Ernesto Alterio en Yo, el heredero.

Felizmente instalado en la cartelera madrileña, Eduardo De Filippo abre hoy el María Guerrero con Yo, el heredero. Con Ernesto Alterio al frente de un gran elenco, la comedia está dirigida por Francesco Saponaro.

Desde hace dos temporadas el teatro de Eduardo de Filippo (Nápoles, 1900-Roma, 1984) se ha instalado felizmente en la cartelera madrileña dando a conocer algunas de sus piezas (El arte de la comedia, Con derecho a fantasma) y remediando su inexplicable ausencia en los escenarios de la capital durante tantas décadas (excepción de Filumena Marturano). Hoy llega al Centro Dramático Nacional Yo, el heredero, una producción invitada de Andrea D'Odorico que tiene la particularidad de estar dirigida por Francesco Saponaro. Presume el director de haber sido ayudante de Toni Servillo en Teatri Uniti de Nápoles, compañía con la que colabora y con la que montó con grandísimo éxito en Italia Sábado, domingo y lunes. Saponaro ha dirigido también un espectáculo importante, Il processo D'Annunzio-Scarpetta, sobre un juicio que enfrentó por un asunto de derechos de autor al novelista y político italiano con el gran cómico Scarpetta, padre de De Filippo.



Parece que D'Odorico, a la hora de embarcarse en esta arriesgada producción, ha querido al frente a una persona conocedora de la tradición teatral napolitana en la que se inscribe De Filippo, "una tradición impresionante", explica Saponaro, "cuya mayor seña de identidad es el lenguaje. El napolitano es un dialecto metafórico, va más allá de la comprensión literal de las palabras. Los padres del teatro italiano son Raffaele Viviani y De Filippo (también Pirandello, claro). Pero mientras Raffaele escribe solo en napolitano porque le interesa únicamente la gente de la calle, Eduardo lo mezcla con el italiano que habla la burguesía, haciendo un teatro interclasista cuya mirada ambigua, cínica, sutil, pero con un punto muy cruel, coincide con la manera de ver la vida de los napolitanos".



Reivindicación moderna.

En Yo, el heredero, obra que estrena en 1942, y que luego reescribiría en italiano en los 70, De Filippo traza un retrato irónico y amargo de una familia burguesa, cristiana y caritativa, benefactora de los desheredados. "Ludovico, el personaje que interpreta Ernesto Alterio, en su reivindicación de suceder como mantenido de la familia a su padre recientemente fallecido, de "heredar" la caridad de la familia, apela a los sentimientos y a los derechos humanos, algo tremendamente moderno para la época en la que fue escrita".



No estamos ante una comedia farsesca ni grotesca, sino ante una tragicomedia en la que De Filippo pasa del registro cómico al dramático, construyendo personajes muy humanos a los que sus circunstancias no perdonan. Por ello, añade Saponaro, uno de los aspectos más complejos de los ensayos con los actores españoles ha sido "buscar los matices trágicos y cómicos, que en la función se mezclan constantemente y, al mismo tiempo, preservar el punto de vista irónico. No sé si De Filippo es un autor naturalista, creo que también fue experimental", continúa el director, "pero como actor que fue no le interesan los personajes característicos, sino profundizar en el retrato psicológico. Cuando él estuvo actuando en Moscú se le llamó el Stanislasvski italiano. Yo creo que el método del maestro ruso ya había sido desarrollado por el teatro napolitano de forma artesanal".



Hay otro elemento de este espectáculo que Saponaro subraya: "El intercambio generacional que mantienen las obras de De Filippo al congregar a actores de varias edades". El autor y cómico, que a los cuatro años fue lanzado al escenario por su padre Scarpetta que reúne a jóvenes y veteranos intérpretes formados en distintas tradiciones. El elenco español también ha unido a actores de diferentes recorridos y edades: José Manuel Seda, Concha Cuetos, Fidel Almansa y Natalie Pinot con otros más jóvenes como Ernesto Alterio, Mikele Urroz y Yoima Valdés.



La obra, ambientada en el Nápoles de la posguerra, está trufada de canciones napolitanas interpretadas por Enzo Moscato. Saponaro ha trasladado la acción de lugar. Si en el original se desarrolla en el salón de una casa burguesa, aquí es en una terraza sobre el mar. La escenografía la firma Andrea D'Odorico, que huye del realismo con la idea de recrear la luz del mediterráneo.