En el comienzo de Bella figura, Yasmina Reza (París, 1959) nos muestra a un hombre, Boris, y a una mujer, Andrea, que discuten durante una noche de verano en el aparcamiento de un restaurante. Esta ‘escena de exposición’ servirá al espectador para asistir a una trama en la que se va desmadejando una reflexión de largo alcance sobre la vida, el paso del tiempo y el fracaso a través de un lúcido, cruel e inteligente retrato de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos.
La autora francesa, responsable de textos muy bien conocidos por el público como Arte y Un dios salvaje, muestra en este montaje de Nuno Cardoso la neurosis personal y familiar provocada por la banalidad de la existencia. Bella figura, que podrá verse en el madrileño Teatro de La Abadía a partir de este viernes con la interpretación de Ana Brandão, Afonso Santos, João Melo, Maria Leite y Maragarida Carvalho y la producción del Teatro Nacional de São João de Oporto, se presenta como una comedia sombría, de ritmo trepidante, compuesta por personajes que se alimentan de pequeñas cobardías, de frivolidades y de comportamientos tendentes a la autodestrucción.
Bella figura, que cuenta con la adaptación al portugués de Alexandra Moreira da Silva, nace de una propuesta de Thomas Ostermeier en 2015, el mismo año que el director alemán consiguiera subirla a las tablas de los escenarios de Berlín. Cardoso –conocido en el escenario que regenta en estos momentos Carlos Aladro por dejar un poderoso Woyzeck en 2006 protagonizado por António Fonseca– trae por primera vez este título a nuestro país para ofrecernos su visión personal de los cinco personajes ideados por Reza, seres que buscan desesperadamente su supervivencia ante el espectador mediante diálogos de gran economía y precisión, sello personal de la autora gala. “En su obra –explica Moreira Da Silva–, y Bella figura no es una excepción, la acción es frecuentemente sustituida por el movimiento de la palabra, que sostiene un verdadero arte de la conversación. Por otro lado, la presencia de la realidad permite, por unos instantes, no solo suspender el drama sino, sobre todo, apartar cualquier posibilidad de pathos dramático, abriendo un espacio de respiración”.
El montaje, y en especial su puesta en escena, juega con la vanidad a través de todas sus caras. La apariencia física y el esfuerzo titánico por conservarla, el melancólico poso destilado por el paso del tiempo, el absurdo camino de lo cotidiano y el coraje para liberarse de las apariencias son algunas de sus consecuencias. Para esta estudiosa de Reza, llega un momento en el que todo estalla en la obra, sobre todo las emociones: “Nada que unas ostras acompañadas con champán no puedan resolver. Al final, lo que más importa es tener una bella figura”.