Son diversos los ingredientes que hacen del estreno de Naufragios de Álvar Núñez (o La herida del otro) en el María Guerrero el próximo miércoles un acontecimiento de primera magnitud. Recuerda Sanchis Sinisterra a El Cultural que esta compleja y ambiciosa obra, deconstrucción de la crónica original del conquistador jerezano, empezó a escribirla a finales de los 70. Fueron dos motivos los que le indujeron a intervenir en el relato primigenio. “Por un lado, la desconfianza. De aquellos hechos [el accidentado periplo de Álvar por el sur de Estados Unidos y el norte de México durante ocho años] sólo tenemos su testimonio, escrito para ganarse el favor del rey Carlos V, de modo que intenta hacer valer sus méritos”, explica. Por esta razón, en su pieza da voz a su mujer, Mariana, a alguno de sus acompañantes (el adelantado Pánfilo de Nárvaez, los capitanes Castillo y Dorantes y el esclavo magrebí Esteban) y los indígenas con los que se fundió. Sanchis transforma un material unívoco en una jugosa polifonía.
Por otro lado, se animó a abordar este trabajo, que con el tiempo acabaría creciendo hasta convertirse en su Trilogía americana (a Naufragios se suma Lope de Aguirre, traidor y El retablo de El Dorado), por una antigua paradoja española: “Es asombroso que este episodio tan extremo, con esos periplos y personajes tan fascinantes, no haya dado origen a más literatura, más cine, como sí ha sucedido en Estados Unidos e Inglaterra con sus aventuras coloniales en las que, por cierto, apenas hubo mestizaje”. Sanchis toma fragmentos de la crónica de Álvar Núñez, que poco a poco va desmigajando. El suyo es un texto propio y original, no una versión, que es una fórmula muy cultivada por él: se la ha aplicado a popes como Mailer, Kafka, Chéjov…
En un limbo de barro
Remató el texto en 1992, al calor de los fastos del V centenario del Descubrimiento. Tenía el respaldo de importantes instituciones y, tras su estreno en España, la propuesta abarcaba recorrer varias ciudades de Hispanoamérica. Pero todo se truncó cuando empezó a notar el mangoneo de los patrocinadores. Y rompió la baraja, frustrado porque sabía que se esfumaba la posibilidad de dar a conocer una obra por la que siente predilección. Por suerte, Magüi Mira, su exmujer, con la que fundó en Barcelona el Teatro Fronterizo, la ha rescatado. Ernesto Caballero le propuso dirigir algo esta temporada y ella apostó por cabalgar sobre su proceloso oleaje. Una decisión de riesgo que la tiene estos días sumergida en el barro (turba, para ser más precisos) que utiliza como base de su puesta en escena. Los ensayos sobre esa superfecie fría y húmeda están resultando duros. Hay en ello una coherencia poética: nada que tenga que ver con Álvar Núñez y, por extensión, con la Conquista de América puede despacharse como un trámite aséptico. “Es un texto sobrecogedor, doloroso, emocionante, transgresor y con mucho humor, que muestra el absurdo de la guerra. Y muy complejo. Pero lo que se verá en el escenario será muy sencillo y minimalista. Yo siempre voy a la esencia”, aclara Mira. Ambos forman un equilibrado tándem: “Él es un sabio y yo pongo la intuición”.
Podría decirse, metafóricamente, que la última ganadora del Premio Valle-Inclán de El Cultural ha sacado del limbo la obra. Pero no sería correcto si nos atenemos a su montaje. El conquistador aparece, precisamente, en un limbo donde convergen tiempos (el siglo XXI se entrecruza con el XVI) y espacios: los parajes americanos por los que avanzan a trompicones, los mares traicioneros que propician la zozobra de la expedición, el lecho matrimonial en el que Mariana espera cual Penélope a su hombre… Una ubicuidad evocada con mínima escenografía y la fisicidad de un elenco de nada menos que 16 actores, entre los cuales se encuentra Clara Sanchis para completar la reagrupación familiar. “Es como trip en la cabeza de Álvar Núñez”, explica la regista.
El conflicto central de Naufragios, en absoluto una recreación historicista, lo constituye el encuentro convulso de dos culturas con visiones del mundo muy dispares. Álvar Núñez se pierde entre las dos. Lo delata la gramática. “Empieza hablando de un ‘nosotros’ referido a sus compatriotas españoles y acaban empleando ese pronombre para incluirse en la colectividad indígena”, apunta Sanchis. Y es que el capitán andaluz muta en chamán adorado por los indios. Una aculturación radical que le lleva a lanzar al autor de Ay, Carmela una pregunta al público: “¿Cómo sería hoy nuestro mundo si aquel encuentro hubiera sido pacífico?”.