Image: José Luis Gómez

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Teatro

José Luis Gómez

"La profesión teatral está muy lastrada"

4 abril, 2001 02:00

Totalmente volcado en los ensayos del Mesías de Steven Berkoff -su próximo proyecto como director junto a la compañía de La Abadía, y que estrenará el próximo otoño- José Luis Gómez no descansa en su ritmo de producción teatral ni en el de recepción de galardones. El último, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. Sin embargo, los premios no parecen hacer sombra a su capacidad de trabajo ni a su talento como actor y director. Y el montaje de Azaña, una pasión española lo confirma. Especialmente comprometido con la formación de actores y directores, Gómez afila el verbo y reposa la palabra cuando denuncia el efecto perverso de la televisión sobre nuestros intérpretes, la escasa vida cultural de España y la ausencia de talentos que aporten un toque de excelencia a la escena contemporánea.

Lleva seis años al frente del Teatro de La Abadía de Madrid, espacio de trayectoria impecable en el que Gómez ha realizado una comprometida labor desde la dirección de su centro de estudios y de creación escénica. Actor de cine y teatro, y director, Gómez tan pronto se arriesga con un autor como Agustín García Calvo y su Baraja del rey don Pedro que dirigió el año pasado, como abre las puertas de La Abadía al Arrabal más fúnebre con El cementerio de automóviles, que llega esta semana a la capital. Premio Nacional de Teatro en 1988, quizás entre sus múltiples galardones destaque el más difícil de conseguir: el de la coherencia y el talento. Y Gómez es plenamente consciente de ello.

-¿Cómo se ve el panorama teatral desde esa atalaya de lujo que es La Abadía?
-Lo que se observa es que, ahora mismo, la escena vive una situación de fin de una época y comienzo de otra como, por otra parte, lo vive toda la sociedad. En esa situación conviven un teatro que se muere, un teatro que está muerto, junto a uno que surge nuevo, y a la vez con el teatro de siempre que está vivo y que no es sólo un hecho profesional sino un hecho artístico.

-¿Cuándo el teatro deja de ser un hecho meramente profesional para convertirse en algo artístico?
-Es sólo arte cuando se produce eso, el hecho artístico, que es el que hace pensar que seguirá adelante. Si no, es simplemente un medio de entretenimiento. El teatro del futuro es el que mediante la técnica del actor hace ver al espectador lo que no está, y lo hace visible a unos ojos que no son los ojos físicos sino los interiores. Existe una raza de actores que arden desde dentro, que son incandescentes. Existen aunque son pocos. Este hecho convive con lo inerte, con aquello que se produce sólo con la intención de hacer dinero. Y no hace falta dar nombres porque se sabe quién es quién. Cuando califico de inerte un cierto teatro no quiero ofender a algunas personas porque, de hecho, sí entiendo que exista ese teatro y esas maneras de hacer, que son formas de supervivencia de los creadores y por tanto son lícitas. Pero eso no es arte. Si alguien hace mal teatro es porque no sabe hacerlo mejor. Eso es legítimo y yo no tengo nada en contra porque tienen derecho a sobrevivir.

-¿Ahora mismo hay nombres que realmente hagan posible sobre el escenario ese hecho artístico? ¿De quién estamos hablando?
-Sí hay nombres que hacen posible esos logros, aunque esos logros son siempre la cresta de la ola. Los que producen el hecho artístico son siempre elegidos por la fortuna, por el talento. El hecho del talento es un azar, aunque también hay algo más que el talento: la determinación vocacional de trabajar por una cierta excelencia, a pesar de que la búsqueda de esa excelencia no siempre conlleva una mejor remuneración. Hay veces que ese trabajo es oscuro y se convierte en un sacrificio. Pero eso sólo se da en unos casos concretos, y además muy escasos.

Asignatura pendiente

-Usted dirige también el Centro de Estudios y Creación Escénicos de la Comunidad de Madrid. ¿Cuál es el nivel de calidad en la formación de los actores y directores en España? ¿Se hace lo suficiente para mejorarla?
-La formación de los directores y de los actores es una asignatura totalmente pendiente y depende, en parte, de las elecciones personales de cada uno. Eso da como resultado un mundo profesional totalmente lastrado, lo que es una vergöenza para un país que posee de las grandes dramaturgias occidentales.

Por otro lado, no hay que olvidar que el arte del teatro es diez por ciento de genio y noventa por ciento de trabajo. Uno no se puede enfrentar a un Möller o a un Calderón sin pasar por la técnica, aunque un actor que sólo tenga técnica es horroroso. Sin una autoformación no podemos hacer nada, y ahí sí que estamos en malas condiciones.

-¿Y cree que los jóvenes actores y directores se marcan ese nivel de exigencia? ¿En qué medida se puede hablar de "brillantez" en los trabajos que vemos?

