Escena de Me llamo Suleimán, interpretada por compañía local Unahoramenos y dirigida por Mario Vega. Foto: Catherine Suárez

Tres destacadas piezas teatrales, Me llamo Suleimán de Lozano, Mar de Teatro de los Andes y el Othelo de Mika Project, que ahora giran por la península, pasaron por el Festival del Sur de Agüimes.

¿Hace falta atrasar el reloj una hora para conocer algunas de las propuestas escénicas allende los mares que destacarán en gira los próximos meses en la península? Al parecer la respuesta es afirmativa, aunque suene a paradoja. Atrasar el reloj para conocer el futuro inmediato de los escenarios ibéricos, pues es una hora menos en Canarias, repiten las emisoras. Me explico.



Del 14 al 18 del octubre pasado se celebró en la Villa de Agüimes, un pequeño poblado a pocos kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria, el 28° Festival del Sur, encuentro teatral de tres continentes, al que viajé invitado para una de sus actividades paralelas, junto al barcelonés y último premio Dashiell Hammett de novela policial Carlos Zanón. Se trataba de una mesa de escritores de los tres continentes: Latinoamérica, Europa y África. La primera sorpresa vino de la última zona geográfica, con el descubrimiento de un autor senegalés, Boubacar Boris Diop (Dakar, 1946), que se ocupó del genocidio ruandés en 2000 con Murambi, le livre des ossements y cuyo discurso es sumamente interesante y enriquecedor en todos los ámbitos. En España apenas se le conoce por los ensayos de África más allá del espejo y la novela Los tambores de la memoria, ambos de tirada y circulación muy reducida. Pero ahora el sello Almuzara publica su primer trabajo escrito no en francés, sino en su lengua materna, el wolof: la novela El libro de los secretos. Es una oportunidad de conocerlo, pues vale la pena. Recomendado queda.



La segunda sorpresa vino directamente sobre el escenario. ¿Cómo puede un pequeño poblado de apenas 30.000 habitantes programar un festival de teatro cuyos espectáculos no tienen nada que envidiarle al cartel del festival Grec de Barcelona? Y para seguir con el símil barcelonés, ¿cómo hace para montarlos a sala llena en unas recién estrenadas instalaciones, el Teatro Auditorio de Agüimes, en todo comparable al, pongamos por ejemplo, Auditori del Liceu? Tras cinco días en el pequeño municipio, creo que di con la doble respuesta, y no hay misterio. Pero vayamos por partes.



De la docena de obras programadas me gustaría destacar al menos tres, por la elevada calidad de la propuesta escénica, que girarán los próximos meses por la península ibérica. En primer lugar, Me llamo Suleimán, la adaptación de la novela homónima de Antonio Lozano, publicada por Alianza, hecha por el mismo autor, bajo la dirección de Mario Vega para la compañía local Unahoramenos Producciones. Lozano no es un dramaturgo a secas, sino un escritor, pero al parecer su largo trajinar con el medio como director y programador durante más de dos décadas del mismo Festival del Sur lo han dotado de un savoir-faire que envidiaría más de un autor teatral consagrado.



La dura historia de Suleimán, un muchacho de Mali que huye de la pobreza junto a su amigo Musa rumbo al oasis europeo, para acabar, años después, deportado -tras perder la inocencia que se desangró encaramada en lo alto de la valla de Melilla, murió deshidratada en el desierto o naufragó en un cayuco- cobra vida en un montaje impecable que sólo sostiene la actriz Marta Viera sobre el escenario, interactuando con las oníricas y por momento desgarradoramente explícitas animaciones al tamaño natural de María Dolores Abujas y Elvis Pedro Nsue. La obra sigue ahora su recorrido por Galicia, y conviene no perderle la pista, porque sin duda llegará lejos.



