Israel Galván. Foto: Jean Louis Duzert
El imaginativo bailaor sevillano se atreve con una asignatura pendiente: El amor brujo, música que considera sagrada. Confiesa que Falla le ha obligado a reiventarse como artista. Su versión, que hace gala de pureza y fidelidad al compositor, clausurará el Festival de Jérez, que arranca este viernes y reúne a los grandes del baile flamenco.
El Festival de Jerez siempre ha sido una experiencia única para los espectadores que acuden de más de treinta países, ya que supone el máximo acontecimiento a escala mundial como muestra de baile flamenco y danza española. Pero este año, desde este viernes al 9 de marzo, al cumplir su vigésimo tercera edición, esta celebración, y nunca mejor dicho, propone un diálogo activo entre el escenario y el público con obras y actores del más alto nivel que no sólo representan la diversidad de actitudes en el flamenco de hoy, sino la palpitante resolución de un arte dinámico en un proceso de constantes transformaciones. Y lo hace contando con la presencia de grandes nombres de la danza, la guitarra y el cante, como María Pagés, Eva Yerbabuena, José de la Tomasa y Juan Antonio Suárez Cano, así como de artistas emergentes, como Lela Soto y José Maldonado.
"Yo y mis compañeros de generación", continúa diciendo Israel Galván, "teníamos tan cerca El amor brujo que no éramos conscientes de su magnitud y, por lo tanto, no advertíamos su trascendencia. Era el árbol que no nos dejaba ver el bosque. Se trataba de una cosa como de colegio, de asignatura obligada todos los días de la que estábamos hartos. Pero algo más tarde, y por casualidad, atravesé por un periodo en el que sentía la necesidad de hacer una obra nueva. Y descubrí de pronto en El amor brujo cierta relación con La consagración de la primavera. Y esa hipotética analogía me abrió las puertas para visitar la línea musical que plantea Falla, de la misma manera que con frecuencia visito a otros maestros europeos modernos, aunque Falla está más cerca de mi tradición"."Me sentía más cerca de stravinski que de falla. No apreciaba su belleza. Ahora es para mí tan necesario como el agua"
Pregunta. ¿Y qué supuso para usted esa especie de descubrimiento?
Respuesta. Pues fue algo sorprendente: reencontrarme con una música que has escuchado toda la vida, pero a la que habías hecho oídos sordos. Posiblemente porque yo tenía una saturación de El amor brujo y no apreciaba su belleza, ya que cuando era muy joven la había interpretado en multitud de ocasiones con la compañía de mi padre, el bailaor José Galván, o con la del coreógrafo y también bailaor Mario Maya. No sé si por la edad o porque la sensibilidad va haciéndose más perceptiva, a la vez que los procedimientos reflexivos alcanzan un mayor grado de maduración, pero escuchar ahora la música de Falla es para mí tan necesario como el agua. Y antes, no; todo llega cuando tiene que llegarte.
El amor brujo ha sido una obra recurrente en cualquier repertorio y en cualquier época. La han bailado Pastora Imperio, que fue la primera, en la versión inaugural estrenada en el madrileño Teatro Lara el 15 de abril de 1915. "La obra es eminentemente gitana", diría el propio Falla. Diez años después la llevaron al Teatro Trianon-Lyrique de París la bailarina y bailaora Antonia Mercé la Argentina y el bailaor Vicente Escudero, admirado por Israel Galván.
A partir de ahí las versiones se sucedieron: en 1933 se representó en Cádiz por la Compañía de Bailes Españoles y el bailaor Rafael Ortega, encabezando el cartel Encarnación López la Argentinita, para continuar su hermana, Pilar López, Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades, Cristina Hoyos, Lola Greco, Antonio Canales, Víctor Ullate o La Fura dels Baus. "Pero no sólo las primeras figuras, como has apuntado, sino los periféricos, lo que yo llamo escuelas de barrio, donde los maestros nos lo imponían casi como un castigo. A esa edad me gustaba Camarón o Paco de Lucía, pero a la fuerza teníamos que hacer El amor brujo".
P. El amor brujo es, en efecto, una historia de amor, de pasión, de celos. ¿De alguna manera mantiene esas premisas en tu versión?
R. Cuando fuimos a la Fundación Archivo Manuel de Falla de Granada para gestionar los derechos, nos confirmaron que nuestro proyecto era el más correcto y respetuoso, tanto con la música como con los textos. Yo quiero hacer un Falla puro, sin postizos, porque la mayoría de las versiones, para argumentar la historia, ponen músicas añadidas, que no son de Falla. A la música de Falla y al libreto que firmara Martínez Sierra, aunque lo escribiera su mujer, no les hacen falta más adornos. Yo intento que penetren en mi cuerpo tal como fueron concebidos, sin exagerarlos ni teatralizarlos; busco que inunden todo mi ser para que surjan los gestos de lo que representa efectivamente El amor brujo: una historia de amor. Y el amor, como sabe, es muy peligroso [risas].
