Podría decirse que el Teatro Kamikaze no es lugar para clásicos. Y es que la sala madrileña se ha volcado con la dramaturgia contemporánea en sus tres temporadas de vida. Es la marca de la casa. Pero tal afirmación hay que matizarla mucho. Si se revisa su trayectoria en este tiempo, encontramos notables excepciones como la versión de Un enemigo del pueblo de Ibsen que escenificó –no sin controversia– Àlex Rigola el curso pasado. Miguel del Arco también ha desempolvado en su escenario otras eminencias. Es el caso de Strindberg (La noche de las Tríbadas), Pirandello (con el revival de La función por hacer), Moliére (Misántropo) y a Shakespeare (Hamlet). El hiperactivo director reincide ahora en el bardo inglés. El próximo jueves estrenará su versión de Ricardo III, con Israel Elejalde metido en la piel del mefistotélico monarca, ser ansioso de sangre y poder.
“Yo considero todos esos trabajos teatro contemporáneo. Son versiones libérrimas, hechas, eso sí, con respeto y rigor. Esta de Ricardo III lo es particularmente. Más que una versión, es una reescritura. Hemos sido todavía más atrevidos”, explica a El Cultural Del Arco, que la firma junto a Antonio Rojano. Han sido diversos los objetivos de su intervención en el original. Primero han intentado solucionar el desastre dramatúrgico que a juicio de Harold Bloom representa esta obra. Lo dice por su exceso de metraje y por la escasa entidad de los personajes que circundan a Ricardo III. Ambos han intentado poner orden en ese batiburrillo de cortesanos que unas veces son llamados por su nombre, otras por su título actual y otras por el que ostentaban con anterioridad a contraer matrimonio. Son alrededor de una treintena que se reparten aquí seis actores: Álvaro Báguena, Chema del Barco, Alejandro Jato, Verónica Ronda, Cristóbal Suárez y Manuela Velasco.
“Ricardo III te dice: 'Si te fijas en mí, lo pasarás bien. Pero si dejas de mirarme te mato'”. Miguel del Arco
Del Arco y Rojano también han buscado ofrecer una lectura actual: “Pensando en retrospectiva –señala el primero–, me he dado cuenta de que mi elección de determinadas obras ha obedecido a circunstancias políticas y sociales concretas. Misántropo y su sinceridad brutal coincidió con el 15M. La crisis de identidad de Hamlet vino con la crisis financiera y el desmoronamiento de nuestra manera de relacionarnos. Y Ricardo III lo hacemos en plena ola populista, cuando el discurso del odio de determinados partidos extremistas ha acabado calando en los que presuntamente son más moderados y cuando la lucha por el poder se libra descalificando a tus competidores, no aportando propuestas e ideas para ejercerlo de forma constructiva. Es lo que le pasa a Ricardo III, que ambiciona el poder pero cuando lo tiene no le interesa”. Ahí estriba la conexión temática con el mundo de hoy, que en el terreno de las puñaladas políticas, en realidad, no ha cambiado mucho.
Otro rasgo destacable de esta revisión es su apuesta por el humor. Sus ‘ideólogos’ han huido de la solemnidad acartonada. Es una apuesta que ya quedó muy clara en su Hamlet para la CNTC, que potenció, por ejemplo, la comicidad del diálogo de los enterradores (una escena casi de sitcom) y estampó un trazo salvaje y grotesco al proceso de enloquecimiento de Ofelia (la vimos hasta cantando, desaforada, reggaeton). Tampoco faltará el electrizante ritmo en las transiciones, aquí articuladas básicamente con la interpretación de los actores, ya que el aparato escénico es mucho más austero. “Son como bofetones”, apunta el prolífico director. Esos cambios de atmósferas, pasando de las estancias de castillos y palacios a campos de batalla, los insinúan también las proyecciones sobre una gran pantalla, mucho más simbólicas que realistas.
Ese es el marco donde se desenvuelve el psicópata al que Del Arco arrebata cualquier coartada que justifique su afán destructivo. “No mata por el resentimiento de haber nacido deforme. El mal lo trae de serie. Además, no es una persona despreciada o humillada. Goza de una posición social de privilegio y es un seductor con mucho éxito”, argumenta Del Arco, que señala como origen de sus abyectas pulsiones un motivo muy prosaico: el aburrimiento. A su juicio, es un ser que mientras en la guerra se siente pleno, en la paz cae en una abulia desesperante. Lo advierte ya desde su primer parlamento, el célebre monólogo (Ahora ya el invierno de nuestra mala suerte se convirtió en verano por este sol de York…) con el que pulveriza la cuarta pared. Ricardo III, en efecto, se dirige al público directamente y produce un fenómeno psíquico inquietante: el de la complicidad con el criminal.
“Qué cabrón”
El cine y la literatura están plagados de malos que se meten en el bolsillo al espectador o el lector. Pero, según Del Arco, esa atracción es especialmente intensa en el teatro por su carácter presencial: “La gente, cuando se sienta en su butaca, lo hace con una predisposición a entender. Y cuando te mira un actor directamente provoca en ti un escalofrío. Ricardo III te dice a la cara: 'Si te fijas en mí y me acompañas, te lo vas a pasar muy bien, pero si dejas de mirarme te mato'”. Por otro lado, está la admiración que despierta cualquier persona que tiene un objetivo y lucha por él para conseguirlo aquí y ahora, sin miramientos de ningún tipo. Encarna el reverso de los complejos, las ataduras, las humillaciones y los resentimientos del ciudadano medio. Ricardo III nos ofrece la fantasía de liberarnos de todos esos lastres. “Lo vemos y pensamos: qué cabrón”.