Escena de la fábula boliviana Mar, del dramaturgo ecuatoriano Arístides Vargas. Foto: Catherine Suárez

Otra pieza digna de mención es Mar, del dramaturgo ecuatoriano Arístides Vargas, para la compañía boliviana Teatro de los Andes. Una obra en la que varios planos se entremezclan, el simbólico, el sociocultural, el político, el íntimo o psicológico, para ilustrar sin asomo de patetismo el drama de boliviano, un país aislado en tierra firme que perdió su salida al Pacífico en una cruenta e injusta guerra fratricida a finales del XIX. "Somos un pueblo de mineros, cavamos en muestra memoria para encontrar agua salada", dicen los tres hermanos interpretados con brío por Lucas Achirico, Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes que cargan con el cadáver su madre por el desierto de Atacama, a la manera de Mientras agonizo de Faulkner, para cumplir su última voluntad: ser enterrada en las profundidades del mar perdido.



Y como "los muertos pesan más que los vivos", según revelan los hermanos, la obra trasciende el ámbito estrictamente boliviano para ilustrar más bien un drama de dimensiones continentales: el perdido e inalcanzable mar de los sueños rotos de toda Latinoamérica.



En un registro completamente opuesto la palma y los rabiosos aplausos se los llevó la compañía argentina Mika Project con una doble proeza. Por un lado, actualizar la crudeza y profundidad del Othelo de Shakespeare entre inesperadas bufonadas e hilarantes gags en una arriesgada y efectiva propuesta que reinterpreta la tragedia en clave burlesca. Una siniestra ironía escénica, para disfrutar a carcajadas, que sin embargo jamás pierde de vista, y de allí su contundencia, el peso de los conflictos planteados por el dramaturgo isabelino: los celos, la violencia, la xenofobia, la traición, la venganza...



Y la proeza de Matías Bassi, Julieta Carrera y Hernán Franco sobre el escenario fue doble, decía, en su estreno en Agüimes, porque un problema de visado retrasó la llegada de una pieza clave del engranaje tragicómico, el actor uruguayo Martín López. Pieza que sólo un viejo y experimentado animal escénico como su director, Gabriel Chamé, pudo reemplazar con verdadera genialidad, haciendo de la necesidad virtud. Chamé resolvió con magistrales improvisaciones los blancos de un guion, memorizado a las apuradas o incluso con quiebres brechtianos a mandíbula batiente. Como sea, la compañía al completo ahora hace lo suyo en Sevilla -pasó en julio por el Festival de Teatro Clásico de Almagro- y seguirá en la carretera hasta Barcelona.



Un momento del espectáculo Balieue, de la compañía senegalesa Diagn'art. Foto: Catherine Suárez

Y antes que mencionar aquí a la cabeza de cartel: Charo López en la piel de la Celestina, para el monólogo de Ojos de agua, dirigido por el argentino Yago Cáceres, cuyo montaje -ensamblado entre canto y guitarra, con la voz de Fran García, como el espíritu de Pármeno, y el músico Antonio Trapote- no acabó de convencer a este cronista, pese a las tablas y méritos de la veterana actriz, me gustaría resaltar, en cambio la extraordinaria calidad de las propuestas africanas. Por un lado, el espectáculo Balieue, de la compañía senegalesa Diagn'art, con una coreografía notablemente narrativa de Alioune Diagne (en escena junto a Madiba Badio y Seydou Camara) que tiene más de teatro físico que de danza a secas. Y por otro lado, la fuerza del espectáculo Bwa-za¸ de música tradicional de Burkina Fasso del grupo Tabari.



Pero va siendo hora de resolver la cuestión de partida. ¿Cómo un pequeño municipio de Gran Canaria puede programar durante 28 años consecutivos un encuentro teatral de la calidad del Festival del Sur? La respuesta no es otra que política, y endulzará los oídos de quienes celebran ya con optimismo el fin del bipartidismo. El festival no es otra cosa que el resultado de una larga y sostenida acción de política cultural, tanto presupuestaria como de equipamientos y de lenta educación del público espectador, llevada a cabo por una agrupación política local, nacida de diversas asociaciones vecinales, el Colectivo Roque Aguayro, que desde 1979 a la fecha gana por amplia mayoría todas las elecciones en este pueblo. Por algo será.