caer en ñoñerías sino con una enorme sensibilidad y se desató en los momentos más dramáticos: la llegada de tío Bonzo, las menciones al padre suicidado y ese clímax final que nos dejó boquiabiertos.
El Teatro Real ha programado un enorme racimo de funciones -hasta el 22 de julio- con tres repartos a cuál mejor. Sin duda Hernández fue una gran Cio-Cio-San, pero ojo con la soprano americana de ascendencia cubana Ailyn Pérez -una voz gigantesca con una vis escénica que será interesante ver-, o con Lianna Haroutounian, una de las voces más interesantes y prometedoras de su generación y que llega a Madrid tras triunfar como Madama Butterfly en Genova, rol que cantará próximamente en el Royal Opera House de Londres, o con Alekasandra Kurzak, soprano polaca ya conocida y admirada en el Teatro Real.
Entre los Pinkerton, no perderse a Michael Fabiano, gran tenor muy querido en Madrid que probablemente dará lo mejor de su voz para este rol tan desagradecido, o Leonardo Capalbo, al que escuchamos ya en Madrid en la Gloriana de hace unos años o junto a Ermonela Jaho en Iris.
Ficha técnica
Madama Butterfly, de Giacomo Puccini
Dirección musical: Nicola Luisotti y Luis Miguel Méndez
Dirección de escena: Damiano Michieletto
Concepto artístico y escenografía: Paolo Fantin
Diseño de vestuario: Carla Teti
Concepto de iluminación: Marco Filibeck
Director del coro: José Luis Basso
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Primer reparto: Saioa Hernández, Silvia Beltrami, Matthew Polenzani, Lucas Meachem, Mikeldi Atxalandabaso, Tomeu Bibiloni, Fernando Radó, Marta Fontanals-Simmons, Andrés Mundo, Xavier Casademont, Íñigo Martín, Elena Castresana, Debora Abramowicz y Legipsy Álvarez