Antonio Valero y Roger Coma en la obra Dalí versus Picasso.

Juan Carlos Pérez de la Fuente vuelve a reivindicar el teatro de Fernando Arrabal. El próximo miércoles estrena en las Naves del Español Dalí versus Picasso, última obra del heterodoxo dramaturgo. Director y autor conversan con El Cultural sobre la escenificación del choque verbal de los dos genios de nuestra pintura, entre los que la admiración mutua siempre tuvo un reverso oscuro: el del recelo y la envidia.

El verano pasado andaba Pérez de la Fuente cegado tras una operación de cataratas. En plena chicharra canicular recibió la llamada de Fernando Arrabal. Quería pasarle, como cada año, las nuevas obras teatrales paridas por su inagotable ingenio pánico. El director madrileño, máximo valedor en España de la dramaturgia del autor de Picnic (1952) y Fando y Lis (1958), ni siquiera podía leer. Tuvo que ser un intermediario el que lo hiciera por él. Y entonces llegó la iluminación: "Grité: ‘¡Le ha salido, le ha salido!'. Arrabal otra vez había conseguido conducirme hasta la perplejidad". Un deseo urgente de montar Dalí versus Picasso le mordisqueó. Hablaron inmediatamente con Natalio Grueso, que se comprometió desde el principio a hacerle un hueco en la programación escénica madrileña. Compromiso cumplido: el voraz e incisivo encontronazo verbal entre los dos genios se estrena este miércoles 12 en las Naves del Español, con Antonio Valero metido en la piel de Picasso y Roger Coma en la de Dalí.



"Tuve la sensación de que de ese diálogo iban a saltar chispas. Hace tiempo que no suceden acontecimientos en nuestro teatro. Estamos muy necesitados de algo de agitación. Y esta obra de Arrabal, de Arrabal hasta la médula, la va a provocar. Algunos dirán que soy un exagerado, pero en este texto hay frases históricas", explica a El Cultural Pérez de la Fuente, en una pausa de las extenuantes jornadas de trabajo a que está sometido estos días (también anda ensayando Dionisio Ridruejo. Una pasión española, de Ignacio Amestoy, que estrena en marzo en el CDN). "Creo que Arrabal con Dalí versus Picasso ha acuñado un nuevo género teatral: la locatragedia. La Guerra Civil es un telón de fondo abordado con el humor irónico de Arrabal. Es un paso necesario para que por fin nos liberemos de ella, para que terminemos vomitándola del todo". El encuentro de Picasso y Dalí tiene lugar en París, en 1937, justo el día en que llega a la capital francesa la noticia del despiadado bombardeo de Guernica. Ambos libran una esgrima verbal en la que Arrabal saca a relucir la riqueza léxica y connotativa del español. Una herramienta óptima para zaherir con las palabras al rival.



De fondo están los dos cuadros con los que ambos intentaron reflejar el abismo de odio por el que se estaban despeñando los españoles esos días. Con la rúbrica daliniana, Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil), en el que se yergue un monstruo amorfo y descoyuntado. Y con la de Picasso, el totémico Guernica, pintado por el artista malagueño en esas fechas, a instancias de una República tambaleante. En la conversación que sostienen se condensa una espiral de sentimientos encontrados: la admiración mutua que degenera en envidia y recelo, el surgimiento de una suerte de relación paterno-filial plagada de afectos y turbiedades psíquicas, la dialéctica de ideologías contrapuestas... Un terreno movedizo en el que Arrabal asesta su bisturí desmitificador. Él mismo revela a El Cultural la fuente que le ha surtido las claves a la hora de escribir: "Me he inspirado en las memorias de adolescencia de Dalí y en la mutua correspondencia de ambos. Por cierto, muy cordial".



No se puede despachar el toma y daca que ambos mantuvieron a lo largo de su vida con trazos esquemáticos. Hay demasiados recovecos. En su primer viaje a París, a Dalí le faltó tiempo para presentar sus respetos a Picasso. "He venido antes a verle a usted que al Louvre". Luego Picasso financió la primera incursión de Dalí en Nueva York, cuando epató a todos los publicistas de la ciudad. Y en el 37, las desavenencias políticas no eran un obstáculo entre ellos. "En su periodo surrealista Dalí es trotskista (como todos los miembros del grupo), mientras que Picasso hace proclamas monárquicas", recuerda Arrabal. El tiempo voltearía el tablero: Picasso acabaría afiliándose al Partido Comunista y Dalí despachando con Franco en el Pardo. El heterodoxo dramaturgo, en cualquier caso, no emite veredictos: "No quiero juzgar. El universo no es absurdo, ni fruto del azar. Sólo es confuso. No creo que sea necesario tomar partido. Cada uno tiene una aportación al arte de mucho interés. Como exparticipante en el grupo surrealista quizás mis amigos sientan más afinidades con Dalí. Los urólogos barrocos se convierten en mastubardores compulsivos".



Aunque Pérez de la Fuente interpreta este diálogo como una reivindicación de Dalí, un guiño último de Arrabal a uno de sus gurúes estéticos: "Arrabal siente una gran debilidad por él. Y lamenta que su personalidad tan pirotécnica haya opacado su pintura". Además, ambos compartieron una pasión común, la ciencia, hasta el punto de que Dalí propuso a Arrabal hacer una "obra cibernética". "Dalí soñaba con encontrar las leyes del azar: el proyecto más ambicioso de su época", rememora el dramaturgo.



Este montaje, en el que comparecen las voces (no los cuerpos) de las musas de los dos, Dora Maar y Gala, es el tercero que Pérez de la Fuente levanta a partir de una pieza de Arrabal. En su etapa como director del CDN (1996-2004) dirigió El cementerio de automóviles y Carta de amor. Arrabal le está agradecidísimo: "Se comprende que los ciegos (Homero, Borges...) sean los mejores testigos de su época. Yo soy un poco célebre en España, pero mi obra resulta desconocida para el público. Por eso valoro muchísimo su esfuerzo. Hay que tener mucho tesón para representarlas. En el teatro actual él es el verdadero maestro de ceremonias". Porque ceremonial es el teatro de Arrabal, "alguien que consigue que vuelvas a mirar la realidad con ojos alucinados", sentencia su adaptador de cabecera, que también adelanta que esta obra no se circunscribe a la España del 36. Salta también a la de hoy, sumida asimismo en el desconcierto. Un golpe de efecto del que no conviene adelantar demasiado. Lo que toca es adentrarse en el aquelarre arrabalesco, en el que ni siquiera falta el macho cabrío: ¡Barrabal!