Escena de Los ojos

El director argentino Pablo Messiez vuelve al Fernán Gómez de Madrid con Los ojos, pieza que entronca con sus anteriores trabajos por su sencillez escenográfica, su visión de lo cotidiano y el trabajo de los actores.

De un tiempo a esta parte (quizás desde el corralito) el teatro argentino ha venido gozando de una vitalidad sorprendente debido a: 1/la permeabilidad con la que los artistas transitan por los diferentes circuitos teatrales de la ciudad porteña: los actores no tienen ningún reparo a la hora de interpretar simultáneamente una obra en el teatro San Martín, una comedia "comercial" en la avenida Corrientes y una pieza "experimental" en un garaje del extrarradio de la ciudad; 2/el riesgo a la hora de tomar decisiones artísticas motivado quizás por el escaso capital económico de producción; 3/la constante reinvención de un sentido de la teatralidad siempre anclada en lo real y en mundo que les rodea; 4/ la falta de prejuicio con la que los creadores se enfrentan a la reescritura de clásicos (a veces, la fidelidad al espíritu del original no tiene nada que ver con un respeto "pulcro" a la textualidad de partida) como podemos ver en las versiones de Veronese y en uno de los últimos éxitos de la cartelera bonaerense, El tiempo todo entero, versión de El zoo de cristal dirigida por la joven Romina Paula; y 5/la vindicación del acto de comunicación, directo y sin artificio, entre actor y espectador como esencia del teatro.



Nunca había estado en los planes del autor Pablo Messiez dejar Argentina. Pero se enamoró y vino a España. "Nuestros planes los armamos a conciencia. Luego el amor los transforma en otra cosa y nos desarma. Si sale bien, nos transforma en algo mejor. Si sale mal, en algo, digamos, distinto", confiesa el autor del río de la Plata y actor en la versión de las Tres hermanas que Veronese estrenó con éxito en Madrid. Pero a Pablo el viaje a España le salió mal. "Entonces, lejos de casa, empecé a preguntarme quién era yo y qué hacía aquí, ahora que ya no estaba el motor principal del movimiento". Descubrió que la distancia da muchas pistas y que, a veces, hay que alejarse para ver mejor: para ver el centro hay que situarse siempre en la periferia, decía Gide.



Desde nuestro país, el autor comprobó que muchas de las cosas que damos por sentadas sólo son producto de la costumbre. Como recuerda el personaje de Natalia en su obra Los ojos "la costumbre ensordece". Y Pablo transformó ese dolor en teatro, se quedó entre nosotros con los oídos muy abiertos, y nos lo devolvió convertido en un melodrama telúrico (así define el autor su obra). "Cuando estábamos terminando los ensayos de Muda, la pieza que dirigí en 2010, me encontré por azar con un ejemplar de la novela Marianela de Benito Pérez Galdós y pensé que sería el germen de mi próximo trabajo. Y así fue. Claro que de Pérez Galdós quedó poco: sólo los nombres de los personajes, sus vínculos, la ceguera y seguramente alguna otra cosa de la que no soy consciente". En Los ojos, Messiez habla de una madre y una hija tucumanas (Natalia y Marianela) que llegan a un pueblo de Castilla arrastradas por el amor que la madre siente por un italiano del que nunca más se supo; de Pablo, un chico ciego de nacimiento que reconoce el mundo por sus texturas y olores; y de Chabuca, una oftalmóloga que jura poder hacer el milagro de devolverle la vista. Todos ellos urden un drama lleno de buenos sentimientos sobre uno de los pilares que atraviesa la historia del teatro: la búsqueda de un lugar en el mundo. Un lugar que está, como dice el personaje de Natalia; "allí donde esté alguien que te quiera".