"Siempre me había llevado la música al terreno que quería. Esta vez es la música la que me lleva a mí"
Transcripción al piano
El amor brujo es una obra que en su totalidad está escrita e ideada para voz y conjunto orquestal. No obstante, Manuel de Falla hizo posteriormente la transcripción para piano de dos de sus pasajes, Danza ritual del fuego y Danza del terror. Y aunque Israel Galván defiende su estricta obediencia a los patronos dispuestos por el compositor gaditano, sin embargo, el único instrumento que aparece en su versión es el piano: "Sí, pero el piano copia con exactitud la partitura original, nota por nota, incluso teniendo en cuenta todas las indicaciones del autor, que hemos seguido al pie de la letra. Ha sido un trabajo totalmente fiel, con un cambio que puede resultar llamativo: El amor brujo siempre lo ha cantado una voz de mujer, lírica o flamenca, y nosotros la hemos sustituido por una voz de hombre, pero sin bajar el tono, acatando escrupulosamente el que señala la partitura. De manera que lo que hacemos será actual, por supuesto, pero sin salirnos un ápice de lo marcado por Falla".El estreno de una obra de Israel Galván remueve no solo las expectativas de la crítica especializada y genera una corriente de opiniones contrarias, incluso antes de alzarse el telón -que no se utiliza normalmente en sus representaciones-, sino que predispone a sus leales seguidores a compartir un ceremonial donde la imaginación sin límites, el asombro, la ruptura con los esquemas preconcebidos o la diatriba de lo inalcanzable pueden adquirir vida propia en el escenario. Y esto, para los que a lo largo de los años emprendieron el peregrinaje por Arena, La edad de oro, La curva, Lo real o La fiesta, supone un estímulo más que suficiente. No es fácil rechazar un viaje hacia lo utópico que se materializa, adquiriendo proporción exacta, y descubrir el universo de lo insólito posible.
P. El estilo Galván está muy definido y sobre ello se ha escrito largamente pero ¿la música de Falla le hace bailar de otra manera?
R. Totalmente. Desde Los zapatos rojos, de 1998, todos los trabajos que he llevado a cabo siguen más o menos unas pautas estéticas y expresivas comunes. Pero ha llegado El amor brujo y todo es diferente a lo que he hecho. Cuando inicio un proyecto, invariablemente trato de que me rompa, que me zarandee. Indago sobre músicas desconocidas y acerca de conceptos que me aporten otras perspectivas. Y El amor brujo me está ayudando a buscar una persona nueva dentro de mí.
P. ¿Qué le sugiere la música de Falla, una vez que ha profundizado en ella? ¿Se trata de interpretar con su baile el impacto que le produce?
R. Por lo pronto, bailarla es una suerte. Sumergirme en ese mundo de contrastes, de sonidos que salen de dimensiones ocultas, encontrarme en un laberinto de infinitas sombras y también de luces deslumbrantes, de zonas con una realidad inédita, es algo que me pone los pelos de punta. Anteriormente he trabajado con la música y me la he llevado al terreno que quería. En este caso no es así: es la música la que me lleva y me produce un inmenso respeto, como si fuera la Biblia. Tengo la sensación de que estoy bailando algo sagrado.
Jareño, flores, leal, morales...
Por tratarse de un evento ampliamente consolidado y de garantía en cuanto a la calidad de los espectáculos y conciertos, el Festival de Jerez, que es, además, una referencia internacional, se abre a múltiples propuestas como reflejo de la vigorosa inventiva y la pluralidad de un arte en ebullición: el esperado regreso de Concha Jareño después de dos años de ausencia; y la fórmula participativa y múltiple de la Compañía Flamenco Nómada, con Flamenco Kitchen, reuniendo a Ana Salazar, Inma la Carbonera, Hiniesta Cortés y Ángeles Gabaldón.También econtramos el Nocturno de Leonor Leal -"El ritmo me guía hacia el sueño de una noche llena de vida, de ritual, de ilusión, de metamorfosis liberadora"-, con la música y guitarra de Alfredo Lagos y el brillante ámbito sonoro del percusionista Antonio Moreno; el poético universo de Sin permiso (canciones para el silencio), imaginado por Ana Morales; o Fase alterna, que para su creador, Marco Flores, "es una pieza donde establecemos un espacio que invita a la transformación de los intérpretes. Nos mostramos todos de una manera desnuda y hemos diseñado lo que llamamos fases, que son distintas atmósferas escénicas, musicales y dancísticas que se van alternando para suscitar en cada intérprete una relectura libre de sí mismo. Queremos deshacernos de esa identidad tan marcada que llevamos dentro y mostrarnos de una manera diferente". Flores cuenta con la colaboración de la bailaora y coreógrafa Olga Pericet, último Premio Nacional de Danza, y del coreógrafo, pedagogo y bailarín de danza contemporánea Yoshua Cienfuegos.