Un momento de El duelo, del Teatro del Arte de Moscú. Foto: E. Tsvetkova

El Centro Dramático Nacional acoge la primera visita a España del Teatro del Arte de Moscú, fundado por Stanislavski en 1897. La institución rusa se presenta en nuestro país con la adaptación de 'El duelo', una 'novella' de Chéjov en la que sus personajes, esta vez sí, son capaces de modificar el curso de su destino, algo insólito en el devastado universo chejoviano.

El Teatro del Arte del Moscú nació de un almuerzo que se prolongó durante 18 horas. Dos eran los comensales sentados a una de las mesas del restaurante moscovita Bazar Eslavo, en 1897. A un lado, Vladimir Nemirovich-Danchenko, director, crítico, dramaturgo y productor. Al otro, Konstantín Stanislavski, acuñador del legendario Método, un compendio de pautas que arrimaron la interpretación actoral a los patrones de la ciencia. La comida comenzó a las dos del mediodía. Y las negociaciones no culminaron hasta las ocho de la mañana, en la finca familiar del segundo, después de dar buena cuenta del desayuno. Nemirovich comparó aquel toma y daca con el mismísimo Tratado de Versalles. Lo cierto es que puede decirse que es un hito en la historia del teatro, un punto de inflexión que lo impulsó hacia la modernidad.



En esa interminable conversación quedó fijado el ideario sobre el que se asentaría el Teatro del Arte de Moscú. En el discurso de inauguración de los ensayos, Stanislavski advirtió a todos los miembros del nuevo equipo: "Nuestro esfuerzo está encaminado a crear el primer teatro racional, moral y de acceso público. A tal objetivo consagramos nuestra vida". Han pasado 115 años desde aquella declaración. Un tiempo en el que nunca se han dejado caer por España. Por eso su paso por el Valle-Inclán, en el que representarán El duelo de Chéjov entre los próximos días 19 y 22, reviste el carácter de acontecimiento histórico en nuestro escenarios. Más si cabe porque este año se cumple el 150° aniversario del nacimiento de Stanislavski.



"Son como el Bolshoi pero en teatro", afirma Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional y responsable de su presencia en la programación de esta temporada, en la sección Una mirada al mundo, con la que intenta contrapesar ligeramente su apuesta decidida por la dramaturgia y las producciones nacionales. "Somos un servicio público y no podemos desatender ese apartado", explica a El Cultural. Con el Teatro del Arte de Moscú, el CDN mantiene una "magnífica relación" desde que en el Festival Chéjov organizado en Rusia en 2010 hiciesen un hueco al montaje de Platonov urdido aquí por Juan Mayorga y Gerardo Vera.



Tormentas bajo la cotidianidad

La obra que ahora traen los rusos a Madrid es un chéjov poco conocido. El duelo es una novella de la que no existen demasiados precedentes sobre las tablas, "ni siquiera en Rusia", precisa Caballero, que la vio en las conmemoraciones dedicadas al autor de las Las tres hermanas en su país. "Eso sí, tiene todos los ingredientes clásicos de su obra: bajo una apariencia de cotidianidad inocua se desencadenan tormentas pasionales".



Aunque hay un elemento que la singulariza dentro de toda la producción chejoviana. Al menos así lo aprecia Anton Yakovlev, director del montaje. "Es la única pieza suya en la que está presente la esperanza. Una esperanza fantasiosa o ilusa, sí, pero esperanza al fin y al cabo. Y eso es muy llamativo en un autor irremediablemente trágico", aclara a El Cultural. Lo dice porque los personajes, esta vez sí, son capaces de dar un golpe de timón a las circunstancias que los atrapan y las inercias de su propio carácter. Pero antes deben experimentar la catarsis pertinente. Y en este cuento largo la propicia precisamente el duelo al que alude el título.



En él se enfrentan dos temperamentos situados en las antípodas. Una pistola la empuña el joven funcionario Laievski, un tipo disoluto que derrocha su tiempo entregado al alcohol y las cartas. Vive en concubinato con Nadejna Fiodorovna, mujer casada a la que sedujo en San Petersburgo y junto a la que huyó al pueblo de la región del Cáucaso donde transcurre toda la trama. Su perfil psicológico es de sobra conocido en la literatura de Chéjov: alguien descontento consigo mismo pero carente de la voluntad necesaria para modificar el curso de su destino. La otra pistola la esgrime el naturalista Von Koren, hombre recto y sujeto a un código de valores estricto. Imbuido de los ideales darwinistas de la teoría de la selección natural, siente aversión por mercachifles como Laievski, a su juicio una influencia tóxica para el resto de la sociedad. El desenlace del reto a muerte entre ambos significará para este último, sin embargo, un brusco bandazo en la manera de afrontar sus dilemas. Ahí era donde quería bucear Yakovlev, formado en las aulas del Teatro del Arte, donde se conjuga la producción teatral con la formación: de hecho es una especie de universidad escénica. "Lo más interesante del teatro es explorar a personas en una situación límite, que es cuando se manifiesta su verdadera esencia", remacha.



El hecho de que esta institución desembarque en nuestro país para escenificar un texto de Chéjov le da un atractivo extra a su visita. El dramaturgo ruso fue un tercer pilar sobre el que el binomio Stanislavki-Nemirovich catapultó el Teatro del Arte. Allí se reestrenó La gaviota en 1898, tras un fracaso previo sólo dos años antes, que le llevó a plantearse abandonar la escritura dramática. Desde aquella jornada su teatro empezó a levantar el vuelo. Stanislavski dirigió en los años siguientes varias obras suyas: Tío Vania, El jardín de los cerezos... Fue el más agudo hermeneuta del famoso subtexto chejoviano (todas esas sutilezas psicológicas no explicitadas con la escritura). La figura de Chéjov ya no ha dejado de subir desde entonces, hasta colocar su nombre a la altura de Shakespeare. Algunos incluso lo ponen por encima. Cuestión de gustos. Y prejuicios.