Calderón impone su métrica a Enrique VIII
Peris-Mencheta (Enrique VIII) y Pepa Pedroche (Doña Catalina) en La cisma de Inglaterra. Foto: Sergio Parra.
Los afilados versos de Calderón de la Barca vuelven este viernes, 27, al Teatro Pavón de Madrid con Enrique VIII y la cisma de Inglaterra, una obra oportunamente rescatada por Ignacio García y José Gabriel López Antuñano para reflexionar sobre la naturaleza del poder y sus excesos con los que lo padecen.
La cisma de Inglaterra es una revisión histórica de la separación de Roma de la iglesia de Inglaterra, vista desde la perspectiva católica y escrita casi un siglo después de su ruptura. Según López Antuñano, Calderón, apoyado en la Historia eclesiástica del cisma del reino de Inglaterra, del jesuita Pedro de Rivadeneyra, "abre las puertas a un relato que podría haberse escrito de otra manera".
Pasión, lujuria...
Cuestiones existenciales como el libre albedrío, la pugna entre deseo y pasión o entre sueño y realidad se entrecruzan en un drama -estrenado en la primavera de 1627- de dimensiones colosales. Enrique VIII (interpretado por Sergio Peris-Mencheta), en constante huida hacia adelante de sus propias contradicciones y dudas, atrapado entre la pasión y la lujuria, provoca un vertiginoso cataclismo religioso y humano. Víctima y verdugo de su reino, vive el dilema moral con dudas que le hacen sucumbir a los temblores de su conciencia. "El texto de Calderón -señala a El Cultural Ignacio García (Madrid, 1977)- siempre me pareció fascinante por su análisis sobre el uso arbitrario del poder. Ahí estaba, en un cajón esperando su momento. La pertinencia de la obra llega con el despertar de una sociedad que reclama mayor responsabilidad a sus gobernantes".Ignacio García la sacó del olvido, pero el empujón definitivo para que este Enrique VIII partiera hacia las tablas del Teatro Pavón fue de Helena Pimenta, directora de la CNTC, que hizo lo demás. La institución ha tratado el proyecto como parte de un proceso de recuperación de nuestro patrimonio teatral y literario. Aunque existen pocos precedentes escénicos de la obra, Antuñano reconoce haber revisado tres: la de Andrés de la Vega en 1627, la de Manuel Canseco al frente de la Compañía Española de Teatro Clásico -de 1979- y la de Zampanó Teatro en 1991.
La técnica para hacerla más próxima ha pasado, según el autor de la versión, por pulirla para que su ritmo sea más rápido, reforzando los diálogos y reordenando algunas escenas que ahorraban la información lenta y la disposición repetitiva de personajes: "Esto modificó el foco de atención. Ya no se pretende contar el cisma de la iglesia anglicana sino centrar el drama existencial en las consecuencias políticas de Enrique VIII". Dos frentes más han condicionado la versión que presenta la CNTC. Por un lado, los protagonistas. Algunos, como Catalina de Aragón (Pepa Pedroche), Pasquín (Emilio Gavira) y Margarita Polo (María José Alfonso) han sido dotados de mayor consistencia. Otros como el propio Enrique VIII y Ana Bolena (Mamen Camacho) han experimentado un proceso de mayor humanización. También el trabajo en torno al verso ha sido fundamental para hacer atractiva la puesta en escena. "La preocupación inicial -explica Antuñano- consistía en llevar a cabo estos trabajos sin alteraciones métricas, lingüísticas o semánticas". Destacan tres estructuras estróficas: las octavas reales que dirá el embajador de Francia durante su arrebato amoroso, las silvas correspondientes a la turbación real y las estrofas de pie quebrado con resonancias manriqueñas cuando la muerte acecha a algunos personajes. "Ciertos versos, por su belleza, detienen el tiempo", anticipa Antuñano. El montaje desemboca así en una dramaturgia trepidante, sobria y tan sombría como la situación de la que habla. "Además del ritmo preciso -puntualiza Ignacio García-, el espectáculo viaja estéticamente a la reinvención de la corte de los Tudor, siempre cambiante y dinámica y en todo momento oportunamente reforzada por la escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso".
La carpintería teatral de Calderón es un preciso mecanismo de relojería pensado para atrapar al espectador de principio a fin. Según el director, el sueño premonitorio con el que comienza la obra marcará un ritmo de pesadilla y el devenir fantasmagórico de la historia del monarca y de su reino: " La evolución de cada jornada es implacable desde las escenas íntimas hasta los majestuosos finales panorámicos y corales. El verso de Calderón, afilado como un estilete, penetrará en cada rincón del conflicto".
La primera de las razones por las que García se inclinó por este texto, además de por su oportuna recuperación para nuestro teatro clásico, fue por su profunda reflexión sobre el poder político. Por eso, no pueden evitarse lecturas y paralelismos con nuestro revuelto patio político.
...debilidad y egoísmo
Enrique VIII desvela desde la primera escena su misión, al menos la que debería llevar a cabo: trabajar para los ciudadanos y garantizarles la paz y el progreso por encima de sus beneficios personales. Sin embargo, las circunstancias, la debilidad, el egoísmo y el sometimiento a sus pasiones le hacen alejarse del camino. Se dará cuenta y pagará por ello..."Ese fue el origen de nuestra propuesta, imaginar a aquellos políticos que durante mucho tiempo han destruido este país con sus amaños, sus amiguismos, sus atropellos y su avaricia infinita, haciéndose las preguntas que Calderón pone en un supuesto monstruo como Enrique VIII. Queríamos imaginar que esos indeseables que han asolado y siguen asolando este país puedan tener conciencia y dignidad". Nos enfrentamos así, casi cuatro siglos después, a las preguntas esenciales del hombre y de su relación con el poder. Es posible que al salir de la obra las tengamos contestadas de la mano del titánico genio de Calderón.