Cuestión de autoexigencia

-Sin duda hay magníficos talentos jóvenes, pero la verdad es que hay poquísimos actores y directores que puedan hacer Hamlets brillantes, Segismundos brillantes, competentes. Pero esto tampoco es una cuestión de edad, sino de autoexigencia. Yo no veo a nadie que sea Nuria Espert o Adolfo Marsillach cuando Espert y Marsillach tenían cuarenta años. Aunque siempre hay un relevo generacional, está por ver que los jóvenes que llegan tengan la misma significancia que sus antecesores en el oficio. También resulta sorprendente constatar que en la paleta de edades no encuentro nombres de 65 años. De 55 a 60 existen poquísimos, al igual que escasean los de 40 años. Y eso sí me sorprende.

-¿Qué diferencias ve entre las circunstancias que rodearon el trabajo de Espert, de Marsillach y de usted, y el momento actual?
-Entonces era otro mundo. Yo, por poner un ejemplo, durante ocho años hice teatro con mis propios medios económicos. Eso no se ve mucho ahora.

-¿Pero cree que se les ofrece la ayuda y atención necesarias?
-Nunca se reciben las suficientes ayudas, pero ahora reciben más que las que recibimos nosotros. No cabe duda que las ayudas que hay son insuficientes, pero también creo que vivimos en una sociedad en la que la gente se pierde más. Existen formas de ganar dinero más rápidamente en otro medios, como la televisión y todas esas series, aunque eso se traduce en que no aparezca la gente en teatro como debería hacerlo.

-¿Y desde La Abadía qué se hace para evitar esto? ¿No se presta quizás una excesiva atención a la formación del actor y del director frente a la del autor?
-En La Abadía nos hemos preocupado de estrenar bastantes autores nuevos y nombres jóvenes, y se seguirá haciendo en la próxima temporada. Pero también es cierta una cosa que no debemos olvidar: de nada vale escribir obras que no puedan ser bien montadas ni bien interpretadas.

-¿En qué medida la vida cultural tiene un compromiso con la realidad y en qué medida la realidad se compromete con la cultura?
-Deberíamos empezar hablando de la inversión cultural en este país frente a la que se realiza en el extranjero. En Alemania, por ejemplo, la televisión emitió por la cadena estatal las 12 horas del último montaje de Fausto. Y estamos hablando de Alemania, el país que al mismo tiempo fabrica los mejores coches. En comparación con otros países, la vida cultural española es muy inerte. Lo que se debe buscar es la rentabilidad social de la cultura que trae consigo un pueblo más despierto, pensante, con mejores ingenieros... Y nosotros en España vamos atrás en inversión cultural, no solo en teatro. La inversión cultural es una acción más amplia y decidida que engloba una enseñanza adecuada de la Historia de la que hemos salido. El problema de las Autonomías y nacionalidades está relacionado con la acción cultural, que debe poner de manifiesto los vínculos que nos unen unos a otros y la especificidad de ese devenir histórico que es España. Eso es acción cultural. Curiosamente, ahora, a estas alturas, se pretende hacer acción cultural en el País Vasco.

Demasiadas negligencias

»¿Por qué España es uno de los países donde más libros se publican y menos se lee? Sí me gusta hablar de las responsabilidades del país, pero sin ánimo de meterme con partidos políticos. Con el montaje de Azaña, una pasión española, me di cuenta de que lo que está ocurriendo ahora con los nacionalismos ya ocurrió con la guerra civil. ¿Cómo es que no se sacaron consecuencias de uso de la acción cultural, del conocimiento? Ha habido demasiados olvidos y quizás negligencias.

-Puesto que la acción cultural es prácticamente nula, ¿por qué la empresa privada no sustituye la acción del Estado en materia cultural?
-El que nadie pueda reemplazar en España la acción del Estado en materia cultural es porque en este
país no existe una sociedad civil suficientemente articulada. No hay mecenazgo, y el que existe es mínimo en comparación con otros países. Además, el nivel de asociacionismo en España es de los más bajos de Europa. El propio Azaña dijo que si el Estado no actúa propugnando la cultura no lo hace nadie en este país. Nadie puede reemplazar ni suplir lo que él haga en este orden. Y tenía razón, ya que eso es así por el momento. El hecho de que el Estado tenga que ser el principal sostén de la actividad cultural tiene muchas veces el efecto perverso de crear inconfesables dependencias o vasallajes. Por eso, los agentes del Estado deben hacer uso de un exquisito talante liberal, y son los analistas de la vida cultural los que deben poner el dedo en la llaga y ver si se crean relaciones de vasallaje. En estos momentos, en La Abadía gozamos de ese talante liberal, aunque en otros momentos eso no ha sido así.