Escena de la impactante Gaviota de Koršunovas

El director lituano, uno de los grandes renovadores de la escena europea, hace doble escala en España. Este viernes presenta en el Valle-Inclán su versión de La gaviota de Chéjov, sustentada en un potentísimo trabajo interpretativo y una austera escenografía. Y los días 23 y 24 recala en Temporada Alta con La última cinta de Krapp, de Samuel Beckett.

El Centro Dramático Nacional se prepara para acoger a uno de los tótems de la renovación del teatro europeo. Oskaras Koršunovas llega este viernes (16) con La gaviota destilada en el laboratorio de su compañía, la OKT/Vilnius City Theatre. El director lituano, fiel a su credo, busca en esta versión despojar la pieza de Chéjov de los sedimentos baldíos con los que el tiempo ha ido cubriendo sus esencias. Y, de paso, conectarlas con las inquietudes y tribulaciones del hombre contemporáneo.



"Escenificar a Chéjov significa diagnosticar los males de nuestro época, las aflicciones del alma, usando la entonación de las palabras como escalpelos. Para un actor, aventurarse en el universo chejoviano supone un pacto, similar al juramento hipocrático que hace todo médico, porque sus dramas son una constante metástasis del destino", explica Korsunovas. "Por desgracia, la pasión, el amor, los celos y el odio presentes en su obra han sido frecuentemente silenciados, ocultados tras una niebla formada por elegías de intelectuales en charlas de sobremesa. Todo esto no son más que acadecimismos y, en realidad, una verdadera censura política".



Acusaciones duras las del director lituano, que se ha impuesto cargar la literalidad de Chéjov con su explosivo original: "Porque la vida no transcurre simplemente en su escritura, sino que se despliega ante los actores y el público con todo el poder del amor y el horror existencial". Como el que persigue a Treplev, trasunto hamletiano maltratado en diversos frentes: el de la falta de correspondencia en su deseo hacia la joven Nina, el de la indiferencia que le procura su madre, la ególatra gloria del teatro ruso Arkadina, y el de la ausencia de reconocimiento y respaldo a sus postulados artísticos (su pieza teatral, representada en la finca de su tío Sorin, es desdeñada por la audiencia familiar).



En ese discurso estético de Treplev, que califica el teatro de su época de rutinario y prejuicioso, pueden atisbarse algunas conexiones con la personalidad creativa de Koršunovas. "Nuevas formas, lo que se necesitan son nuevas formas. Y si no las hay, mejor que no haya nada", es la famosa afirmación de Treplev, equiparada por algunos al dilema del 'ser o no ser' de Hamlet. El fundador de la OKT se la ha apropiado para levantar esta Gaviota y buena parte de su trayectoria en los últimos 15 años. Quizá Koršunovas se identifique más con la segunda proposición: la de la tendencia al vacío. Se verifica en sus puestas en escena de una austeridad casi monástica. Aquí presenta a los actores sentados en hilera, como si estuvieran en un ensayo. Paso al frente cada vez que tienen que enunciar sus parlamentos. Escenografía inexistente de entrada: apenas la luz lechosa procedente de unos plafones y nada más. En la segunda parte, cuela una mesa y un sofá. Todo el peso del espectáculo, y la responsabilidad de revitalizar un texto tan manoseado, recae en un elenco que no ha dejado de cosechar hiperbólicos elogios en cada festival en el que han recalado (hace un año pasaron por Temporada Alta en Gerona). Enumeremos: Martynas Nedzinkas (Treplev), Gelmine Glenzaite (Nina), Nele Savicenko (Arkadina)...



Precisión, emoción y naturalidad caracterizan su interpretación. Sin gritar, a través de susurros bien proyectados, impactan en un público que se ve envuelto en una catarata de sensaciones a lo largo de dos horas y media. Tal era exactamente la intención de Koršunovas, que al comenzar los ensayos advirtió a sus actores: "Esta es una obra magnífica para experimentar. Desde un principio estuvo destinada a la exploración. En esta Gaviota buscamos que los espectadores se embarquen en la historia. Pero esa interacción no es una finalidad en sí misma. El lema de nuestro teatro los formulamos hace 15 años: escenificar a los clásicos como obras contemporáneas, lo que para nosotros consiste en hacer de ellas una experiencia colectiva en lugar de una mera digresión histórica. Lo que tratamos es alcanzar la implicación del espectador en el proceso creativo". Ese efecto se refuerza al orientar los actores sus réplicas al patio de butacas.



Koršunovas también apuntala la vinculación de La gaviota con Hamlet, que tantas teorías ha generado. Chéjov la abonó introduciendo alusiones y pasajes explícitos del clásico shakespereano. La tragedia de Treplev se articula, además, en unas coordenadas paralelas a las del monarca danés: intenta arrancar a su madre de las garras de un tipo que concibe como un usurpador, en este caso el escritor Trigorim. El regista lituano subraya urgencia y necesidad del teatro, esgrimiendo el efecto catártico y revelador que tiene la representación en la trama de Hamlet: el complot contra el rey legítimo se destapa gracias a la función de unos cómicos. Con esa vocación de alumbrar verdades enterradas trabaja Koršunovas, que ubica su Gaviota como cierre de un tríptico que arrancó con Los bajos fondos de Gorki y continuó, precisamente, con Hamlet. Las tres son producciones ahormadas en su ascético taller de Vilnius e impulsadas por esa obsesiva querencia de poner al día las preguntas que plantean los clásicos.



Tras esta trilogía, Koršunovas se ha decantado por la La última cinta Krapp, hito del absurdo. El monólogo firmado por Beckett lo trae ahora a Temporada Alta (viernes 23 y sábado 24), a donde llega acompañado por el actor Jouzas Boudratis, institución de la escena lituana. Con esta minigira el público español podrá testar la intensidad dramática que inyecta en sus montajes Koršunovas, una de las manos que mecen (y actualizan) la escena del viejo continente, junto a otros gurúes como Romeo Castellucci, Thomas Ostermeier, Jan Klata... Figuras que campean en los festivales europeos y, no sin polémicas y disparidad de opiniones, se esfuerzan por configurar una gramática escénica apta y estimulante para el espectador contemporáneo. En ese empeño Korsunovas abandera un antiteatro (por la disolución de convenciones canónicas) que ha permeado en el circuito oficial, a pesar de haber nacido en los terrenos de la heterodoxia y la más radical independencia. Su camino parece claro: "Nuevas formas. Y si no las hay, mejor nada".



@albertoojeda77