José Luis García-Pérez en Diario de un loco.
Luis Luque adapta y dirige 'Diario de un loco', relato en el que el autor ruso prefiguró la enajenación de sus últimos años de vida. La versión interpretada por José Luis García-Pérez pone el acento en la crisis de identidad que provoca en el hombre la carencia de amor.
En Diario de un loco, Gogol articula una diatriba contra la arrogancia de los burócratas rusos bajo el reinado de Nicolás I. En clave de sátira, como es habitual en toda su obra. Y dándole la voz a un iluminado, truco para evitar el embate de la censura. Frente a las sospechas, siempre podía alegar que su verdadera opinión no estaba representada por las proclamas de un desquiciado. Pero más allá del puyazo gogoliano sobre los grises resortes en que se asentaba el régimen zarista, Luque ha querido resaltar los desvelos identitarios del personaje, que simbolizan la dificultad de ser uno mismo en medio de la sociedad. "Es un conflicto muy actual en este mundo saturado de mensajes equívocos y de ruido que impiden encontrar nuestra esencia", explica el director a El Cultural.
El otro ingrediente que Luque pone en primera línea de su montaje, presentado en el Fringe madrileño en julio, es la carencia de amor, "que nos vuelve locos". El pobre infeliz de Aksenti, cuya función es afilarle el lápiz a su jefe, comete el error de enamorarse de la hija de éste. No tiene, claro, ninguna oportunidad de suscitar su interés en un entorno social estratificado a machamartillo. La imposibilidad de satisfacer su deseo precipita su derrumbe psíquico. Los signos son apreciables desde el principio: ya en la primera entrada del diario afirma que ha escuchado la conversación entre dos perros. "Pero el culmen de su desvarío sobreviene cuando empieza a creerse que es el heredero de la corona española", aclara Luque. Aksenti dice ser Fernando VIII. De hecho, cuando lo encierran en el manicomio, él piensa que se encuentra en España para ser coronado. "Es una referencia a nuestro país muy curiosa. Y no es la única en sus Historias de San Petersburgo. He intentado investigar si se debían a alguna razón concreta pero no he encontrado nada".
El proyecto de montar este monólogo surgió mientras José Luis García-Pérez y Luis Luque trabajaban a las órdenes de Carlos Saura en El gran teatro del mundo. "Él me dijo que quería que hiciésemos algo juntos, con un solo intérprete. Yo pensé rápido en Diario de un loco, porque me parecía que le iba muy bien. Siempre intento que el alma de los actores esté ya de entrada muy cercana a la de los personajes. Y José Luis tiene un talante ingenuo, de hombre-niño, que encaja a la perfección para encarnar a Aksenti, porque la locura que presenta Gogol no es una locura agresiva sino tierna". Entonces Luque era el ayudante de dirección, una responsabilidad que ha desarrollado junto a Miguel Narros en los últimos ocho años de vida del director madrileño, fallecido en junio. "Él me enseñó a buscar la verdad en todo momento, que es algo que en teatro a veces se consigue y otras no. Y que la calidad de un montaje depende de cuidar hasta el más mínimo detalle: el pañuelo que saca un personaje en un momento dado, la posición desde donde da una réplica un secundario... También me gustaba mucho de él que era un hombre discreto. Mientras otros andaban compadreando, él siempre estaba haciendo teatro". Y eso es lo que quiere seguir haciendo Luis Luque, muy activo últimamente en los espacios de pequeño formato, por donde respiran buena parte de los creadores en las artes escénicas españolas. "Yo no me voy a parar porque no tenga un productor potente", remacha.