Escena de Gólgota Picnic.

El Centro Dramático Nacional (CDN) presenta en coproducción con el Théâtre Garonne de Toulouse y el Festival de Otoño de París, Gólgota Picnic, la última creación de Rodrigo García , que viene acompañado del prestigioso pianista italiano Marino Formenti. Un espectáculo que surge a partir de la pieza musical de Haydn, Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz (1786).



Es motivo de celebración que, gracias al espíritu heterodoxo e iconoclasta de Gerardo Vera, podamos disfrutar de la presencia del combativo-y con el que no siempre es fácil lidiar- Rodrigo García en el CDN. Tal y como explica Marino Formenti ("ese animal que se arrastra por un gran piano como una bestia bíblica por el libro de Ezequiel", según lo ha definido García), la partitura es "una pieza religiosa llena de silencios y pausas que renuncia a las necesidades de entretenimiento que la sociedad burguesa demandaba de sus héroes musicales". García estima que "la música es lo único que se asemeja a la divinidad en esta obra. El resto del montaje es terrenal cien por cien. Intento hacer poesía con materia cotidiana y vulgar y como no lo consigo, insisto".



No obstante, y pese a la fisicidad que el creador multidisciplinar imprime a sus trabajos, en algunos pasajes de Gólgota Picnic se aprecia cierto anhelo espiritual de trascendencia física. Parece que Rodrigo estuviera cansado del ser humano y comenzara a creer: "Creo que puedo llegar a creer en Dios y no por temor a morir. Si muchos políticos de izquierda se han convertido en militantes de extrema derecha, ¿por qué no voy a creer yo en Dios dentro de dos lustros? El texto no refleja mi aversión por el ser humano sino la melancolía que siento al reconocer que no estamos hechos para vivir juntos".



María Guerrero patas arriba

El director es un "moralista paradójico" que exaspera la realidad contemporánea y sus demonios hasta derrumbarla sobre el patio de butacas del coqueto María Guerrero (que, por cierto, ¡ha puesto patas arriba!). "Es enriquecedor dialogar con todo lo que representa un edificio así", dice a propósito de su intervención escenográfica, "pero tiene a su vez su parte triste: parece que estamos condenados a un oficio de desacralización de un templo cuando, en realidad, se trata de un edificio público más. Y, como compañía de teatro que somos, lo natural es que lo ocupemos haciendo lo que sabemos hacer. Luego vendrá otra compañía con otra función. Y así el teatro va pasando y, a veces, queda algo".