Tristán Ulloa y Alicia Borrachero en una escena de Tierra de fuego. Foto: Elena Consuegra

El director argentino acaba de estrenar en el Central de Sevilla Tierra del Fuego, de Mario Diament, que llega en abril a Matadero. La obra se basa en una historia real: la de una mujer israelí que decide dialogar con el terrorista que intentó asesinarla. Tristán Ulloa y Alicia Borrachero la protagonizan.

No parece que el teatro pueda arreglar el conflicto entre palestinos e israelíes. Pensarlo sólo parece una ingenuidad. Pero Claudio Tolcachir, idealista y empecinado, no va a dejar de hacer su modesta aportación para conseguirlo. Esa aportación es la obra Tierra del fuego, firmada por Mario Diament, que acaba de estrenar en el Teatro Central de Sevilla, escala previa a su llegada al Matadero el próximo 21 de abril. El director argentino se adentra en un territorio espinoso pero lo hace con un texto muy fundamentado históricamente, en el que se da voz a los bandos enfrentados. "Y vemos que los dos tienen razón. Lo que les hace falta es encontrar el punto de equilibrio para poder convivir. Y esa solución sólo puede llegar del diálogo", explica a El Cultural Tolcachir.



Yael, la protagonista, lo tiene muy claro. Por eso decide dar un paso al frente. Radical y arriesgado. Ella resultó herida en un atentado en Londres cuando sólo tenía 22 años. Hasan, un joven palestino de su misma edad, ametralló el autobús en el que viajaba la tripulación de la compañía israelí El Al. Su mejor amiga, Nirit, muere acribillada en el asiento de al lado. Veintidós años después decide encararse con el terrorista, ir a la cárcel donde cumple condena y hacerle una pregunta: ¿por qué? Una decisión que le aboca a un enfrentamiento con su marido, con su padre, con la madre de Nirit, con sus vecinos... Pero su determinación es firme y la expresa con rotundidad: "Hemos hecho las paces con Alemania y no somos capaces de arreglarnos con los palestinos. Hemos perdido innumerables oportunidades de hacer la paz y seguimos matándonos obstinadamente con la excusa de que estamos protegiendo nuestra seguridad y nuestro honor, mientras repetimos como loros que el único lenguaje que entiende el enemigo es el de la fuerza. Yo ya no creo en todo eso. No me interesa quién tiene el derecho histórico. Lo único que me interesa es no sentirme cómplice de un crimen vergonzoso".



Yael es un personaje inspirado en la vida de Yulie Cohen, quien sufrió en sus carnes el atentado de Londres. El trauma no alimentó el resquemor sino el deseo de comprender al otro. Esa reacción, moralmente tan elevada, es la que inspiró al dramaturgo bonaerense Mario Diament, que se confiesa judío no religioso y que luchó como soldado israelí en la Guerra de los Seis Días (pocos años después cubriría la del Yom Kippur como corresponsal de La Opinión argentina). Diament parte de los dos documentales en los que Cohen dejó constancia de su experiencia: Mi terrorista y Mi Israel. Ambos le permitieron sentar las bases de Tierra del fuego, pieza que sin embargo, a medida que avanza, esgrime los recursos de la ficción para que su mensaje cause un impacto emocional más potente. "Lo bueno de esta obra es que te permite entender muy bien las causas del conflicto sin tener un previo conocimiento de su origen. Además, cuando acabas de verla te genera la curiosidad de ahondar más en ellas", apunta Tolcachir, que en Sevilla, aparte de dirigir, ha encarnado a Ilán, el desconcertado esposo de Yael. "He sustituido a Tristán Ulloa, que será quien haga este papel en Madrid. Él no podía hacerlo en el Central porque estaba comprometido con el Invernadero en la Abadía. He estado un tiempo alejado de la interpretación, pero esta circunstancia no me ha pillado desentrenado porque, desde hace unos meses, estoy ensayando como actor un personaje de Nerium Park de Josep María Miró, que estrenaremos en Timbre 4 en mayo. No es habitual que estrene una obra pero sí suelo reemplazar a mis actores cuando alguno falla". Tolcachir (y Ulloa más adelante) comparten elenco con Alicia Borrachero (Yael), Juan Calot, Malena Gutiérrez, Abdelatif Hwidar y Hamid Krim.



Le tengo muchísima fe al teatro porque obliga constantemente a ponerse en la piel del otro."

En las próximas semanas vivirán en medio de un fuego cruzado. Esta obra fue estrenada en Argentina en 2013, en un montaje dirigido por Daniel Marcove. Recuerda Diament que entonces ya afloraron las banderías: "Hay quienes me han dicho que es prosionista y quienes me han dicho que es propalestina. Pensar una cosa o la otra es un error". Y lo cierto es que en el texto se aprecia una marcada vocación de objetividad. Salen a relucir las infames condiciones de vida en los territorios ocupados (Gaza, Nablús, Hebrón…), la ausencia de toda esperanza frente al cerco hebreo, que tiene como respuesta natural un odio perenne. Pero también se alude a detalles orillados habitualmente en el debate, que revelan una pulsión antisemita de los árabes previa al 48, año de la declaración de independencia del Estado de Israel, vista por los palestinos como una ofensa. Gueula, la madre Nirit, dolida por el esfuerzo conciliador de Yael hacia el asesino de su hija, le espeta: "¡Los árabes nos odiaban mucho antes de que nadie les obligara a nada! Ya en los años 20 hubo un pogromo en Jerusalén igual a los de Rusia. Y no fue el único. Hubo muchos más, año tras año".



Queda claro que tienen motivos para el odio mutuo. Pero también emerge, con más fuerza todavía, la obviedad de que no tienen más remedio que entenderse si no quieren continuar habitando un infierno por los siglos de los siglos. Esa paradoja la expresa Tolcachir con una escenografía simbólica y limpia: "Una mesa es el elemento central: representa la negociación, el intento de entendimiento entre dos antagonistas a priori, pero también evoca la tierra y la historia. Hay además un muro salpicado por ventanas, únicas posibles salidas de un encierro irrespirable. Intento crear la sensación de que esos personajes atrapados sólo pueden liberarse alcanzando algún tipo de acuerdo. Su condena es dialogar".



Pero es muy difícil quebrar una inercia ancestral, sentarse a la mesa. Yael lo hace, rebaja a una escala individual un enfrentamiento colectivo en el que se amalgaman connotaciones políticas, religiosas, históricas y económicas. Esa es su estrategia: poner en orden su conciencia y que eso abra un camino a los demás. "Son las acciones individuales las que modifican el conjunto porque se convierten en un símbolo, como el hombre que con su cuerpito se pone delante de un tanque. Yael es muy valiente pero, en definitiva, lo único que hace es asumir su responsabilidad cívica y ponerla en práctica. Siente que debe meterse en la piel del otro. Es lo que hacemos constantemente en el teatro, por eso le tengo muchísima fe a este oficio, a este arte, que cuando te interpela, te conmueve y te hace pensar, se vuelve un ejercicio absolutamente necesario. Quizá sea el teatro el que nos permita borrar fronteras y volvernos más humanos". Idealista Tolcachir.



@albertoojeda77