José Luis Gómez en la piel de Miguel de Unamuno
Tour de force en memoria histórica el que acomete José Luis Gómez las próximas semanas en La Abadía. Este miércoles estrena Unamuno: venceréis pero no convenceréis. Y el 8 de marzo repone Azaña, una pasión española. Una vuelta a la trinchera intelectual del 36.
Esas palabras las pronuncia un actor que debe encarnar a Unamuno en un montaje teatral. Es ‘El Otro'. Mientras modula el tono, se mira en un espejo para chequear su grado de credibilidad. En un momento determinado, el reflejo deja de reproducir miméticamente sus gestos. Unamuno, el verdadero, aparece al otro lado. Comienza una tensa conversación hilvanada por Gómez en una dramaturgia que se alimenta de cartas, discursos y poemas del autor de Niebla. Se centra en el periodo que va del estallido de la guerra a su muerte, el 31 de diciembre de 1936. Gómez interpreta a los dos. Al ‘Otro' en tiempo real. Al Unamuno auténtico en la grabación que asoma tras el cristal. El primero intenta sonsacarle sobre su experiencia en el 36. El segundo se resiste: "¿Volver a atravesar aquel mar de dolor y de vergüenza, y ahogarme en él? De ningún modo. Dio entonces asco ser hombre". Unamuno recuerda a Lear: un hombre que intenta no volverse loco en medio de la locura reinante. La idea de desdoblar al escritor, aparte de permitir el diálogo en escena, retrata uno de sus rasgos característicos: la dialéctica constante en su fuero interno, donde las ideas estaban en perpetua pugna. "El que no se contradice es que nada dice", se defendía.
La gran contradicción
El script de Gómez, de hecho, tiene su nudo gordiano en una llamativa contradicción."¿Cómo un hombre de izquierdas, republicano y durante años socialista pudo apoyar el golpe?", se pregunta en su casa, junto a la Fuente del Berro, mientras marida té con tabaco. "Leí a Unamuno cuando tenía entre 16 y 18 años. Pero al marchar a Alemania corté el aprendizaje de nuestra cultura para sumergirme en la alemana. A mi vuelta, profundicé en sus escritos y comprobé consternado esa adhesión. Entonces, en lugar de juzgar y condenar, intenté entender". Parece claro que a Unamuno, cristiano (muy incómodo, eso sí, con el catolicismo tradicionalista español), le indignaron abyectos capítulos como la quema de conventos. Renegó así de una República incapaz de defender un valor que él apreciaba sobremanera: el orden. Y pronunció esa frase que tanto partido le sacaron los fascistas después: "Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana". La ubicación de algunos de sus hijos en zona nacional probablemente embridó también su sentido crítico.Hasta que los acontecimientos le demostraron que los ‘hotros' eran muy similares a los ‘hunos': una caterva sanguinaria en busca de venganza. Y por fin alzó la voz, en la Universidad de Salamanca. No estaba previsto que participase en la ceremonia de la Fiesta de la Raza pero la exaltación de la violencia y la inflación nacionalista de los ponentes le sublevaron. "Vencer no es convencer. Y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia". Los facciosos se rasgaban las vestiduras pero él prosiguió, firme: "Dejaré de lado la ofensa personal que significa la repentina explosión contra vascos y catalanes. Se les ha comparado con cánceres en el cuerpo sano del país. Se les ha llamado la antiespaña, ¿cómo puede ser eso? Unos y otros somos españoles". Millán-Astray, también encarnado por Gómez, estalla y vocifera sus tabernarios vivas a España y a la muerte.
"Aquel arranque le costó un arresto militar. Cuando salía de casa, le seguía un guardia que tenía orden de disparar si se metía un coche", explica Gómez. "Pero ese día dejó un ejemplo intemporal de coraje cívico y honradez intelectual. Ese es el gran legado de Unamuno que debemos recuperar en estos tiempos. Es la memoria histórica de la que no debemos prescindir. Él se atrevió a escupir al dragón en sus fauces, exponiendo el mayor alegato contra el fascismo en toda Europa", añade el director de La Abadía, que, de todas formas, señala que en ese arrebato verbal no incrimina explícitamente a Franco. Por ese detalle le pregunta ‘El Otro': "¿Por qué le exonera usted una y otra vez?" Unamuno esquiva la cuestión, se va por las ramas disertando sobre papiroflexia, una curiosa afición suya. ‘El Otro' no ceja y acaba hartando a Unamuno, que le responde: "Juzgar cuanto sucedió en el pasado, y que usted no conoce sino por leído en cuadrados papiráceos [los periódicos], no es tarea fácil. Desde su presente usted trata de entender un pasado que, para mí, era entonces presente; y eso, sin la saturación y falta de perspectiva que cualquier presente genera en los hombres. Una cosa es tratar de entender la Historia, leyéndola, y otra vivirla. Contéstese a sí mismo cuántas preguntas me ha hecho o, más bien, se ha hecho".
Otro personaje clave que vivió en primera línea el aquelarre cainita del 36 fue Azaña. Gómez también lo tiene bien estudiado. En 1980 ya puso en escena La velada en Benicarló para el CDN, institución para la que luego manufacturó Azaña. Una pasión española. El 8 de marzo la repondrá en La Abadía al hilo de Venceréis pero no convenceréis. El sentido de confrontar a ambos personajes es devolver al debate público sus aportaciones intelectuales, que, a juicio de Gómez, pueden evitarnos la repetición de graves errores.
Las producciones son muy dispares. "En Azaña sólo está la palabra y la interpretación. Unamuno, en cambio, es un montaje técnicamente muy complejo, aunque todos los adelantos que empleamos están al servicio de ambas". También difiere el trabajo textual. En la dramaturgia de Unamuno hay mucho más de la cosecha de Gómez, que ha construido los diálogos y ha preparado el contexto en el que se desarrollan. En Azaña se limitó a coser los pasajes del político seleccionados por José María Marco.
Recuerda Gómez que tuvieron una pésima sintonía. "Unamuno creía algo que yo no creo: que Azaña era un tipo ambicioso. Era normal que chocasen. Tenían caracteres parecidos. Según la psicología gestáltica, son dos números uno, personas a las que les gusta mandar y convencidas de que su criterio es el único válido", explica Gómez, al que se le nota que España le duele cada día más. Casi tanto como a Unamuno. Basta ver el rictus transido con el que recita estos versos suyos: "¡Ay triste España de Caín,/ la roja de sangre/ hermana y por la bilis gualda,/ muerdes porque/ no comes, y en la espalda/ llevas carga de siglos de congoja!/ El Cid, Loyola, Pizarro,/ Santa Teresa, la Armada:/ oro, sudor, sangre, barro,/ cielo, sueño, polvo… nada".
@albertoojeda77