Concha Velasco en un momento de la representación. Foto: Sergio Parra

Atractiva confluencia de tres figuras de nuestras tablas: Ernesto Caballero, Gerardo Vera y Concha Velasco. Autor, director y protagonista de Reina Juana, oratorio dramático que desmonta algunos de los viejos clichés en torno a nuestra reina ‘loca'. En el Teatro de la Abadía a partir del jueves (28).

La Reina Juana, que para los restos arrastrará el apodo de ‘la loca', vivió 75 años. Eso, en el siglo XVI, era un alarde de longevidad. Estableciendo una correspondencia con el presente, sería como aguantar más de un siglo en este mundo. La mayor parte de ese tiempo lo pasó recluida, víctima de las ambiciones de su entorno más cercano. Su padre (Fernando el Católico), su esposo (Felipe el Hermoso) y su hijo (Carlos I) se la quitaron de en medio encerrándola. Su confinamiento en un palacio de Tordesillas se prolongó casi cinco décadas. Ernesto Caballero le da voz en los últimos meses de esa condena. Su monólogo opera como la autoafirmación lúcida de una mujer presuntamente enajenada, como una letanía que desmonta algunos clichés apuntalados por la ficción novelera y cinematográfica, rasgos que determinaron a Gerardo Vera a montarlo sobre la escena con Concha Velasco encarnando a la martirizada monarca. El resultado de la convergencia de estas tres figuras de nuestras tablas llega a Madrid a partir del jueves 28 (Teatro de la Abadía).



Juana tenía predisposición a la desmesura. Pero aprovecharon su rebeldía para hacerla pasar por loca" Ernesto Caballero

Vemos de entrada a Juana arrodillada en un reclinatorio. Se dirige a Francisco de Borja, que mediante la excusa de la confesión tantea la voluntad de la reina a instancias de Felipe II, receloso de que su abuela haya abrazado el luteranismo o tenga tratos con el maligno. "Ave María Purísima, ¿se dice eso, padre? Ya no recuerdo… Ha pasado tanto tiempo… y de pequeña tampoco recibí una educación muy ortodoxa… Pronto aprendí las lenguas griegas y latinas, y también el arte y la forma de pensar de aquella gente pagana…". Son sus primeras revelaciones, en las que aflora ya el germen de su iconoclastia. Su formación y su carácter le impiden encajar sin fricción en una España empecinada en instaurar un absolutismo confesional. Caballero ofrece así otra perspectiva de sus desvaríos: "Es cierto que ella tenía una predisposición por la desmesura, una extrema sensibilidad y una marcada capacidad para ficcionar sus propias vivencias. Lo heredó de su abuela y de su madre. Y todo lo que le hicieron, incluido robarle a sus hijos, lo acentuó. Pero sabemos bien, gracias a estudiosos como Focault, que la sociedad tiende a tildar de locos a los que no se adaptan a sus convenciones, a lo que llamamos genéricamente ‘sentido común'. Su rebeldía la aprovecharon Felipe y Fernando para hacerla pasar por enajenada y de ese modo poder incapacitarla".



Gerardo Vera suscribe esta interpretación: "Es un personaje muy manipulado por la leyenda popular y el morbo enfermizo de este país alrededor de su figura. La televisión y el cine han explotado los ángulos melodramáticos sin otorgarle la profundidad que merecía. Siempre he echado en falta un tratamiento más justo y matizado, y desde la primera lectura vi que el texto de Caballero iba en esa línea". De la conducta de Juana chocó que en sus decisiones prevaleciera la razón sentimental por encima de la razón de Estado. Prueba definitiva de esa subversión a contratiempo fue cómo resolvió la disyuntiva que le plantearon los comuneros, que le pidieron acaudillar el levantamiento frente a su vástago Carlos I. Juana rehusó y perdió así una oportunidad de aposentarse en el trono de Castilla y acabar con su cautiverio. Cuando los líderes rebeldes acabaron ajusticiados en el cadalso, sintió pena, rezó por sus almas, sí, pero el vínculo sanguíneo estaba por encima de su revuelta, acaso justa. "Cómo iba a perjudicar a mi hijo Carlos poniéndome del lado de esos infortunados…", se justifica Juana.



Gerardo Vera y Concha Velasco en un ensayo de Reina Juana. Foto: Pacool

A lo largo del flashback de poco más de 30 páginas escritas por Caballero la reina hace escala en otros de sus dilemas vitales, como su relación con Felipe de Gante. "Sabía que él no estuvo a la altura de su amor y que la utilizó únicamente para acumular más poder. Pero no se lamenta de haberse entregado. De nuevo pone sus emociones sobre las estrategias pragmáticas del poder, de las que, por otra parte, era perfectamente consciente", explica Caballero. "Había en ella una tremenda energía. Sólo eso puede explicar que viviera tantos años en unas condiciones tan duras. Un ejemplo de resistencia y vitalismo, virtudes que siempre ha demostrado Concha Velasco. Por eso creo que le va tan bién este papel". Tanto el dramaturgo madrileño, actual director del Centro Dramático Nacional, como Gerardo Vera, su predecesor en ese cargo, coinciden en que la baqueteada biografía de Juana hubiera sido un material idóneo para que Shakespeare perfilara una de sus tragedias. El segundo, de hecho, ha elevado su puesta en escena a una dimensión shakesperiana mediante la estilización y el juego de elipsis. Además, dice, "toda esa vorágine de amor, muerte, dolor, agonía y traición en la que Juana es el epicentro nos remite sin duda a su teatro".



Toda esa vorágine de amor, muerte, agonía y traición nos remite al teatro de Shakespeare" Gerardo Vera


La condensación emocional y ambiental contrasta, sin embargo, con una escenografía sintética y austera. La sugestión la desencadena el texto aliado con la interpretación y apenas cuatro elementos de atrezo, a los que el arte de la invocación escénica otorga significados dispares. El camastro de la celda donde está aprisionada se convierte de repente en el barco en el que Juana viaja hacia Flandes para contraer el matrimonio pactado por sus padres con Felipe. Las mantas con las que se arropa, al abrazarlas, mutan en sus hijos arrebatados para emplearlos como peones en el ajedrez de la ambición dinástica.



De la irrealidad a la imaginación

"Con su maestría -apunta Caballero-, Gerardo ha sabido resolver con brillantez y elocuencia numerosos recursos de teatralidad latentes en este oratorio dramático". Él denomina así a su texto porque considera que es algo más que un monólogo: lo concibe como una oración. El tono sagrado y mistérico lo subrayan, a modo de banda sonora, las partitas de Bach y los motetes de Des Prés . "Mi propósito ha sido crear un personaje poliédrico y perspicaz, decidido a sobrevivir al infortunio haciéndose fuerte en los infranqueables dominios de la irrealidad y la imaginación". Lo prueban las últimas frases de Juana: "Somos espejos que devolvemos la imagen que se espera de nosotros… Y de mí, se ha esperado tanto… y yo les he complacido, porque, efectivamente, no he querido formar parte del mundo, de su mundo… del mundo de los cuerdos…".



@albertoojeda77