Una escena de Staying Alive. Foto: Rubén Vilanova
Treinta años lleva la compañía gallega Matarile Teatro creando vanguardia sobre las tablas. Treinta años desde que empezara, en Santiago de Compostela, como un taller de construcción sin saber que, de una forma casi impredecible, acabarían convirtiéndose en una de las compañías con mayor prestigio nacional e internacional y prácticamente la pionera de un teatro innovador en España. Por ello, celebran este momento especial con cuatro puestas en escenas que, a lo largo del año, recorrerán las distintas ciudades españolas."Cuando empezamos no teníamos objetivos claros como ahora, no fue algo premeditado", afirma Ana Vallés, cofundadora, junto a Baltasar Patiño, de Matarile Teatro en 1986. Era un hecho para la directora que la escena teatral de aquel momento no era suficiente. "Desde el principio, sentíamos que no nos identificábamos con el teatro que veíamos. No nos hablaba de persona a persona", comenta.
En aquellos primeros años de la Transición, algunos medios filtraban imágenes aisladas que sí despertaban la curiosidad de la directora: "Lo que más me seducía en aquel entonces era otro tipo de comunicación como podía ser la danza. Siempre hemos estado muy influidos por un tipo de lenguaje más corporal, por una comunicación no verbal". En una época de efervescencia, la compañía soñaba con hacer un teatro diferente capaz de conectar con el espectador.
Se establecía entonces una de las premisas con las que la Matarile evolucionaría a lo largo de los años a nivel personal e interpretativo: establecer una conexión con el público acercando la figura del actor, su cuerpo y su presencia al espectador. "Al principio, los 'personajes' formaban parte de un paisaje. Ahora, cada vez más, son retratos y autorretratos", explica Vallés. "En El cuello de la jirafa, por ejemplo, jugamos mucho con la perspectiva de la mirada: los espectadores ven escenas muy de cerca pero hay otras que se pierden porque ocurren en el otro extremo de la sala. Algo así pasa en la vida cotidiana: eliges el primer plano que quieres ver pero hay otras secuencias, cosas que pasan a mucha velocidad", dice Vallés, a propósito de uno de los espectáculos que tienen en cartel.
A la vez que Matarile crecía y cogía rodaje por las diferentes salas españolas, surgía en el año 93 el Teatro Galán bajo la tutela de la compañía. "Su apertura fue un momento especial, no teníamos medios, tan sólo éramos un equipo de personas con ayudantes y voluntarios que hacían de todo para que fuera posible abrir el espacio", comenta la fundadora.
Escena de El hombre bisagra. Foto: Rubén Vilanova
En 2010 la compañía se vio frenada por un parón que terminó siendo de tres años, lo que le sirvió, por una parte, a la cofundadora para tomar cierta distancia y por otra, a Matarile para recuperar parte del espíritu colaborativo con el que habían nacido y que, inevitablemente, se había perdido al crecer. "Me ayudó a tomar perspectiva, no solo sobre nosotros mismos sino sobre la profesión, sobre la relación escena - espectador, sobre la mirada. A veces, de lejos se ve mejor", explica Vallés.
Escena de Teatro Invisible. Foto: Jacobo Bugarín
Staying Alive y Teatro Invisible son dos de los cuatro espectáculos con los que celebran estos 30 años de carrera en la escena teatral, y fueron también el resurgir de Matarile Teatro en 2013. La primera, inauguradora de una nueva etapa, supone una declaración de principios para Vallés: "estamos vivos en un momento creativo y de una gran potencia personal". Teatro Invisible se consagra como la obra más personal de la directora, que actúa sola durante toda la puesta en escena de la representación. "Para mí es un viaje en el que lo que quiero es ofrecer. Dejar claro desde el primer momento que lo hice para los amigos del teatro", aclara. "Me muestro tal y como soy ahora. No tengo ningún disfraz", explica, aludiendo a una representación que se convierte metafóricamente en un sinónimo de desnudez, de cercanía absoluta con el espectador.Concluyen este programa otras dos interpretaciones que van desde la consecución de un espectáculo ajeno a cualquier otra producción que la compañía hubiese llevado a cabo anteriormente, como es El hombre bisagra, una concepción musical, idea de Baltasar Patiño y Nacho Sanz, basada en imágenes y sonidos procedentes de sintetizadores interpretados por cuerpos presentes y vídeo; y hasta la reflexión del tiempo y de las repeticiones con las distintas miradas que este puede tener: el tiempo histórico, subjetivo y relativo, que se da en El cuello de la jirafa con el único propósito de involucrar al público en ese espacio compartido con los actores.