Yolanda Ulloa, Fernando Gil y Vicky Luengo en un ensayo de El idiota. Foto: David Ruano

Gerardo Vera estrena el próximo miércoles en el María Guerrero su versión de la novela de Dostoyevski, de quien ya montó Los hermanos Karamázov en 2015.

La pasión de Gerardo Vera por el teatro siempre ha sido desmedida. Y lo sigue siendo. Pero a sus 71 años la vive de manera más serena. "Antes, si veía a un actor haciendo una barrasada, le pegaba un grito tremebundo. Ahora lo digo todo educadamente", explica a El Cultural. La edad es un factor clave en esa bajada del diapasón. Pero acaso es más determinante la incidencia cardiaca de la que se acaba de recuperar y que le impidió montar Rojo en el Español, junto a Juan Echanove, su gran aliado escénico en los últimos años. Con él abrió su ciclo dedicado a Dostoyevski: montaron Los hermanos Karamázov en 2015. Vera ha continuado el proyecto con otro novelón suyo, El idiota, que estrena en el María Guerrero el próximo miércoles 20.



"Quería seguir profundizando en Dostoyevski. Y El idiota es una exploración del alma humana todavía más honda que Los Karamázov. Además, tiene algo muy interesante para la escena. Dostoyevski dudó mucho mientras la escribía. No tenía muy claro el destino que le iba dar a los personajes. Eso los hace muy contemporáneos porque no tienen una coherencia stanislavskiana ortodoxa. Transmiten inquietud en todo momento, lo que me ha permitido arriesgarme más", señala Vera, que, de nuevo, ha contado con José Luis Collado para la labor de destilación textual. De las 900 páginas originales han quedado 60, lo que se traduce en dos doras de función. "Ha conseguido además que no falte nada. Yo les he mandado la versión a dostoyevskianos muy puristas que recelaban y, tras leérsela, me han reconocido que, efectivamente, era un gran trabajo. La verdad es que El idiota es una obra más medular que Los Karamázov, no tiene tan peripecia familiar".



Collado reconoce que la primera inmersión en Dostoyevski le allanó este nuevo reto: "Me proporcionó cierta conexión inconsciente con su universo creativo. La clave ha sido la misma: desprendernos de lo accesorio a la historia que queremos contar, redibujar personajes para que asuman claves y rasgos de otros muchos que no pueden estar y simplificar espacios y tiempos". Y suscribe que El idiota es un material de partida que incita al riesgo: "Es un texto tan rico que permite que un creador seleccione lo que le conmueve, lo que le inspira y lo adapte a su forma de contarlo. Uno de los casos más extremos es Nastazja, la película de Andrzej Wajda, una visión muy particular contada con dos únicos actores, interpretando uno de ellos al príncipe Myshkin y a Natasia".



"Myshkin, el idiota, me recuerda a Terence Stamp en

La trama arranca con la vuelta del primero, encarnado por Fernando Gil, a San Petersburgo tras varios años tratándose en Suiza de su epilepsia, enfermedad que, por cierto, también padecía el autor de Crimen y castigo. Es un hombre de una pureza moral extrema, que ha vivido en una burbuja de protección buena parte de su vida, y que, por ambas razones, su presencia chirría en una sociedad corrompida e hipócrita en la que se ve obligado a salir adelante. "Me recuerda al personaje que interpretaba Terence Stamp en Teorema de Pasolini, que entra en una familia burguesa de Milán y la pone patas arriba. Genera fascinación y miedo al mismo tiempo, por su mezcla de pasión, orgullo e inocencia", añade Vera, que consigna asimismo concomitancias de este aristócrata arruinado con nuestro Quijote y con Jesucristo.



Al amor sin estrategias



Vera también repara en una paradoja: su bondad es un motor de destrucción, de sí mismo y de los que le rodean. Es, en efecto, un ingrediente subversivo en un entorno social que no está acostumbrado a digerirlo en unas dosis tan elevadas. Y de ahí los cataclismos que desencadena. Natasia (Marta Poveda) es una de las damnificadas. Víctima de abusos en su niñez, es una mujer herida por la que Myshkin siente una profunda compasión que confunde con amor. De hecho, todas sus relaciones con las mujeres están distorsionadas. "El amor requiere estrategia, y él no la tiene. Por eso todas acaban en desastre", señala Vera, que firma una puesta en escena desnuda donde la responsabilidad de inspirar las atmósferas recae en los actores. El elenco, que combina veteranía y nueva savia (procedente de la Joven Compañía de José Luis Arellano), viste trajes aparatosos de época. Pero de una liviandad contemporánea. No hay robustos gorros rusos ni tirabuzones ni guantes… La banda sonora es ecléctica, propia de un melómano impenitente: Chopin, Prokofiev, Sakamoto, Dvorák… Señas todas de la identidad escénica de Vera, que dice estar "a tope" de nuevo. De hecho, ya tiene entre ceja y ceja el título que completaría una trilogía: Demonios.



@albertoojeda77