“El señor Godot me manda deciros que no vendrá esta noche, pero que mañana seguramente lo hará”. Así reciben Estragón (Pepe Viyuela) y Vladimir (Alberto Jiménez), dos de los personajes más complejos y representados de la historia del teatro, una de las incumplidas promesas de encontrarse con la espectral figura de barba blanca que nunca termina de aparecer: Godot. “Espera”, llega a decir Estragón”. “Tengo frío”, responde su antagonista en un cruce de diálogos –compartidos con Pozzo (Fernando Albizu), Lucky (Juan Díaz) y Muchacho (Jesús Lavi)– capaz por sí solo de hundir sus raíces en un profundo e inconsolable existencialismo marcado en todo momento por el tedio y la falta de sentido de la vida. De sus vidas. De las vidas de todos. “Godot habla de la necesidad de no vender nuestros derechos, de mantener la esperanza, aunque lo presenta desde el reverso de la moneda”, explica a El Cultural Antonio Simón, director del nuevo montaje que podrá verse este viernes, 8, en el Teatro Palacio Valdés de Avilés y a partir del 21 en el Bellas Artes de Madrid.
“No tengo una lectura nihilista de la obra, más bien me interesa la capacidad del hombre por no ser nihilista. Me interesa, por tanto, la esperanza y el tedio, pero el tedio que puede ser sublimado a través del humor”, añade el profesor del Institut del Teatre de Barcelona. “En la sociedad de la precariedad y de la incertidumbre todo es una sucesión de buenos comienzos. Más o menos de esta manera define Zygmunt Bauman la sociedad líquida y me parece muy oportuno para una aproximación a Esperando a Godot, ya que esta obra nos explica nuestro temor a perder el tren, a no seguir el ritmo, a no aceptar las fechas de caducidad”, sentencia el director de Yo, Feuerbach, que se ha apoyado también para tejer la aparente sencillez de Beckett en textos de Alain Badiou y Jordi Claramonte.
El autor irlandés publicó Esperando a Godot en 1952, culminando así un proceso creativo que empezaría a mediados de la década de los cuarenta. Su talento dio como resultado una obra universal, un clásico en dos actos que de inmediato se incardinaría dentro del teatro del absurdo (si bien matizado, e incluso cuestionado, por ríos de tinta que aún siguen inundando las teorías escénicas). “La mejor definición del absurdo la dio Ionesco diciendo que la lógica llevada al extremo se transforma en absurdo. Esa frase sigue vigente. Por eso, allí donde existe el dogmatismo el absurdo se presenta como la otra cara del mismo proceso”, señala Simón.
Coraje e irracionalidad
¿Están vigentes la fuerza, el humor, la poesía, la ternura y el dolor de este descarnado encuentro entre dos amigos? ¿Puede hablarse de desafío, de una metáfora de la vulnerabilidad, la dignidad, el coraje y la irracionalidad del ser humano? “No soy filósofo –avisa el director– pero en mi opinión la obra plantea de una manera muy intensa la confusión en la que vivimos. También cómo podemos desarrollarnos en esta confusión. Cómo podemos salir del tedio incluso en una sociedad tan llena de sobreestimulación”.
“El montaje plantea cómo podemos salir del tedio en una sociedad tan llena de sobreestimulación”. A. Simón
Este montaje de Esperando a Godot sigue la traducción canónica de Ana María Moix. También lo hicieron algunas de las adaptaciones más recientes, como la de Réplika Teatro en 2005 (dirigida por Jaroslaw Bielski) y la de Alfredo Sanzol, estrenada en el CDN en 2013. Del mismo año es el montaje que Simón ha tomado como referencia. Estrenado en Broadway bajo la dirección de Sean Mathias, fue protagonizado por dos tótems de la escena británica: Ian McKellen y Patrick Stewart. También, claro, ha sido el propio Beckett quien ha dado forma e inspiración a este Godot a través de fragmentos de la novela Molloy: “Fue escrita más o menos en la misma época. Habla de dos cómicos que conviven. Uno que quiere quedarse donde está, quieto, y el otro que piensa que moverse le hará sentirse mejor…”
Con el cine mudo de Hollywood, Simón completa la alquimia que le ha llevado a este montaje con el que “sueña” desde los 16 años (edad con la que leyó la obra por primera vez) y que ahora ve posible gracias a Pentación, productora que continúa así con su compromiso con el teatro contemporáneo, iniciado con La cantante calva que el pasado año pudo verse en el Teatro La Latina de la mano de Natalia Menéndez y Luis Luque. “El teatro del absurdo es, tras el éxito de la obra de Ionesco, un campo en el que nos movemos con comodidad y solvencia –reconoce Jesús Cimarro a El Cultural–. Apostamos por acercar historias que nos hacen reflexionar sobre la grandeza y la vulnerabilidad del ser humano”.
Por todo ello, Cimarro subraya la pertinencia de subir a las tablas Esperando a Godot: “Ojalá que vengan muchos jóvenes al teatro pero por lógica creemos que el público mayoritario tendrá sus raíces en el siglo XX. De ahí que sea el momento oportuno. Conviene no olvidar de dónde venimos para no perdernos más en el camino. Espero que la obra ponga al espectador más mayor ante un espejo en el que pueda reconocerse y al más joven ante un testimonio que le sirva para conocer el pasado. En este sentido, ayudará mucho la minuciosa y preciosista dirección de Simón, muy eficaz a la hora de construir los personajes. El espectador notará todo esto enseguida”.
Esa ruta por la historia queda plasmada en la escenografía de Paco Azorín, que ha puesto a los personajes de Esperando a Godot en unas distorsionadas vías de tren que se extienden por todos los puntos cardinales de un relato en el que quedan bien delimitados los distintos niveles y espacios por los que se desarrolla la peripecia de Vladimir y Estragón. Así, como coda, recordamos sus últimas y respectivas palabras segundos antes del silencio (muy próximo al vacío) que nos deja el telón al caer:
“¿Qué? ¿Nos vamos?”. “Vamos”.