El verdadero Kean
Portulanos
13 julio, 2006 02:00
Frederick Lemaitre fue el actor mayúsculo del romanticismo francés, la estrella suprema del Boulevard du Temple. Atractivo, lleno de talento, cultivaba los excesos que la época exigía de los artistas: iba de pelea en pelea y bebía veinticinco botellas de burdeos a la semana. Alejandro Dumas dijo de él que era "un hombre de naturaleza caprichosa, apasionada y violenta; por tanto se le dan muy bien los papeles caprichosos, apasionados y violentos". Los aficionados lo recordarán como uno de los protagonistas de esa bella película de Marcel Carné titulada Les enfants du paradis, donde le interpreta otro grande, Pierre Brasseur. Pero Lemaitre, genial como era, envidiaba a otro actor a quien consideraba superior a él mismo: el inglés Edmund Kean. Kean llevaba una vida aún más desenfrenada: acabó conduciéndole a la tumba con cuarenta y seis años que parecían setenta, el hígado hecho puré, y el cerebro derretido. Entonces Lemaitre solicitó a Dumas "père" que le escribiera una obra donde él pudiera interpretar a su ídolo, cumpliendo así el extravagante deseo de fundirse con él. Kean (1836) se convirtió en una de las comedias de mayor éxito de la época, pese a que su retrato biográfico del actor británico está tan adulterado como los de los personajes de los biopics de Hollywood. Pero fue un enorme triunfo personal para Lemaitre, que quedó inmediatamente asociado al papel. Lo bonito de esta historia viene ahora: unos años después, ya jubilado Lemaitre, otro actor más joven decidió reponer la pieza en París. Lemaitre, montando en cólera, hizo imprimir unos carteles que pegó por toda la ciudad. Rezaban: "El verdadero Kean soy yo". De nada sirvió. La obra, para desesperación de Lemaitre, volvió a ser un éxito con el nuevo actor. A la larga, se convirtió en una pieza del repertorio clásico francés que llegaron a interpretar gigantes como Gassman o Anthony Hopkins. Lemaitre no quiso entender que, pese a todo, el papel no le pertenecía. Que su conversión en Kean había sido sólo quimérica. Que los personajes son promiscuos por naturaleza y coquetean con múltiples intérpretes. Que hay sitios a los que no se puede volver, so pena de encontrarse con ruinas donde uno esperaba hallar la gloria del pasado.