Gerard Depardieu en un momento de su interpretación en Love letters
El Festival de Peralada servirá este sábado, en función única, uno de los platos fuertes de esta edición: el encuentro sobre el escenario de dos figuras internacionales de solera: Gérard Depardieu y Anouk Aimée. Ambos protagonizan la obra de Albert Rumsell Gurney (Buffalo, 1930) Love Letters (1988), traducida a más de 30 lenguas y que ya han paseado por París, Bruselas, Jerusalén y Spoletto. Bajo la dirección de Benoît Levigne y a partir de la traducción al francés de Alexia Perimony, encarnan a una pareja sentimental incapaz de cuajar su amor dentro de un ámbito doméstico. Andrew Makepeace y Melissa Gardner nunca han podido convivir juntos pero su atracción jamás se ha diluido. El único cauce de comunicación que mantienen abierto es un intenso cruce de epístolas y notas, sostenido a lo largo de varias décadas. Esa relación basada en la palabra escrita se escenifica con los dos personajes sentados en la misma mesa, uno a cada lado, sin mirarse.Amor ausente
Desde la niñez hasta la muerte, a lo largo de 50 años, el público es testigo de una dialéctica amatoria incesante. Afloran así esperanzas, ambiciones, sueños, desilusiones, derrotas, victorias de dos personas incapaces compartir espacio y tiempo. Andrew se enamora de Melissa locamente en el colegio y ésta, en principio, no le toma en serio y aprovecha su posición de superioridad para mofarse. Luego las tornas van cambiando: mientras que él saldrá elegido senador, ella jamás conseguirá asentarse como artista, su verdadera vocación, un fracaso que le aboca a una trágica decisión: la del suicidio. Esa muerte provoca, paradójicamente, una insoportable sensación de ausencia en Andrew, expresada en una carta que remite a la madre de Melissa: "¿Cómo puedo vivir sin mi principal referencia, sin la única mujer que he amado realmente?". La respuesta que recibe es seca, contudente e inapelablemente verdadera: "Sobrevivirás".W. R. Gurney abordó en esta pieza, finalista del Premio Pulitzer de Teatro, un escollo recurrente en las parejas contemporáneas: la de asumir el reto de la convivencia y la posibilidad de mantener el deseo a través de la distancia. Su texto ha contado esta vez con la impagable conjunción de Aimée y Depardieu. La primera, casada con Albert Finney durante casi una década, luce en su currículo la aparición intemporal que hizo en la La dolce vita de Fellini, aunque el éxito y la popularidad se la brindó su trabajo en Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch y Pierre Uytterhoeven. Al segundo, eterno Cyrano de Bergerac en el inconsciente colectivo y coloso incontestable del cine francés (Germinal, Novecento, El último metro...), le persigue desde hace meses la polémica, tras establecerse en Rusia. "Yo no me he ido a Moscú para evadir las tasas sino porque Putin me ha dado el pasaporte ruso. No es una cuestión de dinero, yo vengo del campo, he nacido pobre, el dinero me importa poco". Más allá de las polémicas extraartísticas, su imponente solidez interpretativa sigue calando hondo. En este papel intimista y medido lo vuelve a acreditar.