Escena de Los hijos se han dormido

Sus versiones de los clásicos sorprenden y emocionan. Daniel Veronese vuelve a nuestro país con Los hijos se han dormido, adaptación de La gaviota de Chejov que presenta en el Temporada Alta de Gerona.

El poeta T. S. Eliot argumentaba que cada generación está obligada a traducir a sus clásicos. De igual forma, cada generación está obligada a redefinir o reinventar los procedimientos clásicos que sostienen los modos de construcción en su arte. Las generaciones que lo olvidan, repiten las aberraciones del pasado mientras crean los lugares comunes del futuro. Y esto parece recordárnoslo Daniel Veronese, uno de los maestros renovadores de la escena teatral porteña con sus versiones a partir de clásicos del siglo XX como Ibsen y Chéjov. En ellas, sus creencias sobre la importancia del ritmo en el montaje, la simultaneidad y el solapamiento temporal de escenas, la ausencia de retórica en la interpretación, la impudicia a la hora de compartir con el público las emociones más íntimas, la incorporación de un personaje que observa y opina en las escenas de a dos, y otros recursos de su teatralidad se despliegan con madurez y contundencia (como podemos ver en este caso en su versión de La gaviota de Chéjov que ha titulado Los hijos se han dormido) . Así, de manera yuxtapuesta a la voz del clásico, surge la voz del director/autor que dota de su propia impronta al original.



Veronese participó el pasado verano en el Seminario Internacional de Dramaturgia Contemporánea de Buenos Aires, Panorama Sur, espacio para la creación y exhibición teatral pergeñado por el autor y director (también heredero del Periférico de Objetos), Alejandro Tantanián.



A las diez de la mañana y con cierta apariencia de cansancio y desgaste -el devenir propio del director de moda que ha de responder a los compromisos que la profesión le exige- apareció un hombre corpulento, tímido y despeinado.



Al principio, a Veronese le costó hablar ("el teatro habla por sí mismo. Me sobra todo lo que, a veces, se dice sobre el teatro", confesó) pero luego, tras darle un buen sorbo a una taza de café, la conversación se fue animando y todos los allí presentes descubrimos a un creador sincero y generoso a la hora de compartir la cocina de su trabajo: Daniel se apropia del material ajeno hasta transformarlo en algo propio, modifica y reescribe la obra en función del material que le aportan los actores, no parte de ideas preconcebidas sobre cómo ha de ser la obra y sus personajes, invita a los actores a no buscar resultados para el público sino a trabajar con el compañero y, pese a que cuando construye una obra no sabe adónde va a llegar ("eso me llena de fuerzas"), no deja de experimentar: "para mí la experimentación no es más que la búsqueda de la verdad en la emoción y confío en que si esa emoción es genuina siempre pueda llegarle al espectador".



De Chéjov (a su versión de La gaviota le precedieron los premiadísimos trabajos que se vieron en España de Un hombre que se ahoga a partir de Tres hermanas y Espía a una mujer que se mata a partir de Tío Vania) le interesa la humanidad de sus personajes ("todos ellos son adorables y al mismo tiempo despreciables"), el efecto devastador del paso del tiempo, que en su montaje acontece desde la enunciación del propio actor y no desde el artificio escénico y el sufrimiento como aprendizaje vital: "el hombre destruye lo que luego no puede construir".



Veronese compara los ensayos de su versión de La gaviota con la plantación recta y firme de un árbol de poderosas raíces "para que luego, con la puesta en escena, pueda crecer por sí sola...". La savia que circula por ese árbol bien plantado proviene de todas las almas de un elenco en estado de gracia: Marcela D´andrea, María Figueras, Berta Gagliano, Ana Garibaldi, Fernán Mirás, Osmar Núñez, María Onetto, Claudia da Passano, Roly Serrano y Marcelo Subiotto. No se la pierdan.